Referendos en tiempos populistas
En la medida en que no admite matices y la gente vota con frecuencia por razones distintas a las que figuran en la pregunta, está claro que el referéndum es el peor método de participación democrática
El Brexit ha puesto de relieve el falso mito de los referendos como método democrático de toma de decisiones en asuntos complejos. No deja de ser una ironía del destino que ello haya sucedido en Gran Bretaña, una antigua democracia representativa donde la tradición tiene un enorme peso y, en cambio, apenas hay experiencias de refendos. Quizás se empiece a derrumbar un mito, el de que los políticos ingleses son prudentes y sabios, que aquella si es una democracia sólida y asentada a la que se le nota el peso de la historia. En este caso, al menos, no lo han demostrado: el referéndum ha sido autorizado por el Parlamento sin unas reglas precisas y específicas que permitieran interpretar adecuadamente los resultados: porcentaje mínimo de participación y de voto, amplio debate público en el que se implicaran los líderes políticos de forma clara, con una posición conjunta del Parlamento previo al voto popular. Una democracia seria exige un proceso que en Gran Bretaña no ha tenido lugar.
Al contrario, todo se ha hecho a lo bruto, sin sutileza alguna, dejando al albur de una mayoría ocasional una decisión de extrema importancia que no sólo afecta a los británicos sino también al resto de Europa y a EEUU. No deja de ser chocante que la decisión adoptada por una estrecha mayoría del 52% de los votantes (y menos del 36% del total de la población) hubiera salido ampliamente derrotada de la cámara. Sólo una fracción de diputados del partido conservador la defendía; el resto de conservadores, los laboristas, los liberales y los nacionalistas escoceses, estaban en contra. El partido que encabezaba el Brexit, el UKIP, sólo tenía un escaño.
Hay que preguntarse, pues, en qué momento los británicos han expresado su voluntad: al escoger al diputado de su distrito o al votar en referéndum. Tan dispares resultados no lo dejan claro. En todo caso, no deben descartarse nuevas elecciones; al contrario, parecen probables. De momento, los responsables del desaguisado dimiten: Cameron, Farage, Johnson y está en un brete el porvenir de Corbyn, ambiguo líder laborista. Un auténtico vendaval, una extravagancia política, en el país donde se inició la democracia moderna.
Quizás en Cataluña podamos sacar consecuencias de los acontecimientos británicos. Al fin y al cabo, el tema de debate es parecido y el procedimiento también: aquí se quiere salir de España mediante un referéndum, allí de la UE a través del mismo instrumento de participación. Sin embargo, curiosamente, los responsable catalanes, políticos o columnistas, sobrecogidos por el experimento británico y sus consecuencias, guardan silencio. Muchos de ellos, en su miopía intelectual, reducen la democracia al voto directo. “President, posi les urnes”, repetía con voz chillona la actual presidenta del parlamento catalán. Y el presidente, aun contra ley y de cartón, las puso. Una chiquillada con consecuencias.
Pero algunos, no muchos, fueron a votar, en su casi totalidad a favor de la separación de España. Sin embargo, como ahora ha sucedido en Gran Bretaña, en muchos casos el voto no era una respuesta a lo que se preguntaba sino que estaba motivado por una revuelta contra todo, contra el sistema, económico, social y político. Colau y Rabell, líderes de En Comú Podem, la confluencia del partido de Pablo Iglesias en Cataluña, han declarado en numerosas ocasiones que votaron a favor de la independencia pero que no son independentistas. Pasemos por alto la coherencia de su posición, quizás no exigible del todo a un ciudadano cualquiera, pero sí a líderes políticos. Pasémoslo por alto. Pero es indicativo de algo que afecta a la credibilidad democrática de los referendos: no se contesta a lo que se pregunta sino que se vota a favor o en contra de otras cuestiones, con frecuencia donde más duela al establishment que gobierna, a la élite o casta a la que se culpa de todos los males.
Sabíamos que los referendos eran una forma muy imperfecta de participación política. Quien los convoca hace la pregunta que más le conviene, es imposible matizar la respuesta, en la mayoría de ocasiones el ciudadano no tiene un criterio formado para responder con fundamento. Todo esto lo sabíamos. Pero ahora, en tiempos populistas, hay que añadir otra razón: se vota por razones distintas a las que el referéndum plantea. Ahora está todavía más claro: es el peor método de participación democrática, incluidos todos los demás.
Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.
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