Un Mahler de una pieza
La Sinfónica de Galicia abre la temporada con una gran versión de Tercera Sinfonía junto a Slobodeniouk y sus coros
La Orquesta Sinfónica de Galicia y sus coros femenino y de niños, todos dirigidos por Dima Slobodeniouk, inauguraron el viernes su temporada de abono con la interpretación de la Sinfonía nº 3 de Gustav Mahler. Fue una gran versión de la magna obra mahleriana: dos horas de música grandiosa, sin fisuras, en una demostración de cómo la técnica puesta al servicio de la partitura genera un sentimiento en el escenario y de cómo este se transmite al auditorio.
Fueron casi dos horas de música desde lo hondo; en una versión bien cercana a los pensamientos panteístas que albergaba Mahler desde la época en que compuso su Así habló Zaratustra -que también interpretarán Slobodeniouk y la OSG esta temporada-. Así, la versión de esta Tercera fue fiel a la idea mahleriana de “un mundo construido con todos los medios técnicos a mi alcance”, expresada durante el proceso de composición de esta obra grandiosa.
Un mundo como idea, y como realización en la versión del viernes 9 en la que la tensión expresiva no decayó ni un momento. Algo logrado con una completa visión de la estructura global de la obra y controlando hasta el mínimo detalle de cada elemento de esta. Con gran claridad de líneas e idónea disposición de planos sonoros, tanto en los temas -las piedras con que se construyen las obras- como en las transiciones -la argamasa con la que se unen y afirman aquellos-.
En esta “construcción” fue decisiva la calidad de de los músicos de la Sinfónica de Galicia, la de sus coros y la de los numerosos refuerzos que requiere la partitura mahleriana que, en su mayoría, han pasado por la Joven Orquesta de la OSG. El rotundo poderío de sus metales, su capacidad de matización, la preciosa variedad de color de sus maderas y toda la gama de sonido de sus secciones de cuerdas: la cronométrica precisión e inmensa variedad tímbrica de la percusión; la bronca aspereza que en ocasiones llegan a lograr sus contrabajos y su continua firmeza; la suavidad sedosa o el brillo acerado de sus violines; el tacto sonoro de terciopelo de sus chelos o el canto de las violas; capaz este de elevar a los cielos, al inicio del finale, el espíritu de cada aficionado presente en la sala.
Y los solistas; absolutamente todos: flautas, piccolo, oboe, corno inglés, clarinete o fagot, estuvieron a la enorme altura general. Pero si hubiera que distinguir a alguno habría que nombrar el violín de Massimo Spadano reflejando en la altura las profundidades de la voz de Ewa Podless, otra vez en plano de estrella vocal; el trombón de John Etterbeek y la hondura de sentimiento que transmitió en afortunado contagio al auditorio.
Y, una vez más, la capacidad de John Aigi Hurn para extraer de su instrumento desde el brillo argentino de unos luminosísimos agudos al sonido más marcialmente incisivo de una banda militar con la trompeta. Y capaz de elevarnos a los cielos desde su posición en lo más alto del Palacio de la Ópera con su “posthorn” en si bemol, el instrumento que Mahler designo como definitivo para el, en todos los sentidos, inmenso solo del tercer movimiento, única revisión, por cierto, que el autor hizo de esta obra.
Solo dos objeciones a esta inauguración de temporada. La primera es la total ausencia de cualquier representante político del Ayuntamiento, tanto en el concierto del viernes como en el del sábado. El apoyo de la institución que creó la Orquesta Sinfónica de Galicia ha de ser no solo económico. En ese sentido ya se ha visto la situación, dicen que temporal, creada con el modificativo de crédito decretado en agosto. Pero también es muy importante para la motivación de los músicos el apoyo moral, del que debería ser la mejor muestra la presencia del alcalde y/o del concejal de Cultura en un concierto inaugural de temporada.
La segunda es la serie de continuas perturbaciones sonoras producidas el sábado por lo que parece que fue la amplificación de sonido de una fiesta celebrada en el auditorio al aire libre de Santa Margarita. Tan intensas y continuas que pudieron llegar a afectar a la concentración de músicos y director, pero que –dada la extrañísima acústica del Palacio de la Ópera- no se llegaron a oír desde las butacas del público.
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