Iconoclasta es poco
Las reinvenciones radicales de Francisco Contreras descubre uno de los cerebros mejor amueblados de la temporada
Esta vez hemos visto la luz. Y la porta un paisano de la Dama de Elche al que no le importa retratarse como el ecce homo de Borja. Francisco Contreras se recubre de una pátina desastrada para que aprendamos a no dejarnos llevar por las apariencias. El suyo es uno de los discursos más sólidos y de los cerebros mejor amueblados que se nos ocurre imaginar sobre una tarima, más allá de que la modernidad le bendiga hasta con una portada del Rockdelux.
No cabía un alfiler este jueves en El Sol para escuchar sus Voces del Extremo, un soberano sopapo conceptual, estilístico y poético: eso de “Nadie me conoce, ni mi psiquiatra ni la alcachofa de la ducha” constituye un reto de superación para Kiko Veneno. Llamarle iconoclasta es poco. Francisco deja en tímidas las diabluras inmortales del maestro Morente, y no digamos la contaminación jonda de Jota y sus Planetas. Él prefiere la retahíla inarticulada (Nadie), el transistor de bolsillo a medio sintonizar, el espasmo casi cómico o ese quejío entre arábigo y epiléptico de Canción de corro de niño palestino, una pieza con menos acordes que Tomorrow never knows.
Lo mejor de Niño de Elche es que nos obliga a mentir en el epígrafe de esta crónica. Lo suyo no es flamenco, pero, a la espera de algún neologismo, tampoco admite una denominación alternativa. “Las etiquetas ahuyentan”, resumió él mientras presentaba un tema que su guitarrista (inmenso Raúl Cantizano) consideraba “depresivo” y su teclista, “progresivo”.
La velada se había abierto con una letanía prolongada que el Niño oficia leyendo un libro desgastado en la zurda y desorbitando el semblante, lo que le confiere un cierto porte de seminarista simpatizante de Podemos. Luego llegarían sus fusiones de Pantoja y krautrock, esa reinvención de la copla con la que descubrimos a una Martirio alopécica para el siglo XXI. El humor y la mala baba, las risotadas sardónicas (El comunista) frente a la mediocridad circundante. Los tecladillos de verbena y ese bajo dislocado y machacón (Miénteme) que nos sitúa frente a los Talking Heads de 1977. Definitivamente, lo de este Niño es cosa seria.
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