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FÚTBOL | EN UN PERIQUETE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sábado lluvioso

Sergio García asume la responsabilidad en el Espanyol que le pide el entrenador y todos nosotros

Sergio García celebra el gol contra el Levante.
Sergio García celebra el gol contra el Levante. CARLOS MIRA (DIARIO AS)

Era un sábado lluvioso por la tarde, se jugaba el Espanyol-Levante y el campo estaba encharcado como los pulmones de una sociedad enfermiza. Violencia de los hombres contra las mujeres, y viceversa; violencia de los padres contra los hijos, y viceversa; violencia de la Iglesia Católica contra los niños, violencia de los bancos contra una anciana de Vallecas, hipotecada su vida y su historia; violencia de los hombres contra los hombres y de las mujeres contra las mujeres. Violencia a secas.

El sábado era lluvioso y el central periquito Eric Bertrand Bailly, elegante. Mediada la segunda parte, Bailly falló peligrosamente un despeje fácil. Sergio García, el capitán, cruzó el campo corriendo como una flecha desde el área visitante hasta la posición del defensa central, en el área local, para animarle con un manotazo amistoso y enérgico tras la pifia. Gran gesto del veterano capitán tras su extraordinario gol de la primera parte. A eso se le llama asumir responsabilidades, ocupar su lugar en el equipo. Se lo pide el entrenador y se lo pedimos todos, por la gloria de mi madre, que mantenga el espíritu guerrero del Bon Pastor y la magia de su borceguí, dando un paso al frente como capitán.

Cuando los árbitros vestían de negro un minuto de silencio duraba 60 segundos

El sábado era lluvioso y un minuto de silencio que apenas llegó a los 30 segundos fue un diminuto silencio. Es lo que el colegiado Del Cerro Grande perpetró en memoria del exjugador blanquiazul Gabriel Jorge Sosa. Qué falta de respeto a la memoria, al tiempo, a la muerte. Cuando los árbitros vestían de negro un minuto de silencio duraba 60 segundos. Es el signo de los tiempos modernos, que corren y corren para no ir a ninguna parte, es el viaje a ninguna parte, como dice el presidente Rajoy del president Mas, plagiando a la novela y posterior película de Fernando Fernán Gómez. A la mierda, váyase usted a la mierda. Así las gastaba Fernán Gómez con los admiradores que le pedían una dedicatoria, y añadía que sí señor, que él era un maleducado. A la mierda. Qué bien nos sentaría a algunos permitirnos esa mala educación con impresentables tanto de la esfera pública como de la privada, y a veces incluso de la íntima. A la mierda, forzando el libro de estilo de EL PAÍS, pero lo verdaderamente extraordinario sería forzar el libro de estilo que nos tragamos cuando éramos niños y que ya se ha hecho carne de nuestra carne.

Nuestros abuelos vivieron y perdieron la Guerra Civil. Incluso uno de ellos —de quien heredamos el nombre y el apellido— literalmente se perdió durante la contienda. Nuestros padres sobrevivieron a la posguerra. Y nosotros vivimos los últimos diez años del franquismo y toda la Transición. Se entiende que estemos programados para el pesimismo. Como el de Edgar Morin, padre y madre del pensamiento complejo, nuestro optimismo se fundamenta en lo improbable. Por eso nos extrañó tanto la victoria del sábado contra el Levante, y que no se desencadenara la enésima crisis periquita, y que no se destituyera al entrenador, y que la tormenta no se convirtiera en diluvio y que todo se fuera a la mierda para renacer una vez más. ¿Es el optimismo cosa de idiotas? Sólo sé que vi llover, vi gente correr, y no estabas tú.

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