Atrapados en el móvil
Una pieza teatral reflexiona sobre la adicción de la sociedad a vivir en permanentemente conexión
Nunca la nuca había ido tan al descubierto, cada vez más libre, con más perspectiva del mundo que la rodea. Tampoco nunca había ido tan encogido el cuello, plegado sobre sí mismo, sin ver más allá de una barbilla que casi lo roza. Los ojos sobre una pantalla, la de cualquier cacharro conectado a Internet. Los españoles consultan el móvil una media de 150 veces al día, haya o no haya notificaciones. Una locura que crea imágenes tan reconocibles como la de un vagón de metro en el que todo el mundo está absorto en su dispositivo o cenas de amigos en las que no se mira nadie pero se llega a hablar por WhatsApp con los que rozan tus propios pies por debajo de la mesa
Nomofobia (el miedo contemporáneo a estar sin teléfono o alejado de él) es el nombre que se ha dado a una nueva patología que no podría haber nacido sin el teléfono móvil. Esta necesidad/adicción sobrevuela iMe (algo así como "yo mismo"), la obra de teatro de Roc Esquius (Suria, Barcelona, 1982) que lleva casi dos años de gira, llenando cada vez más butacas. Ahora están en el Pequeño Teatro Gran Vía, hasta el próximo 12 de enero. “El propio teatro antes de empezar la reunión es un momento iMe, el autobús, una cafetería, un aeropuerto”, dice Esquius, autor y director de este espectáculo que plantea una posibilidad. Y una probabilidad. Esa en la que un día cualquiera de los próximos años levantemos la cabeza y ya no sepamos decirnos hola, ni abrazarnos.
'iMe'
Texto y dirección: Roc Esquius
Intérpretes: Núria Deulofeu, Mireia Pàmies, Bernat Mestre e Isidre Montserrat.
Los miércoles y jueves, a las 20.00, en el Pequeño Teatro Gran Vía.
“El nivel de comunicación (virtual) al que hemos llegado ha sido un bofetón en toda la cara. De repente había estudios sobre la adicción a Internet, al móvil… miraba a mi alrededor y no veía los ojos de nadie. Me pregunté qué pasaba cuando alguien se gastaba una pasta en ir a cenar con su novia y se pasaba toda la noche mirando el móvil”, cuenta el autor. Teniendo en cuenta los datos de "apego" que le tenemos al móvil, Esquius no estaba desacertado. Un día fue a sacar un café a la máquina de su antigua empresa; había media docena de personas esperando a que cayera el chorrito parduzco, en silencio. Las únicas emociones que había en esa sala se estaban retransmitiendo a través de un teclado táctil.
Esa imagen, pero a lo bestia, es iMe. La historia arranca en un mundo (¿futuro?) en el que todo, absolutamente todo, está integrado en el cerebro. Los humanos viven a través de las redes sociales: “Ya pasa un poco esto, a veces conoces a alguien en alguna red, entablas una relación, y cuando te encuentras en la vida real es como si fuese otra persona”.
Aquí, dos mujeres y un hombre comparten apartamento, pero no se conocen. Nunca se han mirado. Ni rozado. No saben sus nombres, o al menos no los han pronunciado jamás. Como si se tratase de un episodio de Black Mirror —aclamada serie británica que en cada episodio retrata un futuro distópico—, el único mundo que comparten los tres compañeros de piso es uno virtual: a través de una serie de comandos que podría resumirse en los botones de retuit; de “me gusta”, o de “añadir amigo”. Su única comunicación es en sistema binario. Un día, de repente, se produce un apagón tecnológico. El fundido a negro de su mundo ¿Y entonces qué?
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