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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Tiene futuro el pueblo valenciano?

El pueblo valenciano es resistente, lo ha sido a lo largo de su historia, ha sabido encajar situaciones adversas y soportar con resignación humillaciones pero no ha abandonado

Hace tiempo empecé a escribir este artículo, aunque luego abandoné tal idea por parecerme excesivo el alcance de la reflexión, o una desmesura retórica su título. No me quería referir entonces, ni quiero hacerlo ahora, al porvenir de los ciudadanos valencianos, entendido de manera individual, sino a su valor colectivo como sociedad, como país, o como lo que desde hace muchos años denominamos pueblo valenciano. La lectura del artículo Fabra se pega un tiro en el pie, que publicó Josep Torrent, por su clarividencia y rotundidad, me ha animado a retomarlo. No es una mirada próxima la que pretendo plasmar, ni de cortos vuelos.

Me anima a hacerlo la lectura diaria de los abundantes, persistentes y vergonzosos escándalos que recogen los medios de comunicación sobre los dirigentes de la sociedad valenciana, de su política y de su economía, unos imputados de renombre y otros simples truhanes. Bastantes de ellos con méritos sobrados para ocupar lugar en las obras del alicantino Arniches, por lo que dicen, por cómo lo dicen, por lo que hacen y por su desfachatez. Todos ellos, por asco y por rabia, me impelen a no quedarme en silencio.

¿Qué hace que algo tan razonable y obvio como que la sociedad valenciana pueda aspirar a un futuro satisfactorio, en el que progrese su economía, su nivel cultural y su calidad de vida, parezca casi una lejana utopía? Y, si se me permite poner entre interrogaciones cuestiones capitales, ¿debería preguntarse el pueblo valenciano sobre si su autonomía es un malgasto? O si son un lastre para alcanzar ese futuro los valores culturales que lo han definido como pueblo, de los que hay que desprenderse, a despecho del verso de Raimon de que quién olvida sus orígenes pierde su identidad. Más aún, ¿tener lengua propia es un obstáculo y, según una frase del artículo de Torrent, es un idioma de cuatro desgraciados, obsoleto y del que conviene desembarazarse cuanto antes?

Llegados a este punto, semejantes dudas en la mente colectiva podrían desembocar en el reconocimiento, explicito o implícito, de su fracaso como pueblo. El desastre bancario, la próxima desaparición de su principal, deficiente y con frecuencia bochornoso, medio de comunicación en la propia lengua, el alto paro y la crisis productiva industrial, el abuso de muchos dirigentes públicos y su enriquecimiento ilícito y a costa de los dineros públicos, tanta trampa y tanta inmundicia puede llevar a la conclusión de que llegados a este punto al pueblo valenciano no le merece la pena seguir en la lucha, que solo le corresponde sacar la bandera blanca y rendirse. A esa conclusión también conduciría el escaso compromiso colectivo que ha adormecido a la ciudadanía valenciana y un carácter mediterráneo maravilloso pero que a veces ayuda poco, y que Unamuno lo plasmaba en su poema La Catedral de Barcelona mediante la afirmación “¡seréis siempre unos niños, […]os ahoga la estética!”.

Pero no, lo cierto, lo único cierto, es que hay que decir que no, aunque a veces la negación salga directamente desde el corazón sin pasar por la cabeza. El pueblo valenciano es resistente, lo ha sido a lo largo de su historia, ha sabido encajar situaciones adversas y soportar con resignación humillaciones pero no ha abandonado. Tampoco tiene por qué abandonar ahora. Su sentido vitalista debe salir al paso de los que se han aprovechado del patrimonio común que construyen, aunque dando dos pasos hacia delante y uno hacia atrás cada vez, todos los valencianos con su trabajo cotidiano. Tenemos tantas razones para no renunciar, tantos motivos para alzar la voz y sentimos por dentro tanta creatividad que no puede ser éste el momento de la rendición colectiva, sino el del paso hacia adelante.

La movilización ciudadana es la pócima mágica. Hay que poner un punto y aparte ante el desastre actual, llámese cambio de ciclo o de color político de quiénes gobiernan. Los actuales han agotado todo crédito. Los valencianos debemos, en voz bien alta, proclamar la ruptura y pedir que otros vengan, que hagan méritos para ilusionar a los ciudadanos y que muestren sus capacidades para recibir la confianza. Es la hora de comprometerse, de involucrarse en los problemas colectivos y de buscar entre todas las soluciones. En una entrevista en junio pasado, poco antes de dejar su cargo de embajador de EE UU en España, Alan Solomont decía que “la política no es un deporte de espectadores”. Sin necesidad de acudir a un horizonte americano, y como contrapunto a tanto político alejado u opuesto a los intereses del pueblo como hemos sufrido, puede recordarse la historia de Lucio Quincio Cincinato, paradigma de rectitud, honradez, integridad y falta de ambición personal. Se cuenta que cuando su pueblo estuvo en peligro fue llamado por el Senado para salvar a Roma. Le otorgaron poderes absolutos para ello, pero cumplida su misión se despojó de la toga de dictador y, aunque podía prolongar más tiempo el poder que le habían conferido, lo abandonó todo y se reintegró a arar sus tierras.

Francesc Michavila es rector honorario de la Universitat Jaume I y catedrático de Matemática Aplicada y director de la Cátedra UNESCO de Gestión y Política Universitaria de la Universidad Politécnica de Madrid

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