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LA CRÓNICA

El hombre con una sola pierna

Reencuentro con el capitán Ahab y Long John Silver en las playas de Formentera

Jacinto Antón
Wallace Beery (Long John Silver) y Jackie Cooper (Jim) en la versión de 1934 de 'La isla del tesoro'.
Wallace Beery (Long John Silver) y Jackie Cooper (Jim) en la versión de 1934 de 'La isla del tesoro'.

Encontré al hombre con una sola pierna en Formentera. Nadé hasta donde rompían con placidez las olas y allí me quedé feliz haciendo el muerto. Abrí un ojo al escuchar una salpicadura al lado, creyendo que era el joven cormorán de largo pico y mirada aviesa que suele pescar en las playas de Migjorn. Pero no: lo que emergió fue un tipo maduro, de cabello cano despeinado que le caía chorreando sobre la frente. El mundo era un rielar de plata bajo un cielo de un azul fulgurante. Estábamos solos. Conversamos. Era francés, hacía años que se había retirado en Formentera. Intercambiamos cortesías y banalidades —el tiempo, los precios, los italianos, las italianas (!)— mientras nos mecíamos en el mar. Me quedé con la impresión de que hubiéramos podido hablar de cosas más interesantes. Parecía un hombre con un pasado, incluso con un misterio.

Observé luego, con la sensación de haber perdido una oportunidad, cómo el desconocido nadaba hacia la playa. Entonces, mientras se arrastraba para salir vi que le faltaba una pierna. Con una agilidad asombrosa se desplazó como un tritón pálido sobre la arena y procedió a colocarse la prótesis que había dejado entre las rocas. La escena me dejó boquiabierto. No solo porque había estado nadando junto a un hombre sin pierna (y conversado con él) sin darme cuenta sino porque me hallaba enfrascado en sendos (y maravillosos) libros en los que aparecen los dos cojos más famosos: de la literatura: el capitán Ahab y Long John Silver. De repente Formentera se había convertido en una extensión aguamarina de otras islas: Nantucket y la del tesoro. Y el chiringuito Sa Platjeta era la Taberna del Catalejo, y el animado Pelayo en la Posada del Chorro (de la ballena)...

¿A cuál preferimos de estos dos padres literarios cojos que nos hacen madurar en la aventura?

El reencuentro con Ahab ha sido a través de Why read Moby Dick? (Penguin,2011), un delicioso librito de Nathaniel Philbrick, el autor de En el corazón del mar, la historia seminal del hundimiento de un ballenero, el Essex, en 1820 por el ataque de un cachalote vindicativo, definitivamente cabreado, suceso que inspiró a Melville. No es que yo necesite razones para leer Moby Dick (“that she blow!”) al contrario (y aunque a Conrad no le gustara): solo por el majestuoso soliloquio de Ahab del capítulo 27 — “allá en el borde de la copa siempre rebosante, las tibias olas enrojecen como vino”— vale la pena enrolarse en el Pequod con su pagana tripulación, pero Philbrick en realidad lo que hace es una iluminadora y entusiasta celebración de la novela.

En cuanto al pirata Silver, lo he re-reencontrado en Regreso a la isla del tesoro, la preciosa, tan conmovedora novela de Andrew Motion (Tusquets, 2014), que me he vuelto a leer gozosamente este verano. En ella el hijo de Jim y la hija de Silver —disfrazada de chico— se alían cuarenta años después para volver en busca de los lingotes de plata que quedaron en la isla. Silver aparece terriblemente decrépito, tumbado en un diván con un gabán azul de botones de latón, y ciego. Trata de seducir al vástago de Jim para que le consiga el mapa que guarda su padre. Pero claro, le seduce mejor su hija.

Ahab, de nombre maldito, es por supuesto el pivote inestable de Moby Dick, como lo es de La isla del tesoro el asimismo cojo Long John Silver. Los dos jóvenes narradores, Ismael y Jim (y nosotros con ellos), entran y salen de la magnética (y siniestra) atracción de esos dos grandes personajes iniciáticos mutilados física y moralmente para, guiados por la marcha decidida y sin embargo tambaleante de ambos, transitar la historia y emerger al final madurados por la aventura y el peligro.

