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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Navidad en la ciudad

Me encanta la divertida polémica anual sobre el pesebre. Eso es Barcelona, esta discusión perpetua sobre la obra pública

El belén de la plaza Sant Jaume.
El belén de la plaza Sant Jaume. CARLES RIBAS

Ada Colau ha hecho una excelente gestión del capital simbólico de las fiestas navideñas. Hubo una pequeña polémica cuando dejó de asistir a la misa de la Mercè, que es una celebración religiosa sin paliativos —ICV tampoco asistía en gobiernos anteriores—, aunque el gesto es correcto porque el laicismo es un valor democrático en las sociedades complejas y ya desenganchadas de la tutela religiosa. En algún momento habrá que plantear la sobrerepresentación de la Iglesia en las formalidades del calendario civil. Pero la Navidad es otra cosa.

El pulso con los comerciantes, que ocupan el lugar central de la fiesta urbana, se ha ido modulando con inteligencia. No volvió la pista de hielo en la plaza central, que era una aberración ecológica, y se reemplazó por una feria de buenas intenciones bastante banal, pero la alcaldesa se desdijo de su primer impulso de restringir la iluminación de las calles. Una ciudad sin luces, acostumbrados como estamos a esa simpática brillantez, sería de una tristeza insoportable. Así que se mantuvo el régimen lumínico e incluso se instauró una fiesta (suprimible) para celebrar el primer destello. Y que corra el consumo.

Estos leves vaivenes simbólicos demuestran la inteligencia con que Ada Colau estructura sus movimientos cuando estos friegan el contacto con la gente. Nunca demasiado lejos, nunca demasiado ausente, nunca demasiado exigente. La misma estrategia se evidencia en otros órdenes más políticos pero sigue sin estar presente en la difícil relación con los grupos de la oposición. Gobernar es saber encontrar equilibrios. Pero estamos en Navidad, toca ir a ver el pesebre. Digo de entrada que me encanta.

Me encanta la divertida polémica anual sobre esta construcción artística. Eso es Barcelona, esta discusión perpetua sobre la obra pública. Este pesebre culto y literario en la plaza más representativa de la ciudad. Uno de los autores, Quim Domene, fue ya un rupturista cuando empezó a pintar en Olot —y firmaba Kim— unos lienzos hiperrealistas que dejaban atrás cualquier vínculo con la escuela olotina de paisajes mansos. Lo único que se le podría reprochar al pesebre es que las figuras son demasiado duras para encarnar el espíritu onírico de mestre Foix. Pero el conjunto es precioso.

Fui a estudiar la recepción del pesebre en dos momentos diferentes y me quedé fascinada por la mezcla de desconcierto e incomprensión que provocaba un sábado al atardecer, aglomerada la multitud que había llegado al centro desde los barrios y las periferias, sin referencias de Foix o de aventuras artísticas presentes o remotas. Los comentarios eran para enmarcarlos. Hasta había un joven catalán que intentaba traducir el poema a una chica castellana y no encontraba las palabras, ni las conocía: años atrás, esta poesía se hubiera aprendido de memoria en la escuela.

Pero en otro momento, con la plaza vacía, matrimonios de buena voluntad intentaban descifrar la complejidad semiótica de cada escena y entendían a su manera que algo diferente y bueno ocupaba esa plaza que es de todos. Por cierto, en la esquina hay una exposición de pesebres tradicionales, hermosos y trabajados. En el centro, una espléndida maqueta de una propuesta desestimada que hubiera sido un éxito: unas ruinas de medio Oriente, desiertas, la pareja protagonista absolutamente sola —sin buey ni mula— y la otra punta un grupo de turistas que avanza móvil en mano.

Berlín nos ha recordado trágicamente que hay mercados navideños en todas las ciudades europeas, pero la Fira de Santa Llúcia es nuestra tradición más entrañable. También multitudinaria por momentos, sigue siendo auténtica, esa mezcla sabia de artesanía y mercado, de tradición y familia, que nos cuenta cómo somos, qué celebramos, qué nos une.

Jordi Montlló le ha dedicado su tesis doctoral, de la cual ha puesto en la red un resumen interesantísimo, Nadal a cel obert, donde explica la sutil evolución de una celebración espontánea y natural, que no se ha desvirtuado nunca, ni siquiera bajo la presión turística. Si toda la ciudad pudiera resistir en su verdad como ha resistido la Fira de Santa Llúcia otro gallo nos cantaría, nunca mejor dicho. Significa que modular la celebración urbana de la Navidad no es fácil, aunque se pueden incorporar nuevos valores —fraternidad, ecología, solidaridad— sin que quiebre el alma profunda de aquello que vivimos y en lo que nos reconocemos.

 

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