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Rock / ROSENDO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Frente al conformismo

El viejo gurú carabanchelero, cada vez más suyo y genuino, denuncia las mediocridades mundanas a guitarrazo limpio

En estos tiempos de volatilidad, Rosendo sigue ejerciendo como un valor seguro. Uno de los poquísimos que nos quedan. Un tipo capaz de llenar los escenarios grandes en formato de trío, aunque fueran 5.000 los fieles que le esperaban este martes en el Barclaycard Center. Rosendo Mercado podría aligerar su carga de trabajo con otro guitarrista, para empezar, pero apostamos a que semejante posibilidad ni siquiera se le ha pasado por la imaginación. Entrado ya en la década de los sexagenarios, no contamos con hacerle cambiar: su rock de zapatillas, vaqueros desgastados y puñaladas a las conciencias de los pusilánimes le acompañará, con seguridad, hasta el fin de sus días. Y sus conciertos son cada vez eso: una honesta llamada de atención, casi un grito, frente al conformismo.

No se anduvo con chiquitas Mercado en la despedida de Mentira me parece, una gira con la que no busca la ovación fácil ni la agitación instantánea de las masas, poco familiarizadas con títulos que, como Corazón o Quincalla o no, agudizan la vertiente más cáustica y afilada del carabanchelero. El rock urbano de Rosendo, con derivaciones en el blues y el hard rock, admite pocas contemplaciones: es una dosis de vitriolo en vena, sin miramientos para quienes no manejen los códigos del barrio y la acera. Pero esos retratos de idiotas iluminados (Date por disimulao, por ejemplo) son igual de inteligibles en Malasaña, L'Hospitalet o Russafa: la estupidez, ahora lo tenemos claro, no se detiene en fronteras.

A Rosendo le puede fallar la variedad en los registros, pero seguramente, a estas alturas, no necesite cambiar el paso. Por eso su confesión de hartura frente a “la usura y la represión” (Muela la muela) deriva, ante su gesto de estupor, con gritos de “¡Presidente, presidente!”. El tono contumaz y testarudo acaba incurriendo en redundancia, pero las escalas en los viejos Leño (El tren) y la avalancha final, desde Pan de higo a Loco por incordiar, Agradecido o la ineludible Maneras de vivir, hacen el resto.

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