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40.000 ventanas al viejo Madrid

El librero Juan Molina aglutina una historia visual de la ciudad en su colección de postales

Paseo del embarcadero del Retiro a finales del siglo XIX.
Paseo del embarcadero del Retiro a finales del siglo XIX.

Zurito cayó ante el morlaco y soliviantó al público. La expectación acaba cuando Bombita y Machaquito, matadores que protagonizaron a finales del siglo XIX una encarnizada rivalidad taurina, acuden al quite. La instantánea pertenece a una corrida en la plaza de toros de Felipe II, desaparecida en octubre de 1934, y forma parte de la colección personal del librero Juan Molina. Sus más de 40.000 postales, que nunca han visto la luz, narran la historia de Madrid.

El paso del tiempo ha convertido a estas estampas en testimonios de gran valor. Documentan, por ejemplo, cómo el coso se convertiría años más tarde en el Palacio de Vista Alegre. Todas están selladas: han circulado, tienen sus dedicatorias y han traspasado la esfera privada para convertirse en memoria colectiva.

Las primeras postales le llegaron por casualidad. “Nunca pensé en ser coleccionista. Luego te entran inquietudes, y al final terminas acumulando una salvajada”, explica. Juan, ya jubilado, nació hace 70 años en Campillo de Arenas (Jaén). Llegó a Madrid en marzo de 1950, con cuatro años. Desde entonces ha sido testigo directo de las transformaciones de la capital. Ahora no solo las cuenta, sino que las muestra.

En los años setenta comenzó a ayudar en el negocio familiar, Vitorio, un local de libro antiguo en pleno Rastro, que luego heredaría. “Un señor mayor traía todas las semanas libros de toros. Con el dinero que sacaba, invitaba a comer a su mujer. Cuando se le acabaron, se presentó con dos álbumes con más de 300 postales. Yo era reacio a comprarlas, pero accedí por la relación que existía”. Las palabras de aquel hombre resuenan en la cabeza de Juan cuatro décadas después: “Me dijo que no las vendiera”. La nostalgia le hizo seguir el consejo. Pronto le entró el gusanillo y comenzó a adquirir otras. Las tarjetas muestran estampas cotidianas: yunteros en la entrada del parque de El Retiro por la calle de Alfonso XII en 1912; niños buscando nidos o niñeras paseando carritos de bebé. “En las ferias de libros, mis amigos me las traían desde todas partes, porque se enteraron de que las coleccionaba”.

Tiempo y dinero

Le han costado mucho dinero, pero sobre todo, tiempo. “Ver una colección de estas completas es muy difícil. No sé si habrá una más grande”, dice. Los álbumes archivan fotos desde las últimas décadas del XIX, cuando aparecen las postales auspiciadas por el servicio de Correos, hasta los años ochenta del siglo pasado. No solo hay de Madrid, también de municipios de la región, y Molina las tiene perfectamente documentadas.

¿Vender la colección? “Llega un momento en el que te planteas venderla. Yo no tengo hijos, y mi intención es que disfrute las postales el mayor número de personas posible”, señala. Ha tenido varias ofertas, incluso reconoce que podría sacarlas al mercado por separado y obtener más dinero, pero su intención es que una institución pública se quede todo el lote. “La colección vale lo que te quieran dar. Cuando necesitas comprar vale mucho; cuando la quieres vender es solo papel. Y cuando no entiendes, más papel”.

En la pared de su librería, que ahora solo abre los fines de semana, hay colgadas varias reproducciones. Entre ellas, la estación de metro de la red de San Luis en los años veinte, ahora Gran Vía. “La gente de mi generación ve la foto y se queda hipnotizada”, afirma. Sus postales favoritas son las de su barrio, el Rastro, aunque reconoce que en la colección hay verdaderas obras de arte. Él solo observa las imágenes, nunca ha prestado atención a las letras y las circunstancias que llevaron a escribir la postal: “Son temas muy personales”.

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