El imperativo soberanista
“En poco más de dos años, hemos pasado de ser una comunidad autónoma de España a estar haciendo cola para ser el próximo Estado de Europa”
Carme Forcadell salió un día de la nada para convertirse en la heroína del soberanismo, reprender a los políticos independentistas y enviar al infierno al Estado español. Pero no apareció por arte de magia sino de una larga militancia en los movimientos de carácter catalanista, de cuando estos no tenían ni el brillo ni las aspiraciones de la Asamblea Nacional Catalana (ANC). Esta mujer, de discurso vehemente y nítido, siempre parece tener prisa, tal vez porque solo tiene un plan: llegar a la independencia cuanto antes. Cualquiera que se oponga a la hoja de ruta de la ANC se arriesga a ser reprendido públicamente y lanzado a los pies de la rebelión civil que ella encabeza. “Presidente, ponga las urnas”, será su frase más recordada, también la que mejor expresa su rechazo al circunloquio y la desconfianza que atesora respecto de la política y los políticos.
Su elección como presidenta de la ANC no respondió únicamente a su impecable currículo de activista —Plataforma per la LLengua, Comissió per la Dignitat, Plataforma pel Dret a Decidir, coordinadora de las consultas populares, Òmnium—, sino también a la imperiosa necesidad de evitar que la organización fracasara por culpa de las tradicionales disputas entre los históricos del independentismo. Entre uno y otro bando emergió la figura de Forcadell, la más votada por los socios. Siempre ha sido independentista, aunque no recuerda el momento preciso de la toma de conciencia. “Me dí cuenta que para sobrevivir, el catalán necesitaba un estado, que podía haber sido el Estado español, pero como nunca había hecho nada por nuestra lengua, nos haría falta un estado propio, estaba claro. Por eso me hice independentista”.
Salvar el catalán gracias a la construcción de un estado protector, constituye su particular imperativo hipotético, sin duda aprendido de Kant, el autor que más le interesó en sus estudios de Filosofía, compaginados con los de Periodismo. Vivió la universidad sin militar en ningún partido clandestino, observando desde la distancia la evolución de la Transición —“no se transitó hacia ninguna parte, permanecieron las mismas estructuras de poder”— y a la misma Constitución: “No me acuerdo siquiera de si fui a votar, era muy joven, de haber ido a votar lo hubiera hecho por el no”. Tras licenciarse se incorporó en el movimiento asociativo de Sabadell y allí siguió hasta 1999, cuando ingresó en ERC, en la etapa de Carod Rovira. Su actividad orgánica y representativa fue breve, cuatro años como concejal y otros tantos en la ejecutiva, hasta que llegó Puigcercós; pero sigue pagando la cuota.
Me dí cuenta que para sobrevivir, el catalán necesitaba un estado
Algo debió pasar para que su experiencia como militante le dejara un poso de decepción y una percepción tan negativa de los partidos como la que expresa. No ahorra una sola critica a los políticos, a los que mantiene en una especie de libertad condicionada al cumplimiento de sus promesas. “Hay un casta económica, sí, pero también una casta de políticos que han dominado el país durante años; hay mucha gente esperando para ser diputado o alcalde, estos intereses pesan, hay una estructura que deben mantener y para ello deben de estar en el poder”. Mientras en los partidos solamente ve defectos, en el movimiento asociativo y singularmente en la ANC, todo son virtudes: “La sociedad se siente mejor representada por las entidades civiles, los ciudadanos entienden que la Asamblea está formada por gente que no tiene intereses políticos, que solamente quiere que el país avance, nos ven más próximos, más como son ellos mismos; somos transversales, por eso podemos tener gente de todos los partidos”. En su modo de ver las cosas, las características fundacionales de la plataforma —un objetivo único y, por tanto, una fecha de caducidad—, ayudan a diferenciarla de los partidos, quienes, por el contrario, “buscan perpetuarse, formar parte de la élite del país; nosotros no, solamente queremos la independencia. Y en eso estamos”.
Forcadell actúa como un acelerador de partículas soberanistas, instalada en el terreno vidrioso delimitado por la representatividad electoral y la de la sociedad civil organizada. Para ella, las dos cosas valen igual pero cada una a su tiempo. “Un millón de personas en la calle sirve para presionar para hacer un referéndum o para que se nos diga una pregunta y una fecha. Pero, claro, este millón debe traducirse en votos”. No ve en este ejercicio, que representa con tal expresividad que podría dudarse sobre quien dirige realmente el proceso, ningún efecto nocivo, en los términos hoy muy frecuentes de desprestigio de la política y de las instituciones. “En todo caso, lo que pone en evidencia es que si los políticos hicieran lo que deben hacer, tal vez no debería existir la Asamblea. Yo digo una cosa muy fácil: cumplan sus promesas. Ya es grave tener que pedir esto, ¿no?”.
El final de la etapa de las consultas no ha satisfecho sus expectativas, según las cuales, ahora deberíamos estar en plena fase de creación de estructuras de estado, una vez obtenido el mandato democrático en el 9-N; sin embargo, el proceso participativo no aportó dicho mandato. “Los partidos que se habían presentado con esta promesa la tienen pendiente”. A pesar de este retraso, valora muy positivamente el período de manifestaciones multitudinarias inaugurado en 2012: “Si alguna cosa nos ha demostrado este proceso es que las cosas pueden cambiar, que la sociedad civil tenemos poder. En poco más de dos años, hemos pasado de ser una comunidad autónoma de España a estar haciendo cola para ser el próximo Estado de Europa”.
Si alguna cosa nos ha demostrado este proceso es que las cosas pueden cambiar
El primer paso está dado. A su juicio, la sociedad catalana ha desconectado de España y está lista para irse, aunque sigamos formando parte de ella, de momento. Personalmente, dice no sentirse española pero tampoco antiespañola; no le gusta lo de España nos roba —“lo que nos roba es el sistema de financiación, que pactamos, mal, nosotros”— y no se llama a engaño sobre el día después de la independencia, concretamente en el tema de la lengua: “Todo continuará igual, la diferencia será que el catalán será lengua europea, tendrá un estado que la protegerá”.
“No hay tercera vía, o se negocia o somos beligerantes. Creo que todos nos la habremos de jugar”. Forcadell asegura no tener miedo, estar dispuesta a hacer lo que haga falta “porqué creo que la independencia es lo mejor para mi país”. Tampoco intuye que lo tengan los partidos soberanistas ni el presidente Mas, con quien se muestra muy comprensiva por la decisión de no aplicar el decreto del 9-N, una vez suspendido. “Ahora me sería muy fácil decir que yo sí hubiera seguido adelante; sinceramente, no sé si lo hubiera hecho, sería muy bonito decirlo ahora”, concluye.
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