Carlos París, minero y filósofo
El pensador estrena su cuarto mandato como presidente electo del Ateneo de Madrid
El filósofo Carlos París (Bilbao, 1925) acaba de inaugurar su cuarto mandato por elección al frente del Ateneo, la institución cultural decana de Madrid. Observador, atento y reflexivo, exhibe una serenidad que acredita sus juicios mediante una claridad de concepto y de expresión muy estimada por sus numerosos discípulos de las universidades de Santiago de Compostela, Valencia y Madrid, donde ha ejercido la docencia durante seis décadas. Todo ello se ve aderezado por un estro filosófico, universo hacia el cual ha encaminado sus pasos desde que siendo niño en Valladolid, le encomendaran en su colegio escribir una redacción.
“El cura comentó lo escrito por un tal Mosquera, de quien dijo que su redacción era la de un poeta y la mía, más bien la de un filósofo”, recuerda con una sonrisa. “El caso fue que en clase y en el patio, jugando al fútbol, comenzaron a llamarme así, el filósofo, y a partir de entonces aquel apodo orientó mi afición por las cosas del conocimiento”. Hoy París se define a sí mismo como un “animal teórico”. Para él la filosofía es, ha sido y será “el ejercicio más puro del pensamiento”.
Nacido en Bilbao de una familia con tres hermanas mayores que él, su padre fue un empleado del Banco Hispano Americano “que, si bien llegó a la dirección, nunca se hizo rico”, y su madre, “una mujer con valores éticos muy enraizados”, dice París. Alumno de distintos colegios religiosos de La Rioja y Valladolid, pasó la Guerra Civil en la ciudad pucelana y al terminar la contienda, ya en Madrid, comenzó Filosofía y Letras. Desde el arranque de su carrera, trabó amistad con dos personas que quedarían a partir de entonces muy vinculadas a su vida: Miguel Sánchez-Ferlosio, hijo del ministro de Franco Rafael Sánchez-Mazas, y Francisco Pérez Navarro. Eran tiempos “imperiales” —los primeros años de la posguerra— y formó parte, con José Luis Rubio, de una asociación que denominaron Unidad hispánica. Más adelante, con Miguel y Francisco, crearía el Triunvirato mundial ya que los tres jóvenes pensaban a la sazón que “tres amigos muy unidos pueden llegar a gobernar el mundo”. Fruto de aquella amistad fue el préstamo de conocimientos entre unos y otros, ya que Miguel se encaminaba hacia la Matemáticas, Francisco hacia la Física y él hacia la Filosofía. Pero Carlos comenzaría a interesarse en gran medida por la Ciencia y la Técnica, “en su condición de fuerzas productivas susceptibles de generar poderes inmensos”, dice. Era la época de la difusión de la Teoría de la Relatividad, del surgimiento de la Física Cuántica y de una pléyade de hallazgos científico-técnicos que encandilaron a los jóvenes pensadores. Pero los estudios de Filosofía bajo el franquismo los define París como “desastrosos: era el reino de la Escolástica”, se lamenta.
Acabó muy pronto la carrera y obtuvo por oposición la plaza como profesor adjunto a la cátedra de Fundamentos de Filosofía en la Universidad de Santiago. Allí se llevó su pasión por los nexos entre la Filosofía, la Ciencia y la Técnica. Su pasión fue tanta, que en el aeropuerto compostelano se propuso formarse como piloto. Y lo consiguió. Una caricatura en la que figura a bordo de una avioneta azul recuerda en una pared de su casa de la madrileña calle de Magdalena aquella gesta del que ha sido el único filósofo español con el título de aviador.
No quedó ahí la cosa puesto que su espíritu emprendedor le llevó a dedicar un verano entero al trabajo en las minas de carbón de Barruelo de Santillán (Palencia), donde comenzó a tomar conciencia directa de las tribulaciones de los trabajadores bajo el franquismo, si bien el rumbo de su pensamiento, a través de la Filosofía, la Ciencia y la Técnica ya le había situado en el preludio de las convicciones sociales y políticas que, en clave progresista, mantendría hasta hoy mismo. Durante algunos años París perteneció al Comité Central del PCE. Los departamentos de Filosofía de las Universidades de Valencia y, por fin, la Autónoma de Madrid, serían sus nuevos y consecutivos destinos. Por su cátedra pasaron Javier Sádaba, Fernando Savater, Tomás Pollán y Alfredo Deaño, entre otros pensadores.
Viudo en primeras nupcias de Juanita Hernández, que murió a los 27 años, París volvió a casarse con Emy Bouza, con la que recuerda haber sido, también, muy feliz. La tragedia volvió a cebarse con él: Emy fue una de las víctimas del incendio del Hotel Corona de Aragón, acaecido en Zaragoza en 1979. “Cuando ya pensaba que mi vida afectiva había terminado, conocí a Lidia Falcón, me enamoré de ella y desde hace más de veinte años vivimos juntos” comenta risueño. Falcón, letrada laboralista, activista política y escritora. Es una de las dirigentes feministas de mayor nombradía en España. “Carlos es un hombre bueno, que no percibe el mal; es honrado y fiel, virtudes tan raras hoy”, subraya. Fruto prioritario de su atención han sido las herramientas naturales, tecnológicas y científicas de las cuales la Humanidad se ha dotado para organizar la vida. Su práctica vital le ha permitido comprobar que la búsqueda de la verdad resulta inseparables de la pugna por la justicia y por la igualdad. “Son estos los ideales que quisiera estimular desde el Ateneo”, concluye.
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