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CRÍTICA | DANZA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Agobiando a Nemo con el ruido

Trabajo muy hermético con miras a lo conceptual, no deja de ser aburrido y su planicie necesita elaboración

Hay un comienzo prometedor y de impacto pero demasiado extendido en su tiempo, en su linealidad. Hay un juego de apariencia perversa de dominación y de lucha, un tratamiento muy físico tensado de principio a fin. No hay relajo ni cuando contemplan el pez.

Porque en realidad esto es un trío entre David Guerra e Inés Narváez con el pececillo naranja que tímidamente se arrincona en los bordes de la pecera de globo, como no queriendo quitarle protagonismo a los humanos. Quizá está agobiado, con un miedo insuperable por la megafonía y porque Inés mete la mano en el agua y luego amenaza con meter los dos pies en el habitáculo líquido. ¿Qué pensaría si fuera como Nemo este pez de acuario de esas formas enormes que se le vienen encima?

IRUDI

Compañía Kubuk. Dirección: David Guerra; luces. Cristina Gómez; vestuario. Lucrecia Martínez; asistente de dirección: Inés Narváez. DT Espacio Escénico. Hasta el 24 de mayo.

Nada bueno, como nada se dice en el programa de mano de la banda sonora de este dúo que dura unos 40 minutos, donde también se elude la palabra coreografía, una moda harto peligrosa, diría tendenciosa hacia una disolución de las fronteras genéricas del espectáculo que no por eludir su responsabilidad se hace más moderno o vanguardista.

El reglado del material de estudio hecho por bailarines, calidades aparte, se llama coreografía. Si a estos jóvenes artistas se los ha enseñado lo contrario, que les devuelvan el dinero.

La música anónima y producida por un ordenador ejerce de gota malaya, aunque luego se suaviza, va a un cierto lirismo con la aparición breve del piano y la cuerda (siempre artificiales, de programa de sintetizador); ese sonido duro intenta arropar el movimiento, mayormente de suelo, un trabajo organicista y ligado que quiere representarse en su propia aspereza.

Trabajo muy hermético con miras a lo conceptual y a una ralentización de toda la exposición, por fin este pez es exhibido, vigilado y abandonado en las tinieblas. Para el espectador, el símbolo del embeleso con la pecera, acaso como salida, se queda en el misterio. Arte ritual e intimista, no deja de ser aburrido y su planicie necesita elaboración.

El vestuario es funcional y las luces están muy bien aprovechadas. El aforo de DT Espacio Escénico estaba casi al completo.

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