Cumpleaños de un cura rebelde
El Padre Ángel, el sacerdote más famoso de la ciudad, cumplió 80 años el pasado 11 de marzo. Es querido y admirado, pero también polémico y cuestionado
Cuando el Padre Ángel escuchó el diagnóstico, una mezcla de incredulidad, tristeza y miedo se apoderó de su rostro. “Es cáncer de colon. Avanzado. De difícil curación”, le dijo el médico sin rodeos. Hacía tiempo que el cansancio y la pérdida de peso eran constantes en el sacerdote, pero él lo atribuía a sus numerosos viajes y al intenso trabajo que conlleva dirigir Mensajeros de la Paz, la ONG internacional que desde 1962 ayuda a niños, jóvenes, drogodependientes, víctimas de violencia de género, inmigrantes y ancianos desamparados. En ese momento, el panorama le obligaba a pensar en la muerte. Pero el religioso se aferró a la vida. Ahora, una década después, afirma que se encuentra bien. “Creo que el cáncer de colon está curado. Pero no me voy a revisar muchas veces porque, la verdad, me da un poco de miedo. No soy muy buen paciente", dice el párroco zanjando el asunto con una sonrisa que le achica los ojos detrás de sus gafas de fina montura. El padre Ángel cumplió cumplió 80 años el pasado 11 de marzo y para festejarlo se propuso reunir en su parroquia a 80 amigos.
Todos los días se levanta a las seis de la mañana y escucha las noticias en la radio mientras se prepara para salir hacia su parroquia porque ahí, a eso de las ocho, comienzan a servir desayunos a todo aquel que se presente. Después, entra en su despacho, repleto de imágenes religiosas y de fotos —en las que aparece al lado de papas, obispos, políticos de todas las ideologías, personajes del espectáculo o colaboradores de su organización— y lee con detenimiento los periódicos. Enseguida, a solas y sin interrupciones, reza: "Justo después parece que he recibido un chute de energía”. Al instante se dispone a atender llamadas telefónicas, recibir visitas, participar en reuniones, asistir a actos públicos, definir el itinerario de algún viaje y volver, aunque sea un rato, al templo, donde los feligreses, los sin techo, los famosos y los turistas no dejan de entrar y salir durante todo el día.
La iglesia de San Antón, situada en el número 63 de la céntrica calle madrileña de Hortaleza, permanece abierta las 24 horas de los 365 días del año, una característica que le costó al Padre Ángel varios años de insistencia ante el alto clero de la ciudad (y que, por cierto, acaba de ser reproducida en la iglesia de Santa Ana del barrio gótico de Barcelona). Pero este templo, construido en el siglo XVIII, se distingue, además, por su equipamiento tecnológico, pues posee red wifi, un confesionario con Ipad y mesa-camilla para quien tenga problemas de movilidad, así como cuatro pantallas de plasma para seguir las retransmisiones de las misas del Vaticano o, incluso, la final de la Champions. Aquí la gente puede pasar a tomar un café y galletas, ir al baño, cambiarle el pañal a su bebé, recibir atención médica, asesoría jurídica, ser canalizado al banco de alimentos de Mensajeros de la Paz, cargar el móvil, echar una cabezadita en sus bancos con colchonetas y, claro, confesarse, escuchar misa y rezar.
Hasta hace unos meses, por la noche también se formaba ahí una extensa cola para recibir un bocadillo y una pieza de fruta. “Se juntaba más gente que en los desayunos y por eso nos pusimos a buscar un local para dar de cenar en condiciones, sin tener que comer en la calle lo que les dábamos. Y lo encontramos”, cuenta el sacerdote, quien el pasado mes de noviembre echó a andar Robin Hood, el primer restaurante de Madrid para personas “sin techo” o en situación de riesgo de pobreza o exclusión social. “De lunes a domingo atendemos a dos grupos de personas, comen a gusto, y tratamos de darles compañía, amistad y dignidad”, agrega.
El Padre Ángel es un hombre de baja estatura, pelo blanco y sonrisa fácil que no suele usar sotana o alzacuellos. Realiza la mayoría de sus labores vestido de traje gris, camisa blanca y corbata roja —siempre roja—, en honor a los comunistas y curas obreros que conoció en su infancia y juventud. “Porque ellos eran muy solidarios con todo mundo. Porque por eso, y no tanto por otras cosas, son un modelo humano a seguir. Pero también se conoce que el color rojo da fuerza. De todas formas, yo creo que todos tenemos alguna costumbre y la mía es llevar una corbata roja”, dice cuando se le pregunta por su ineludible complemento.
