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ROCK Matthew E. White

Influencias y decibelios

El barbudo de las coletas sigue siendo una enciclopedia de géneros clásicos, pero ahora ha ganado en vigor, seducción y carnalidad

Momento del concierto de Matthew E. White en la sala El Sol.
Momento del concierto de Matthew E. White en la sala El Sol.F.N.

Por alguna razón que se nos escapa, hubo apenas dos tercios de entrada en El Sol el pasado martes para celebrar el desembarco de Matthew E. White. Hicieron mal los remolones: se perdieron uno de los conciertos más vibrantes y absorbentes que ha dejado en la ciudad en lo que va de año. La principal novedad aparente respecto a su anterior visita (en abril de 2014) radica en que la melena desbocada de entonces ha devenido en dos aseadas trenzas de resonancias indígenas, pero la transformación auténtica del de Richmond ha sido más colosal de lo que sugiere el estilismo. Sobre todo porque su segundo álbum, Fresh blood, es infinitamente más variado, pletórico y vigorizante que su antecesor. Y porque la banda ha ganado en músculo e intensidad sin perder un ápice de elegancia: el delicioso guitarrista Alan Parker parecía, hasta en la gestualidad, un joven Robbie Robertson.

La huella de The Band no es difícil de percibir en One of these days, a ratos deudora de Up on cripple creek, pero en general White ha multiplicado las influencias y los decibelios. Su conjugación de folk, soul, country y góspel se queda ahora más cerca de Ben Harper que de Randy Newman, pero siempre con un catálogo cultísimo de recursos en la escritura. Lejos de la tiranía de la estrofa-estribillo-estrofa, el virginiano maneja cortes inesperados, guiños, cambios de acentuación y fabulosos arrebatos de enloquecimiento instrumental, como en ese epílogo maravillosamente inacabable de Steady pace. White no ha perdido el aire bonachón, pero las camisas de leñador han dejado paso a americanas y todo es más rico, variado, elegante, juguetón (Fruit trees), incluso sexy: Rock and roll is cold invitaba a prolongar el martes de manera temeraria. Con los ánimos caldeados, solo servía como bis una lectura envenenada y estruendosa de White light, white heat, de la Velvet Underground. Fantástico.

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