Vistos con otros ojos en mal momento
Los extranjeros afincados en la Comunidad creen que la sociedad valenciana no es consciente de su enorme potencial y no lo reivindica, no lo explota y no lo exporta
Yanina Maggiotto (36 años) sumerge en el agua la percha con la que mueve su barca en l'Albufera. Mañosa, una de las únicas dos mujeres con permiso de barquera, clava la caña en el fango para que la quilla no se encalle en un lago que tras el verano reduce su calado casi a la mitad. Maggiotto cuenta que cuando llegó de Argentina hace 13 años se enamoró de un lugar donde ha montado una empresa, una familia y unas nuevas costumbres, ligadas a la conservación. “La Comunidad Valenciana necesita que los ciudadanos luchen por sus recursos naturales y culturales”, dice señalando a una garza que levanta el vuelo entre las cañas. Como Maggiotto, una serie de extranjeros afincados en la Comunidad reflexiona sobre la actitud con la que los valencianos hacen frente a la crisis.
El valenciano les resulta acogedor, “currante”, humilde y optimista
A 19 kilómetros del humedal, en el bloque de oficinas de la Organización de las Naciones Unidas en Quart de Poblet, trabaja desde hace tres años Steve Falces, estadounidense de 52 años. “Tengo un amigo cuya familia está arrancando los naranjos y poniendo kiwis y está haciendo un montón de dinero. Los naranjos habían crecido allí durante muchas generaciones y aunque el producto era bueno, no era rentable. Yo creo que es momento de probar cosas nuevas”, explica. Aunque sus realidades y referentes puedan ser incluso opuestos, muchos de los extranjeros afincados aquí coinciden en que el principal problema de los valencianos es que no son conscientes de su potencial ni del de la Comunidad.
“La palabra que para mí define al valenciano es “currante”. Y “echao palante”. A pesar de las dificultades, el valenciano es optimista, llano y muy humilde”, explica el cubano Amauri Matos (42 años), que llegó hace 14 desde La Habana buscando una vida mejor. Y la encontró, aunque la crisis haya hecho que el restaurante en el que trabajaba haya prescindido de su puesto de camarero. “En la Comunidad Valenciana hay gente de todo tipo, pero el ciudadano suele ser bastante abierto y acogedor. Me siento muy integrado en esta sociedad, desde el primer día que llegué hace siete años”, explica el italiano Andrea Artusi (31 años). En un impecable castellano, este lingüista explica que trabaja en la Universitat de València en su investigación para obtener el doctorado.
Uno de sus defectos es que el orgullo por su identidad es más bien estético
Todos dicen sentirse acogidos por la sociedad valenciana, pero quienes llevan aquí más tiempo encuentran también claroscuros. Para Artusi, el valenciano está orgulloso de serlo pero peca de esteticismo. “Uno de los defectos que encuentro aquí es la cultura de la imagen. Los valencianos, en cierta manera, desprecian su propia identidad porque ha habido un lavado de cerebro con el que durante muchos años se ha inculcado que todo lo que se asocia al valenciano, como lengua o cultura, es cateto, pueblerino o es de categoría B”, explica Andrea Artusi. “En la actualidad, me sorprende que todavía ocurra que la gente hable valenciano en su pueblo y cambie al castellano cuando está en la ciudad. Ahora estoy estudiando para el examen de nivel superior de valenciano y cuando la gente se entera, se sorprende, porque soy italiano. Otros incluso me miran como diciendo. "¿y para qué? ¡Si ya hablas bien español!". Por supuesto, también hay gente que lo ve normal y que me anima a hacerlo”, detalla. Acogedor y servicial, el valenciano recibe bien al extranjero, pero muchos sienten que a la sociedad valenciana le cuesta ser permeable.
Zeina Moedad (33 años) llegó de Beirut (Líbano) hace dos años. El primer obstáculo que encontró fue directo: “Los ciudadanos no saben idiomas. Y ese el primer problema para abrirse al mundo. La gente joven quizá sí habla un poco más de inglés, pero, en general, he tenido muchos problemas sencillamente para comunicarme”. Para esta diseñadora gráfica, la cuestión va más allá del plano lingüístico. “A Valencia no la veo como una ciudad cosmopolita. Los valencianos son más bien cerrados a lo nuevo, más bien tradicionales. Quizá eso no sea malo, porque han evitado en parte la globalización, pero creo que deberían mantener más el equilibrio entre la tradición y las ideas frescas”. Moedad pone como ejemplo a su ciudad, Beirut, donde explica que “la gente que se fue por la guerra está volviendo con ideas nuevas y a la gente le gusta mucho recibirlas”.