El cura de la corbata roja vive deprisa, con la agenda repleta de citas, reuniones, actos públicos, entrevistas a periodistas de varios países y celebraciones de misas. Consigue fondos para su organización tras reunirse con políticos, empresarios, actores, cantantes, presentadores de televisión o señoras caritativas de la alta sociedad y siempre se las ingenia para quedar bien con todos. Él se siente más cómodo entre el silencio de su reclinatorio, pero no huye del bullicio de una fiesta. Si es el cumpleaños de algún familiar, amigo o conocido, el Padre Ángel le envía —siempre y a todos por igual— el mensaje que una vez le mandó a él la madre Teresa de Calcuta: “La vida es hermosa. Vívela. Cuídala. Compártela.”
Atesora, además, otras frases y lemas que guían su existencia como: “Es mejor pedir perdón que permiso” o “sólo hay que arrodillarse ante Dios y ante un niño”. Un día oyó decir a Cantinflas en una sus películas: “Yo no quiero acabar con los ricos, lo que quiero es que se acaben los pobres”. Lo convirtió en el mantra de sus acciones. Está acostumbrado a acoger a trabajadores en paro, inmigrantes explotados, homosexuales denostados, mujeres maltratadas, ancianos solitarios o personas sin hogar. También viaja constantemente a donde haya conflictos bélicos o desastres naturales. Y por todo eso, en 1994, le dieron el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia.
Mieres, a las afueras de La Rebollada, fue la localidad asturiana en la que Ángel García Rodríguez nació con la Guerra Civil de fondo, el 11 de marzo de 1937. Creció viendo cómo sus padres, él minero y ella costurera, ejercían una solidaridad desbordada con sus vecinos, mientras él jugaba “a las misas” con su hermana Josefina: “Yo era el cura y ella la feligresa”. Por eso, cuando alguien le preguntaba qué sería de mayor, el chiquillo contestaba al instante: “Cura, como el cura de mi pueblo.” Don Dimas se llamaba el párroco que se desvivía por atender a las viudas y a los huérfanos (“de uno y otro bando”) que dejaba la Guerra. Un día el niño Ángel husmeó entre los pocos libros que había en su casa y cogió uno que terminó de apuntalar su vocación. Era la historia de Juan Bosco (1815-1888), fundador de los salesianos. “Don Bosco veía por los chavales de la calle y yo quería hacer lo mismo porque mi única ilusión fue y es ser padre de verdad. En todas las acepciones del término: padre espiritual, pero también padre real”, ratifica.
Así, Ángel se fue al Seminario Diocesano de Oviedo dispuesto a transformar el mundo. Tenía 12 años. “Fueron años difíciles por el contexto: la posguerra, el hambre, el dolor por los seres queridos que mataron o se fueron al exilio. Pero también es verdad que éramos más valientes los niños de antes que los niños de ahora: nos forjábamos en no comer mucho, en pasar frío, en estudiar mucho y en crecer con mucha disciplina”, apostilla sobre aquella época. Hubo líderes que influyeron en su formación, como el Che Guevara o Joseph Cardijn, el sacerdote belga que fundó las Juventudes Obreras Cristianas, pero lo que marcó el resto de sus días fue una visita al Orfanato de Oviedo.
Actualmente, ese edificio es el Hotel de la Reconquista, sede de la fiesta anual de los Premios Princesa de Asturias, pero entonces era un sitio frío, húmedo, lleno de pequeños tan tristes como estigmatizados. “Esto parece más una nave de animales que un hogar para niños”, se dijo a sí mismo al recorrerlo y se propuso erradicar la penosa situación. En 1962, un año después de haber sido ordenado sacerdote, fundó junto con su compañero Ángel Silva (quien tiempo después se secularizó, se casó y tuvo hijos) la Asociación Cruz de los Ángeles para proporcionar a los niños de la calle un sitio que fuera lo más parecido a un hogar, en claro contrataste con los típicos hospicios.
Un día, Vicente Enrique y Tarancón (1907-1994) —entonces obispo de Oviedo y más tarde célebre Cardenal debido sus disputas con Franco y por promover la concordia durante la Transición— les recomendó al par de curas caritativos constituir una asociación civil. “Para no depender de la Iglesia”, les subrayó entre café y cigarrillos. Le hicieron caso y, ya con total independencia, también le cambiaron el nombre a Mensajeros de la Paz. “Tarancón era alguien que creía en Dios y en los hombres. Eso fue lo que me enseñó y yo trato de seguirlo al pie de la letra. Era muy humano, un hombre que comía, que fumaba, que meaba, que descansaba, que cometía pecados… Y que tenía una divinidad, un don especial. Es una pena que todavía no se le haga justicia. Porque ayudó mucho a la Transición: hablaba con los rojos y con los azules... Tratando de conciliar y, ya ves tú, ¡querían llevarlo al paredón! Pero nuestra Iglesia tampoco ha hecho justica para Tarancón, lo tiene arrinconado”, dice el padre Ángel al evocar a uno de sus principales mentores.
