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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿A la derecha del PP?

Los intentos de escisión han tenido hasta ahora resultados escuálidos. Solo un elemento podría abrir una brecha: negociar con Cataluña

José María Aznar y Mariano Rajoy.
José María Aznar y Mariano Rajoy.CLAUDIO ÁLVAREZ

Los dos desaires prenavideños que Aznar ha dedicado al liderazgo de Rajoy —primero, la agria epístola de FAES contra la vicepresidenta Sáenz de Santamaría y, por extensión, contra cualquier retoque a la política catalana del PP; luego, la renuncia del reconquistador de Perejil a la presidencia de honor del partido que modeló durante tres lustros— han dado pie a especulaciones mediáticas acerca de si sería viable, de si tendría espacio una nueva formación política situada a la derecha de los populares. Es una cuestión interesante, sobre todo en perspectiva europea, respecto de la cual la historia político-electoral española desde 1977 ofrece algunos antecedentes útiles.

Poca gente recuerda ya que, tras la implosión de la primera Alianza Popular, la de los Siete Magníficos, varios de estos (Silva Muñoz, Fernández de la Mora, Thomas de Carranza) crearon, a fines de 1978, una Derecha Democrática Española que pretendía competir con Fraga desde un derechismo genuino: sin veleidades centristas, pero sin echarse en los brazos de Blas Piñar. Corta de fuerzas, DDE no osó concurrir a las generales de 1979, de manera que, para estrenarse en las urnas, hubo de esperar a los primeros comicios al Parlamento gallego, en otoño de 1981. Lo ínfimo del resultado (2.022 votos, el 0,21%) convirtió el debut en epitafio, de manera que el partido desaparecería poco después.

Tuvieron que pasar una quincena de años y muchas cosas en el seno de la derecha española (la reiterada comprobación del “techo de Fraga”, el infeliz experimento de Hernández Mancha, la metamorfosis de AP en Partido Popular, la trabajosa marcha de Aznar hacia la Moncloa...) para que su partido insígnia conociese una nueva escisión por el lado de estribor. Fue, paradójicamente, a fines de 1996, cuando el PP había alcanzado por fin el poder, aunque encaramado sobre el pacto del Majestic.

Justamente, el desagrado ante las “concesiones excesivas” de Aznar a los nacionalistas catalanes y vascos, la tesis de que “las autonomías no deben menoscabar la unidad indisoluble de la Nación Española” y el rechazo del centrismo sirvieron de base doctrinal al PADE (Partido de Acción Democrática Española, luego rebautizado Partido Demócrata Español). En lo personal, lo impulsaron algunos destacados seguidores de Fraga (Juan Ramón Calero, Fernando Suárez, Antonio Martín Beaumont) que se consideraban agraviados por el aznarismo. En todo caso, la respuesta del cuerpo electoral fue escuálida y menguante: 16.001 votos (0,08%) en las europeas de 1999, 9.136 sufragios (0,04%) en las generales de 2000, 5.677 papeletas (0,02%) en las generales de 2004. Ante semejante trayectoria, los responsables del PADE lo disolvieron a mediados de 2008.

Un cóctel semejante de desencanto ideológico (en este caso, ante las supuestas tibieza y blandura de Rajoy) más vanidades o ambiciones personales frustradas están en el origen de la última escisión del PP, la que en 2013 dio lugar al partido Vox. Aunque su primer registro electoral en las europeas de 2014 (246.833 votos, un 1,57%) fue prometedor, no haber alcanzado el escaño al que aspiraba impulsó a Vidal-Quadras a abandonar ipso facto el liderazgo y el proyecto, los cuales quedaron en manos de personas de perfil bajo: Santiago Abascal, José Antonio Ortega Lara... Las urnas han reflejado inexorablemente la subsiguiente pérdida de impulso: 58.114 votos (0,23%) en las generales de 2015, 47.182 (0,2%) en las de junio pasado.

Los precedentes disponibles, pues, no auguran un camino fácil para quien quiera levantar una alternativa no testimonial en el flanco derecho del PP. Salvo que fuese Aznar, claro; pero éste no lo hará. A diferencia de lo que ocurre en otras latitudes, el Gobierno de Rajoy ha esquivado la acogida de refugiados, por lo que la xenofobia tiene aquí una rentabilidad marginal. Además, pese a la troika, la inmensa mayoría de los españoles siguen viendo en la UE más una fuente de beneficios que de daños, de modo que el euroescepticismo se sitúa más bien en la izquierda extrema. Ni Legha Nord ni Alternative für Deutschland funcionarían.

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Existe hoy un solo elemento capaz de abrir, en el espacio conservador español, una brecha de millones de sufragios movilizables fuera del PP: que Rajoy entablase una verdadera negociación política con las instituciones catalanas; que accediese no ya a la independencia o al referéndum, sino siquiera a un trato bilateral. Razón de más para afirmar que tal cosa no sucederá ni por asomo.

Joan B. Coseche y Clarà es historiador.

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