“Valencia está cerrada a lo nuevo”, dice la libanesa Zeina Moedad
Pese a ser uno de los territorios con más turismo de España, hay quienes notan que las ideas vienen con los extranjeros pero se esfuman antes de materializarse en iniciativas innovadoras. “Mis amigos valencianos jóvenes en esta ciudad se aburren”, sentencia el mexicano Ricardo Lozano (34 años). Desde que llegó hace nueve años buscando trabajo como cocinero y un lugar agradable para patinar, cuenta que muchas personas de su círculo, incluso antiguos jefes, han emigrado por falta de apoyos y están emprendiendo en otros países. “Valencia es una ciudad que no innova, que nunca cambia y si quieres hacer algo diferente, la gente te pisa, al contrario que en otras ciudades donde se fomenta el crecimiento y el avanzar. Si cambiara un poco esta actitud todos ganaríamos”, explica en una terraza del valenciano barrio del Carmen.
La economía valenciana, basada tradicionalmente en la agricultura y los negocios familiares, se transformó a partir de los años cincuenta en una fiebre de turismo, y ladrillo, que arrasó la costa y atrajo la mano de obra extranjera. La última gran recesión ha pillado a la Comunidad Valenciana inmersa de lleno en una burbuja inmobiliaria que ha dejado por el camino a miles de trabajadores y ha favorecido la fuga de cerebros.
“Veo a todos, incluso a quienes sí han podido mantener un negocio, agobiados. Y con razón”, explica el cubano Amauri Matos. “La gente ahora está como apagada. Se han cansado de manifestarse y quejarse siempre por lo mismo. Lo he discutido mucho con la gente de aquí y dicen: ¡Buah! Si nunca sirve de nada, ¿para qué voy ya a manifestarme? Antes participaban con otra actitud. Antes lo hacían con entusiasmo”, cuenta el italiano Andrea Artusi.
"Valencia podría ser Silicon Valley"
Desde que Robyn Chapel, estadounidense de 45 años, llegó en 1991 a España por primera vez, la vida de esta californiana le ha llevado a vivir en varios países. Tras varios cambios internacionales de residencia, ha acabado en Valencia, donde vino hace siete años para trabajar en la American School, de la que es subdirectora. “La Comunidad Valenciana es mucho más que turismo y ladrillo. Hay que pensar en desarrollar el futuro, para mí, principalmente en dos campos: en ciencias y biotecnología, donde hay proyectos que han empezado aquí y no han podido terminar, y también en la parte creativa, artística y musical. Es muy importante que la Berklee College of Music haya escogido Valencia como única sede internacional”, explica. “Veo muchos puntos optimistas, por ejemplo, la nueva dirección del Institut Valencià d'Art Modern o el festival de jazz que hay en julio en el Palau, que podría fomentarse para ser un festival de primera clase como el de San Sebastián”.
La estadounidense ve un cambio en la sociedad porque en esta crisis, respecto a la de los noventa, la gente está creando sus propias soluciones. “Soy de Palo Alto. Nací donde nacieron Google, MySpace, Facebook... Valencia tiene ese potencial: buenas universidades, mucha gente joven, el clima... Si invertimos en eso, podría convertirse en el Silicon Valley de España”.
Desde su punto de vista, “hay una subestimación de todo lo bueno que hay. Hay que venderlo y pensar a lo grande no solo pensar en montar un negocio en Ruzafa o Benimaclet, sino pensar en el ámbito nacional e incluso internacional”.
Para Robyn Chapel, solo hay una clave: “Lo que hace falta es apoyo. Y no solo financiero, sino de las familias. Tengo jóvenes que no quieren tener un trabajo para toda la vida, ni ser funcionarios, pero todavía en casa hay presión por que logren un trabajo estable. Y lo entiendo, porque el trabajo aquí no ha sido ni flexible ni arriesgado”.
La apatía, para algunos, se ha trasladado también a la inquietud por encontrar un empleo. “Cuando llegué hace tres años, la gente era más activa que ahora intentando encontrar maneras de ganar dinero. Los valencianos suelen, más bien, esperar soluciones desde arriba, que el gobierno vaya a cuidar a la gente. Eso me llama la atención porque en América lo que hacemos es solucionar las cosas nosotros mismos”, precisa Steve Falces.