Con la Asociación en plena expansión nacional, las necesidades y los gastos aumentaron y había que conseguir más dinero para sufragarlos. El cura asturiano comenzó a salir de manera habitual en los medios de información contando la misión de Mensajeros de la Paz y, sobre todo, lo que le hacía falta para llevar a cabo su cometido. Los logros llegaban a un ritmo discontinuo y el padre resolvía con astucia asuntos concretos. En cierta ocasión, por ejemplo, fue a celebrar el matrimonio de una pareja adinerada y se presentó con 20 monaguillos. Todos, claro, se quedaron al banquete después de la misa. En 1972, gracias a la intervención de Carmen Polo, el cura fue a ver Franco para pedirle ayuda económica. Le explicó que se ocupaba de hijos de matrimonios desavenidos o de padres encarcelados o fallecidos. Al día siguiente, el dictador mandó un sobre al despacho del Padre Ángel: contenía 2.000 pesetas. "Le pedí algo importante y me dio cinco céntimos", pensé, "pero tuve que aceptar el dinero porque el desaire de rechazarlo hubiera tenido graves consecuencias". "Al final, a manera de recuerdo, enmarqué esas 2.000 pesetas”, dice entre risas.
Hace décadas, cuando el prestigio de sus actos benéficos ya estaba por los cielos, le pidieron al Padre Ángel que se hiciera cargo de un reformatorio de menores de Granada (Andalucía). Fue a visitar las instalaciones y vio que a los niños les daban de comer bellotas. Indignado, cogió unas cuantas, se las metió en el bolsillo de la chaqueta y al llegar a Madrid lo primero que hizo fue enviar cuatro paquetes: al Rey Juan Carlos, al Presidente Adolfo Suárez, al ministro de Justicia y al presidente del Consejo de Menores. Les decía: “Éstas son las bellotas que comen mis hijos. Se las mando para ver si se las comen los suyos”. Suárez ordenó la destitución del presidente del Consejo de Menores. El Padre Ángel reconoce que hace cosas como esa por impulso: “Tal vez no soy más que un niño inocente. A veces hago o digo cosas que, no es que me arrepienta, sino que no son prudentes.Nunca he sabido medir entre la prudencia, la cobardía y la valentía”, explica. En la actualidad, Mensajeros de la Paz desarrolla actividades en medio centenar de países, ya sea con proyectos propios o en colaboración con otras ONG’s u organizaciones locales en América Latina, África y Medio Oriente.
Por lo que dice y por lo que hace, casi siempre recogido en los medios de información, el cura, que lleva un anillo sacerdotal hecho con la fusión de los anillos de casados de sus padres, ha sido acusado varias veces de ser “de izquierdas, de derechas; heterodoxo o meapilas de Roma”. También de ser “puro marketing” y “banalizar el mensaje cristiano”. Hace un par de meses, el columnista Alfonso Ussía lo definió como un “sonriente, educado y bondadoso farsante”, al que “le gusta la publicidad”. “En ocasiones, por cultura, sensibilidad cristiana y amor a los desheredados, [el padre Ángel] se sitúa en los aledaños celestiales de San Juan de la Cruz", excribió Ussía, "pero en otras, se acerca en demasía a Belén Esteban, Chenoa y Pilar Bardem”.
El padre Ángel no suele tomar en cuenta este tipo de comentarios porque “es algo a lo que te acostumbras; o a lo que te acostumbran”. Cuenta que últimamente no dejan de criticarlo por bendecir a parejas homosexuales y bautizar a sus hijos. “Lo único que he hecho es aplicar el sentido común”, se defiende. “Si cada enero le doy la bendición a un montón animales, ¿cómo no voy a poder bendecir a dos personas que se quieren? Casar no, porque canónicamente no se puede y la Iglesia tiene sus normas. Pero que yo sepa, la Iglesia no prohíbe bendecir. Bendecimos hasta chatarra, viviendas o una gasolinera, ¿no voy a poder bendecir a dos que se quieren? Y cuando viene alguien y me dice que quiere bautizar a su hijo, yo le contesto que me diga día y hora. Nada más. A veces me responden: 'Es que no estamos casados'; 'Somos dos hombres o dos mujeres que hemos adoptado o hemos tenido un niño’. Y les contesto que si creen y quieren hacerlo, yo lo único que necesito es al niño”, explica.
