El Fausto de Berlioz
Todo ello se interpretó con una estupenda maleabilidad
Empezó en el Palau la temporada de abono con La condenación de Fausto, obra cuya programación cabe aplaudir, no sólo por la original visión de Berlioz sobre el mito fáustico, sino por los hallazgos musicales que contiene. A veces cuesta creer que algunas partes estén trazadas ya desde 1829, con esa intensa búsqueda en el terreno de la música descriptiva e, incluso, con un diseño que prefigura ciertos procedimientos empleados en las bandas sonoras cinematográficas. Dicho esto, desde luego, sin la menor intención de menospreciar tal género. Todo lo contrario: La carrera hacia el abismo y el Pandemonium, por ejemplo, podrían utilizarse perfectamente en películas actuales de terror o ciencia-ficción, sin perder ni una pizca de eficacia por sus 150 años de antigüedad.
La condenación de Fausto
De Hector Berlioz. Solistas: Maria Riccarda Wesseling, Charles Castrenovo, Gabor Bretz y Josep-Miquel Ramón. Cor de la Generalitat Valenciana. Orquesta de Valencia. Director: Yaron Traub. Palau de la Música. Valencia, 18 de octubre de 2013.
La partitura es difícil de servir, tanto para los solistas como en el caso del coro y la orquesta. Hubo suerte al contar esta vez con la profesionalidad del Coro de Valencia, que normalmente atiende las necesidades de la ópera en el Palau de les Arts, pero que esta vez pudo compaginarlas con el Berlioz programado en el Auditorio. Los números corales constituyen el cimiento más profundo de la partitura, y abarcan una amplia gama expresiva, que va desde lo demoníaco a lo celestial, y de lo esperpéntico (la fantástica parodia del Amen en forma de una fuga cantada por borrachos) a lo delicadamente sutil (coro de gnomos y silfos en el sueño de Fausto, por ejemplo).
Todo ello se interpretó con una estupenda maleabilidad, y sólo cabría reprochar, hilando fino, ciertas brusquedades en la dinámica. La orquesta, a su vez, aguantó el tipo en una obra de atmósferas variopintas cuya plasmación no es fácil. Y lo aguantó en todas las secciones, así como en las intervenciones solistas. Es preciso, además, no tapar a las voces, extremo este que no siempre consiguió el maestro Traub, aunque casi nunca fuera suya la responsabilidad. Parecieron sobrados, en cuanto a tamaño de la voz, Maria Riccarda Wesseling y Gabor Bretz. No tanto los demás. La soprano, por su parte, lució un bello color aterciopelado en los registros medio y grave, mientras que el tenor sonó ácido con frecuencia, recurriendo también al falsete en algún momento de apuro. Quedaron consecuentemente desequilibrados varios dúos y el importante trío final de la III parte, con la orquesta, además, a todo trapo. En cualquier caso, el público aplaudió, gratamente sorprendido, una obra que no se hacía en Valencia desde el año 2004 y que, sin duda, ya empezaba a echarse en falta.
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