La cantinela reiterativa
El dúo ofrece un espectáculo visual y divertido para un rato, pero en términos musicales se hace muy pesado
Llamar conciertos a algunos episodios de hip hop constituye un ejercicio de generosidad. Lo de Macklemore y Ryan Lewis del viernes en el Barclaycard Center, meritorio debut español ante 3.500 espectadores, fue otra cosa. Llamémoslo postureo, impostura o performance para plató televisivo, según el humor del que nos pille, pero no un espectáculo musical entendido como aquel evento en el que uno o varios intérpretes ejecutan, generalmente sin necesidad de anotaciones ni partituras, el puñado de canciones que moran en sus cabezas.
En su lugar tuvimos al rubio Ben Haggerty (Macklemore) ejerciendo de gamberrete tierno al que su niñita despierta cada mañana, y a su compinche relegado a un segundo o tercer plano del escenario. A este Lewis, que tocó cuatro veces el tambor y punto, no le concederán nunca la medalla al mérito del trabajo. Al trompetista de la banda, del que solo supimos su espléndida constitución pectoral porque actuaba sin camiseta, tampoco. Al presunto cuarteto de cuerda y su pose encorvada, como de gerontocracia prematura, ni hablar. Así que los verdaderos auténticos currantes allí fueron los bailarines y el encargado de las pantallas gigantes, desde las que emanaron los únicos momentos musicales de la noche: el espléndido soulman Leon Bridges en Kevin o los coros de la muy cachonda y pegadiza Let’s Eat. Aunque Haggerty la finalizase con el dudoso numerito de lanzar una galleta hasta el otro extremo del pabellón.
Same Love clama contra las fronteras e incluye el compromiso de Macklemore con la bandera arcoíris. El dúo puede y suele ser mordaz, como demuestra en su recientísimo This Unruly Mess I Made y ya evidenciaba en Thrift shop, clase de supervivencia con 20 pavos en el bolsillo, pero, salvo para bilingües y tenaces, la cantinela se acaba haciendo reiterativa. Tan larga como ese cadenón dorado, puro atrezzo, en torno al gaznate del rapero.
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