_
_
_
_
Elecciones catalanas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El quiosco de Madrid

La inmensa sorpresa que ha causado el independentismo catalán en el resto de España confirma que han fracasado los mecanismos de conocimiento mutuo

Son muchas las razones que explican el aumento de la opinión favorable a la independencia en Cataluña. Al núcleo minoritario de independentistas históricos, de carácter eminentemente cultural, se le ha sumado en los últimos años un sector que ha visto en el déficit fiscal y la gestión centralista del aeropuerto, el tren de alta velocidad o el corredor del Mediterráneo, el agotamiento del sistema de las autonomías. La política de infraestructuras es una cuestión clave que no solo confirma el carácter radial de España sino que pone punto y final a la voluntad de una gran mayoría de catalanes de entenderse con los Gobiernos de Madrid.

La independencia ha crecido como opción política porque ha mezclado a los que priorizaban la defensa de la historia, la cultura y la lengua propias con los ciudadanos que, sin ser explícitamente nacionalistas, exigían una política económica y fiscal más equilibrada y una gestión de las infraestructuras en red. El respeto por el catalán y la vocación de capital de Barcelona, dos vectores esenciales para entender Cataluña, han sido continuamente ninguneados por Madrid.

La crisis del régimen surgido de la Transición ha sido otro factor determinante. La desafección por la política tradicional y la corrupción han acelerado la voluntad de refundar el sistema político rompiendo con los límites del marco constitucional de 1978. Cuarenta años después de la muerte de Franco, ha explotado el debate que se aparcó en la Transición. El artículo 2 de la Constitución (la indisoluble unidad de España y el reconocimiento, sin nombrarlas, de nacionalidades y regiones) está asentado sobre silencios que han dejado de ser un tabú para las generaciones de catalanes que han venido después.

Nacidos en democracia, formados en catalán, bilingües y ciudadanos de la Unión Europea, estos nuevos catalanes dan por descontado que Cataluña es una nación y otorgan a la independencia cierta carta de normalidad. “¿Por qué no?”. En España, “nación”, “Estado” y “país” han sido siempre conceptos polisémicos pero hasta hora, entre todos, más o menos ya nos entendíamos. Cuatro décadas después, España ha convencido a los catalanes de que solo un Estado puede proteger la lengua y garantizar el desarrollo de un país. Ese Estado plurinacional que debía integrar la diversidad de sus pueblos, ese Estado precursor de la Europa diversa y cosmopolita, se ha limitado a aspirar a ser un Estado-nación de manual, pero sin tener a sus espaldas los siglos de democracia de sus vecinos europeos.

Ese Estado plurinacional que debía integrar la diversidad de sus pueblos se ha limitado a aspirar a ser un Estado-nación de manual

La crisis económica ha sido el detonante que ha sumado todos estos factores y disparado el independentismo en Cataluña. En el contexto de recesión, la falta de transparencia de las balanzas fiscales, combinada con las acusaciones constantes de falta de solidaridad, ha irritado a los catalanes. Y el paro y la falta de perspectivas de futuro han encontrado en la independencia la ilusión y la esperanza que ningún otro proyecto político ha sido capaz de hilvanar.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

La inmensa sorpresa que estas últimas semanas ha causado el independentismo catalán en el resto de España confirma que, además, han fracasado los mecanismos de conocimiento mutuo. Porque una cosa es el desacuerdo político y la otra la estupefacción de los últimos días. Han fallado la cultura y la educación en la diversidad. Y en esta falta de contacto han tenido una enorme responsabilidad los medios de comunicación. Mientras la sociedad catalana evolucionaba en esta dirección, los periódicos y televisiones estatales se recentralizaban, ensimismados en su doble crisis, la económica, que reducía redacciones y cerraba delegaciones regionales, y la del papel, fruto de la revolución digital.

En una esfera pública más plural y fragmentada, las redes sociales contribuyeron a aglutinar el malestar catalán. En Cataluña, que ya contaba con un sistema social y de partidos más complejo, nacían nuevos proyectos periodísticos y tres de los grandes diarios inauguraban versión en catalán. Mientras tanto, el quiosco de Madrid permanecía inmutable viendo el mundo desde la capital. Voces como Ignacio Escolar o Suso de Toro no se han cansado de repetir que los periódicos madrileños en papel, los que se leen en ministerios y embajadas, tienen agenda propia, han fallado en su responsabilidad de reflejar el conjunto de España y ni siquiera son un reflejo de su propia ciudad. Madrid irradia pero es incapaz de impregnarse de lo que le llega de la periferia. El desajuste entre la realidad catalana y el quiosco de Madrid nutre el independentismo y explica parte del desconcierto de la capital.

Judit Carrera es politóloga

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_