—¿Y sus superiores no le han llamado la atención?
—Muchas veces, muchas veces. Pero yo soy de los que prefiere pedir perdón y no pedir permiso.
—Quizá en Roma tengan un expediente sobre usted.
—¡Sí, me lo han dicho! Existe. Sé que, por lo menos, tienen recortes de prensa sobre mí. Que si digo que debe haber mujeres curas, que le doy la bendición a los gays… Sobre esas cosas. Pero como nunca he dicho que Dios no es Dios ni la Virgen es virgen, pues no he tenido grandes problemas. De algún comentario que me hagan medio en broma, medio en serio, no pasa. Yo sólo aplico el sentido común y ya. Puedo ser imprudente, pero no hago mal.
—¿Nunca ha aspirado a pertenecer al alto clero?
—Querer no, pero tampoco me lo han ofrecido. Porque si me lo hubieran ofrecido tal vez hubiera aceptado. Porque se puede hacer mucho desde arriba, desde el poder. Digan lo que digan. Aquel que diga, por ejemplo, que no quiere ser Presidente del Gobierno o ministro, miente. El que diga que no quiere ser Obispo o Cardenal, miente. Porque se puede hacer mucho más desde un puesto directivo que desde abajo.
—Ahora uno de sus amigos es Papa, a lo mejor le ofrece algo…
—Yo creo que no [ríe] Mira: conocí a Bergoglio en el 2002, cuando la hambruna en Argentina por la crisis económica. Mensajeros de la Paz se hizo cargo de la alimentación de la casa sacerdotal a la que él pertenecía, donde él además ya tenía una habitación para cuando se jubilara y se dispusiera a vivir rodeado de curas mayores. Pero luego lo hicieron Papa y… Aquella vez, en el metro de Buenos Aires, él me pagaba el billete. Hablábamos de la pobreza, de la injusticia, de lo divino y de lo humano. Es decir: era como el cura de mi pueblo. Bueno, sigue siendo un cura de pueblo. Lo hicieron Papa y engordó, pero ahora ha vuelto otra vez a la flaqueza. He estado en varias ocasiones con él. En Roma, en Lesbos, en Paraguay, en Aman y, hace poco, concelebrando la misa en el Vaticano, con los sin techo. Y fue muy emocionante.
—A ver, padre: ¿usted es un rebelde o un liberal?
—Yo creo que no soy ni rebelde ni liberal. ¡Yo soy un cacho de pan!
—Pero también cometerá pecados…
—¡Muchísimos! Porque los sacerdotes tenemos más obligación de ser buenos y a veces… Sobre todo pecados de omisión son los que uno comete. Si el Papa es pecador, ¡imagínate lo que puede ser un cura como yo!
—¿Nunca ha tenido una crisis de fe?
—Me enseñaron que Dios es bueno y misericordioso, y así sigo creyéndolo, pero a veces uno tiene alguna crisis de fe, sí. Por las muertes y la violencia que hay en el mundo. O por los niños que sufren. ‘¿Cómo es posible que Dios permita eso?’, piensa uno. Pero no es ninguna blasfemia. Es creer que Dios debe protegernos siempre y no dejarnos solos. Pero no porque uno crea que Dios es el culpable de todo, sino porque uno cree que Dios debe estar siempre ahí para ayudarnos.
— ¿Qué políticas concretas son necesarias para combatir la pobreza?
—La creación de empleos. Porque eso le permite a alguien ser útil a la sociedad, vivir y, sobre todo, tener dignidad, que es la base para afrontar la vida.
—¿Su labor está lo suficientemente afianzada para que continúe cuando usted ya no esté?
—Cuando me muera, pues… habrá un sucesor. Yo no me preocupo por cuando me muera.
Dicen que el Padre Ángel es muy moderno. Pero él insiste en que, más bien, es un antiguo. Porque considera que hace lo mismo que Jesús hizo dos milenios atrás. No obstante, si no fuera por religiosos como él, tal vez hoy los curas no serían más que unos personajes con olor a pasado.Cumplió 80 años el pasado 11 de marzo y para festejarlos se propuso reunir a 80 amigos: “Los más añejos, los que todavía viven. Sin olvidar a 80 de los que se me han ido, entre ellos muchos de mis familiares; mis padres en primer lugar". Después comió con los niños, jóvenes y los sin techo que atiende a diario. Celebró misa en San Antón y allí, hubo más de 80 personas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.