Sabemos que a uno le ha arrancado el miembro la ballena blanca y al otro una bala de cañón

¿A cuál preferimos de estos dos padres literarios cojos? Los padres no son elegibles, los tenemos y punto: generalmente para vivir cobrando y pagando con las doradas monedas del amor o la gastada calderilla del autodesprecio sus dádivas y sus deudas. Ahab es un padre terrible, bíblico, que no dudaría en convertir a Ismael en Isaac, como no tiene reparo en sacrificar a todo el resto de la tripulación para arponear a Moby Dick. Silver parece más cercano y cordial —Jim llega a tenerlo por el “el mejor de los hombres”—, pero es una treta, y, más diabólico que Ahab, lleva en su frente la marca de Caín. Uno de los momentos más terribles de La isla del tesoro es cuando vemos a Silver lanzar la muleta a la espalda del leal Tom, derribarlo y saltar sobre él para enterrarle el cuchillo en el cuerpo.

Ambos, Ahab y Silver pasean cada noche sobre la cubierta de nuestra imaginación, aferrándose a los estays de sus barcos y punteando la informe misiva de nuestros sueños con el inquietante chasquido de las pisadas de sus patas, de hueso y palo, respectivamente.

En toda la isla, nadie supo darme información del misterioso tercer hombre tullido

Sabemos que a Ahab le ha arrancado la pierna —Melville no dice cual aunque usualmente en las películas se le representa sin la izquierda— Moby Dick en su último viaje y lleva en su lugar una prótesis de pulido hueso de mandíbula de cachalote. Una anterior, leemos en el capítulo 106, se le había desplazado violentamente bajo el cuerpo, le había herido "como empalándole, y casi le había perforado la ingle" (o sea que el trozo de ballena casi lo emascula: maligna materia muerta que retiene la aviesa animadversión por Ahab de la comunidad cetácea). Silver tiene la pierna izquierda amputada desde la cadera. Él mismo explica en la novela que se la arrebató un cañonazo, “la misma andanada” que se llevó los ojos del viejo Pew". La amputación la realizó un cirujano al que en bucanera recompensa “colgamos como un perro y dejamos secarse al sol”. Trelawney dice en la novela que Silver perdió la pierna honrosamente al servicio de Inglaterra en la Royal Navy, bajo el almirante Edward Hawke, pero vaya usted a saber. El caso es que ya iba con pata de palo al navegar en el viejo Walrus, “teñido se sangre y cargado de oro hasta los topes”, como contramaestre del cruel capitán Flint.

Lo ignoro todo, ay, acerca de cómo perdió la pierna el hombre de Formentera. Mostraba en el muñón, por encima de la rodilla, grandes cicatrices que bien podría haber causado un enorme animal marino o una bala de cañón como la que se le llevó no una sino las dos piernas (y un brazo) a su compatriota napoleónico el capitán Aristide Aubert du Petit Thouars —el Churruca francés—, a bordo del Tonnant en Abukir (lo que no le impidió seguir mandando el navío y ordenar clavar la bandera para que no se la pudiera arriar). Pensé que volveríamos a encontrarnos durante las vacaciones y le preguntaría. Y tendría una historia acaso tan buena como las de Ahab y Silver. Pero no lo volví a ver. Pregunté por toda la isla. Nadie supo darme razón del hombre de una sola pierna.

Sin embargo, cuando recuerdo en estos días las pequeñas peripecias en la isla, el encuentro con la salvaje y feroz morena arponeada en la orilla, el hallazgo del alcaudón muerto, la adopción del erizo o las emociones de la bicicleta, me miro hacia abajo el cuerpo y me parece ver, con aprensión mezclada de orgullo, que, como en los viejos relatos, a mí también me falta una pierna: será el tributo obligado a la aventura, o simplemente el precio de estar vivo.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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