Fachas de corazón
A estos tipos, entre paliza y paliza, les ha dado por abrir su corazón a los pobres dando bolsitas de comida a españoles
Se los ve en las dulces terrazas de los bares de verano, tal vez en plan de descansito o preparando las tropelías nocturnas que se disponen a ejecutar. Según como les vaya la noche cervecera, lo mismo terminan el alegre día masacrando a un indigente que trata de dormir en un banco público (sin pararse a pensar –porque eso sería demasiado para sus cuerpos- que a lo mejor se trata de un viejo camarada con mala fortuna en la vida), apaleando a una pareja de pacíficos homosexuales a la salida de un bareto (y hay que poner mucho olfato en el empeño para descubrir así, a primera vista, quién lo es y quien o no, salvo que se tenga también esa orientación sexual enmascarada mediante un buen repaso de hostias, una especie de autoexorcismo), o bien bateando a un minusválido con el caritativo propósito de terminar de una vez con sus sufrimientos. Por lo demás, suelen ir en manada, ya que son más valientes que nadie, y algunos de ellos se acompañan de auténticos perros de presa, se ve que por si las moscas. Son, además, gente de mucho gimnasio, de mucha banderita, a lo Celia Gámez y de mucho aburrimiento. A fin de cuentas, se les amontona la faena, y por mucha cacería que hagan nunca darán abasto, de ahí ese estado de perpetúa ansiedad que se observa en muchos de ellos. No desdeñan así como así esnifar algunas rayitas para envalentonarse todavía más, un material que consiguen en el baño de algunos bares mediante truco de tú entras y yo voy detrás, tú lo dejas en la cisterna y yo lo pillo. Algunos de ellos militan además en los Yomus, esa escogida colección de aficionados al fútbol en Mestalla, pero más aficionados todavía a lanzar pintalabios y cohetes falleros a los futbolistas de color, además de obsequiarlos con otras amabilidades, circunstancia que no se sabe si Aurelio Martínez conoce.
Se trata, por lo común, de unos tipos corrientitos, dada la afición actual a los afanes de gimnasio incluso entre altos ejecutivos, y sería difícil determinar a qué dedican el tiempo libre, excepto en los mayores, que todavía no han renunciado al bigotito de marras, aunque bien es cierto que los más jóvenes alardean de una suicida –diría yo- propensión al tatuaje hiriente, tal vez incluso peligroso para la salud de su epidermis (la mental ya la tienen ofuscada): águilas en pleno vuelo, diversos signos guerreros, emblemas de épocas un tanto anticuadas, así que en verano es como ver multitud de brazos pintarrajeados en cualquier tienda de todo a cien en una improbable celebración de cumpleaños.
Lo último es que a estos tipos, entre paliza y paliza, les ha dado ahora por abrir su corazón a los pobres distribuyendo bolsitas de comida, siempre que se trate de españoles. ¿Y si fuera verdad que el señor Herman Borman no murió del todo y ahora anda desasistido y descalzo por nuestras calles y encima se aprovechara de los alimentos que sus discípulos distribuyen entre los nacionales? Por no añadir que entre las víctimas de sus correrías nocturnas se encuentran muchos españoles muertos de hambre. Canallas de día, canallas de noche, mentecatos a tiempo completo.
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