“En Valencia, antes de la crisis, la gente estaba muy acomodada y le costó mucho más improvisar ante una situación inestable. Las regiones del norte de España las veo mucho más inquietas y con más interés por el progreso”, precisa la argentina Yanina Maggiotto.
En el camino para salir adelante, algunos los extranjeros que viven aquí todavía encuentran piedras. “Los valencianos se han acostumbrado a la corrupción política. La Comunidad Valenciana es como una Italia a pequeña escala, es decir, un lugar en el que los políticos no sólo no dimiten cuando se les pilla in fraganti, sino que además, en muchas ocasiones, quedan impunes”, explica Andrea Artusi.
Los cambios, para algunos, exigen una reflexión todavía más profunda. “En Valencia pasa como en Cuba con Fidel. Allí son muy Fidelistas y aquí muy Barberistas. La mayor queja que oigo yo en el restaurante sobre Rita Barberá es el dineral que se gasta el Ayuntamiento en las Fallas y no que en su partido haya corruptos ni que en el Ayuntamiento haya familiares enchufados”, explica el camarero Amauri Matos. “En la Comunidad Valenciana hay una base conservadora muy importante que achaca lo que está pasando a la crisis internacional y no a la gestión política autonómica. No puedo poner a Italia como ejemplo, por supuesto, pero aquí hace falta tener contactos para que te aceleren las pruebas antes en el hospital, encontrar un trabajo... y eso es una desgracia”, lamenta este doctorando.
Ante unas soluciones políticas que parecen nunca llegar, los valencianos han tenido que elegir entre resignarse, emigrar o apostar por iniciativas propias. Para Amauri Matos, “la gente quiere aguantar hasta donde pueda” a la espera de la calma tras la tormenta. “Los valencianos son valientes y son optimistas respecto al futuro porque piensan que esto no puede mantenerse siempre así y que va a volver la bonanza que había antes de la crisis”, revela.
La argentina Maggiotto, no está de acuerdo. “La crisis ha hecho evolucionar a los valencianos. Cuando yo llegué vi una sociedad hipercapitalista, muy consumista y esta crisis ha hecho que ponga más los pies en la tierra. Aunque el día a día es duro, la crisis está generando despertar y la gente se está dando cuenta de que de la Administración no puede depender”.
En algunos sectores tradicionales, como la agricultura, han surgido numerosas pequeñas iniciativas que han crecido hasta transformarse en empresas de alimentación ecológica y sostenible. Yanina Maggiotto es emprendedora. Montó hace unos años una empresa de visitas ornitológicas al parque natural de L'Albufera donde participa en diversas asociaciones de conservación del patrimonio natural y cultural como la asociación de vela latina.
“Los jóvenes se aburren y se van”, dice Ricardo Lozano, mexicano
“En mi sector ha venido bien la crisis porque ha generado muchas sinergias y han surgido iniciativas ciudadanas muy interesantes que están sacando adelante un recurso fundamental en Europa como es este parque natural”.
Los extranjeros afincados en la Comunidad Valenciana coinciden en alabar sus numerosas virtudes. “Ofrece un clima extraordinario, una variedad gastronómica que nada tiene que envidiar a ninguna otra, gente acogedora. Además de sus playas, ofrece muchos parques naturales (también en el interior de la Comunidad), y cuenta con un enorme patrimonio histórico-cultural, con numerosos vestigios de los poblamientos que han habitado esta tierra a lo largo de la historia, tiene gran riqueza arquitectónica…”, enumera el lingüista italiano Andrea Artusi.
Pero solo con virtudes no basta para salir del hoyo de la crisis. La Comunidad Valenciana es bonita pero tiene que decidir ser líder de su propio desarrollo. “Necesitamos muchas más personas que se impliquen y que realmente luchen por mantener sus valores y sus recursos. Convoco a la ciudadanía a que vea lo que tiene y lo interiorice. A que trabaje en el patrimonio arquitectónico, cultural tradicional, natural... A que se implique”, arenga Maggiotto.
Siete años después de salir de Cuba, Amauri Matos, aporta si visión: “Al valenciano le diría, sobre todo, que no pierda la esperanza y que luche. Que uno no puede rendirse nunca porque una vida sin lucha y sin esfuerzo no es vida. No se puede estar sentado en un sillón esperando que caigan las cosas. El cubano no se queda quieto y, aunque no tiene medios, siempre está intentando inventar. ¿Cómo el valenciano teniendo recursos no lo va a hacer?”.
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