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POP | OSO LEONE + TEMPLETON
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los vaivenes emocionales

El programa doble del Sound Isidro oscila entre el lúcido ensimismamiento de los mallorquines y la ternura matizada de los cántabros

Álvaro Martínez, cantante de Templeton, anoche en Joy Eslava.
Álvaro Martínez, cantante de Templeton, anoche en Joy Eslava.JUAN PÉREZ-FAJARDO

Había espectadores contados anoche en la Joy Eslava cuando comenzaron a reverberar los siempre etéreos acordes de Oso Leone, joven y excelente quinteto mallorquín que, de tan atípico, dejó un poso de gozo y asombro entre quienes se asomaron a degustarlos. Nada hay que se les parezca por estos territorios de la Europa meridional, cuna insólita para unos tipos ensimismados a la manera de un Daniel Lanois huidizo, habilísimos en el manejo de los vaivenes emocionales. Los temas de su reciente Mokragora, bautizados con nombres de plantas, crecen, descienden o se reviran siguiendo pautas siempre difíciles de predecir. Xavi Marín murmura o se desgañita frente al micrófono con modales no alejados de Bon Iver, pero a menudo más bucólico que plañidero. Y dos de los cinco efectivos se disponen tras sendas baterías sin ánimo de ganar en contundencia, sino en matiz. Fantástico hallazgo, este último: los Leone nunca aspiran a noquear por la mera avalancha de recursos y prefieren distinguirse por la minuciosidad, por su detallismo fascinante.

La introspección un tanto onírica de los isleños contrastaba en este cartel doble del ciclo Sound Isidro con la ternura casi risueña de Templeton; al menos todo lo soleada que se le puede pedir a unos cántabros de Torrelavega. Porque algo de melancolía norteña acaba filtrándose por una u otra rendija: lo demostraron, nada más empezar, con Pálida camarada, una proclama de buen gusto melódico y amores evanescentes.

El septeto suena como si a Los Ángeles, la clásica banda de los sesenta, le incorporásemos alguna guitarra algo más encabritada y el violín de Sara Cordero, un elemento que podría ser distintivo y se suministra con manifiesta timidez. Los temas del tercer álbum, Rosi, conservan su buena mano para los himnos alternativos (Cowboy, La gran ciudad) y amplían el espectro con alguna divertida veleidad más tecno (Fucsia). Solo Las noches blancas, melodrama de la variante intentémoslo-otra-vez, parece errar el tiro: sonó más blandurria que desprejuiciada.

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