Teoría del espacio vacío
La explanada del Fòrum es un espacio de reserva para poder encajar cosas que no caben en ningún otro sitio
Hace unos años Mercè Ibarz publicó una guía alternativa de Barcelona que iniciaba el recorrido por el Carmel, que ya es una apuesta. Nada más empezar, traía a colación una cita de Rem Koolhaas, que es un arquitecto con cara de pocos amigos y que no tiene obra en Barcelona. Un mérito suyo es haber sido el primero en decir que Barcelona tiene muchos números para acabar convertida en un “no-lugar”.
Koolhas, como se ve, es un teórico y en este sentido ha estudiado la tensión centro-periferia en relación con el urbanismo: las periferias espontáneas y los centros trabajados (trabajados con un estilo que se repite de ciudad en ciudad, dicho sea de paso), cosa que, dice, nos impide “reconocer la vida” fuera del centro. Quien dice vida dice calidad.
Está hablando de periferias acomplejadas porque no tienen la textura del centro, que es tanto como decir que el urbanismo equitativo —como el que opera en Barcelona— es capaz de restituir la felicidad en los barrios. Yo recuerdo la orgullosa alegría de los vecinos cuando la exiliada estatua de la República se instaló en la plaza Lluchmajor. Fue un regalo que los reconocía como vecinos de primera.
El urbanismo no es inocuo. En el caso de Nou Barris, se estaba aplicando el principio, definido por Oriol Bohigas, de “monumentalizar la periferia”, porque esa incorporación de identidad en barrios hasta entonces pelados les daba un carácter de “casa”. Esta es mi casa, extendiendo el concepto doméstico hasta abarcar el barrio. Esta sensación, que nutre y mueve los barrios, es difícil de conseguir en el centro, precisamente porque el centro es de todos, incluidos los turistas, y eso acaba despersonalizando al más pintado.
Con esto en mente, fui a ver al CCCB la pequeña exposición del Premio Europeo del Espacio Público Urbano de 2014, que lleva el generoso título de “Ciudades compartidas”. Existe desde hace ocho años, lo promueven seis ciudades —y Barcelona que no falte— y distingue un proyecto de renovación significativo. Barcelona quedó entre las finalistas con los Encants espejados en su cubierta hortera. Róterdam, la ciudad de Koolhaas, lo fue con una divertida plaza que cuando llueve conserva el agua como lámina decorativa y cuando no, es un anfiteatro para otro tipo de espectáculos.
El proyecto ganador es la renovación del Vieux Port de Marsella, un espacio mágico, como todos los puertos urbanos de recreo. Tiene gracia, porque la intervención consistió en abrir el espacio. Sobre todo en liberar el acceso a los muelles —antes colonizados por los clubs náuticos—, eliminar barreras y vallas, limpiar el entorno de obstáculos y permitir, en definitiva, que la gente llegue hasta el borde del agua, se siente con los pies colgando y mire.
Una plaza de agua como en Róterdam y con un palio enorme cuya superficie interior es un espejo, como en los Encants. Casi todo está inventado, casi todo está replicado. Pero la reflexión interesante es comparativa: el Port Vell de Barcelona empezó así, cuando se abrió a la ciudad, y ha acabado vallado, comercializado y con todas las superficies aptas construidas, sin faltar el centro comercial y turístico que, por cierto, no acaba de funcionar. Entre la mirada diáfana de Marsella y la obstrucción de todos los volúmenes que se dan cita en Barcelona hay una distancia que no es conceptual sino política.
Por eso me hace gracia que, diez años después, la gente diga que la operación urbanística del fracasado Fòrum de las Cultures fue especulativa. En aquel tiempo todo lo construido era visto como especulación. El fracaso del Fòrum fue conceptual y político, las dos cosas, pero no urbanístico. Se creó un “evento” a espaldas de la gente —la consigna era “ya vendrás a aplaudir”— y se le puso precio a la entrada: fue anti-Barcelona.
La regeneración del Besòs, la integración de la depuradora, el proyecto de La Mina (que quedó a medias), la inclusión de la Universidad allá donde la ciudad perdía su nombre, todo eso fue y es fantástico. El problema es que nos quedamos con la imagen de los edificios emblemáticos huérfanos y la explanada vacía. Y Diagonal Mar, que no tenía nada que ver con el Fòrum. Y cuatro rascacielos perdidos en el horizonte. Encima el Ayuntamiento, pura frivolidad, nos puso inflables en la gran plaza vacante para que “pasaran cosas”. Ahora la gente mira el espacio y dice que está vacío. Nos enseñaron que lo lleno es lo bueno.
La explanada del Fòrum es un espacio de reserva para poder encajar cosas que no caben en ningún otro sitio. Ahora mismo apagó luces la Feria de Abril. El silencio y el desierto son también calidad urbana, si el entorno es seguro, si hay transporte, si tiene usos determinados cuando toca. La especulación es sobrecargar de usos unos espacios que enamoran cuando están vacíos. Auguro que en Barcelona empezaremos a añorar los vacíos, sobre todo en temporada turística alta, que ya va siendo todo el año.
Patricia Gabancho es escritora.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.