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Francia en el recuerdo de aquella buena gente, que decía Goytisolo

Emotivo y necesario concierto de Paco Ibáñez en el Palau de la Música

Con las luces todavía apagadas y un foco rojo apuntando un lugar indeterminado del escenario, la voz de José Agustín Goytisolo atronó con un baño de realidad: “En tiempos de ignominia como ahora a escala planetaria y cuando la crueldad se extiende por doquier fría y robotizada, aún queda buena gente en este mundo que escucha una canción o lee un poema”. Un estremecimiento recorrió el Palau de la Música justo antes de que Paco Ibáñez, todo de negro y guitarra en mano, apoyara su pierna izquierda sobre la pertinente silla también negra y comenzara el pasado miércoles, en el marco del Festival del Mil·leni, uno de esos recitales que, aunque pase el tiempo, siguen siendo necesarios para la salud mental de cualquier ciudadano.

Necesario tanto por su continente como por su contenido. Un continente que huye conscientemente de los fastos del show business para centrarse única y exclusivamente en lo esencial: la palabra convertida en poesía y, a su vez, convertida en canción. Una canción directa, sin medias tintas ni adornos, que cala hondo, como un aguijón que inyecta un veneno para el que no existe antídoto ni falta que le hace.

Las palabras de Goytisolo suenan al principio del recital desde hace varios meses pero tras los atentados de Paris cobraron una fuerza inusitada. Y Paco Ibáñez comenzó también recordando que en Francia, su querida Francia, “están de luto y ese luto lo sentimos todos”. Para los caídos cantó primero Nocturno, de Rafael Alberti, y después, en francés, Le temps des cerises antes de recobrar un viejo romance español para resaltar “que no todos los árabes son asesinos”.

A partir de ahí fue intercalando algunas de sus más recordadas canciones. Pasó del Arcipreste de Hita a García Lorca y a Nicolás Guillen, con el que acabo la primera mitad. En varios temas le acompañó la guitarra de Mario Mas. La segunda se abrió con un trío de canciones en euskera con el respaldo del acordeonista Joxan Goikoetxea. Xabier Lete, Cesare Pavese desfilaron antes de que Neruda cobrase vida con el saxo de Gorka Benítez, inspiradísimo, y el contrabajo de Horacio Fumero añadiese un punto de color e intensidad a nuevas palabras de Goytisolo, lobitos, abuelitos y las más que necesarias Palabras para Julia que el cantante recordó que era la canción que la chilena Michelle Bachelet escuchaba en la cárcel para darse ánimos junto a otras reclusas.

No fue solo esa anécdota la que trufó el recital. Fueron muchas otras porque en las actuaciones de Paco Ibáñez son casi tan importantes sus comentarios como sus canciones. La poesía como esa arma cargada de futuro justificó todo el concierto antes de que, ya con todos sus músicos sobre el escenario, concluyera regresando a Francia para versionar a Brassens. Y en los bises, Atahualpa Yupanqui y, nuevamente, Alberti. Y todo el mundo galopó con él hasta enterrarlos en el mar.

Poesía necesaria como el pan de cada día, canción necesaria. El tiempo pasa, que pasa, pero la enorme propuesta de Paco Ibáñez sigue ahí, por suerte para toda la buena gente de la que hablaba Goytisolo.

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