La rebeldía de la creación
'L'Art en guerre. Francia, 1938-1947' muestra la respuesta de los artistas al horror de la contienda La exposición reúne la resistencia de artistas y galeristas a la privación de libertad
¿Puede la privación de libertad y el horror anular la creatividad? ¿Queda fuerza para pintar cuando pesa sobre el artista la amenaza de muerte y la penuria extrema? La exposición L'Art en guerre. Francia, 1938-1947. De Picasso a Dubuffet quiere demostrar que en esos años, en la clandestinidad o en los campos de concentración, los artistas que han pasado a la historia o los que no consiguieron siquiera dejar seña de su identidad, siguieron pariendo obras. "La lección es que la guerra no acabó con la creatividad", afirma Jacqueline Munck, comisaria de la exposición junto a Laurence Bertrand Dorleéac. "Los artistas hicieron la guerra a la guerra", resume Bertrand Dorleéac.
L'Art en guerre, organizada por el Museo de Arte Moderno de la Villa de París y el Museo Guggenheim, muestra ahora en Bilbao una colección de cerca de 500 obras de arte, acompañadas por documentación, fotografías y películas (hasta el 8 de septiembre). Las comisarias defienden que a pesar de atravesar una etapa muy oscura el resultado es optimista. "Muestra una catarsis, la función del arte en las sociedades y en situaciones extremas".
Los artistas hicieron la guerra a la guerra"
La exposición propone un recorrido en secuencias de un período marcado en Francia por la Segunda Guerra Mundial, la ocupación nazi y el Gobierno de Vichy. En su arranque L'Art en guerre documenta los hechos históricos: un busto del mariscal Petain recuerda los años del colaboracionismo y la pérdida de los valores republicanos.
Los judíos, los comunistas o los que habían mostrado su simpatía con la República española fueron perseguidos también en el mundo del arte; en el extremo contrario, imperaba un gusto oficial, considerado estrictamente francés, que condenaba al ostracismo a los grandes protagonistas de la renovación del arte europeo del siglo XX, como Brancusi, Duchamp, Kandinsky o Picasso. Los desnudos femeninos, el retorno a la tradición figurativa, a la mitología y la naturaleza, y los temas religiosos descubren el gusto oficial de la época.
L'Art en guerre presenta las obras en una cuidada escenografía. La sala dedicada a los surrealistas está en penumbra. Con sacos de carbón suspendidos del techo, el espacio recrea el ambiente de la Exposición Internacional del Surrealismo, que en enero de 1938 presentó una colección de obras de 63 artistas, premonitoria de los años de oscuridad que se acercaban a Europa. Así se ve en La sombra terrestre, de Magritte y en las lúgubres pinturas que la rodean.
Las obras creadas en los campos de concentración y en refugios clandestinos siguen el recorrido por L'Art en guerre con cuadros firmados por artistas reconocidos, como Max Ernst, encerrado por ser considerado un "extranjero indeseable", y otras piezas creadas por artistas que desaparecieron sin dejar más rastro. Un rincón de la exposición recoge las obras creadas por el alsaciano Joseph Steib, auténticas muestras de subversión a la dictadura nazi, como retratos en los que ridiculizó a Hitler, que debieron permanecer durante años escondidas. En el Guggenheim se ven ahora bajo el título de El salón de los sueños, el mismo con el que las presentó al acabar la guerra.
Las obras pintadas por los grandes maestros durante la ocupación nazi también tuvieron que esperar. Matisse o Bonnard, entre ellos. Naturaleza muerta con mujer dormida, de Matisse, una pintura que fue vendida a coleccionistas alemanes, devuelta al acabar la guerra y, finalmente, adquirida por un museo de Washington, se convierte en un símbolo del periplo de arte en la época. L'Art en guerre recoge también el nacimiento de una nueva generación de artistas franceses, como André Fougeron o Alfred Manessier, que mostraron, explican las comisarias, "la voluntad de renovar la tradición francesa", tomando como referencias el arte medieval y la herencia recibida de Braque, Picasso o Matisse.
La muestra se cierra con los anartistas, pintores privados de referencias y
La exposición, patrocinada por la Fundación BBVA, dedica una de sus secuencias al papel de Picasso como símbolo de resistencia a la ocupación nazi, rememorando el mítico estudio del bulevar de los Grands-Augustins, donde años antes pintó el Guernica. Censurado por el arte oficial, Picasso siguió pintando naturalezas muertas y, como muestra L'Art en guerre, magníficos retratos de mujeres. La escasez de medios no paraba a Picasso: con un sillín de bicicleta creó la escultura Cabeza de toro.
Los marchantes también sufrieron la persecución nazi. La exposición elige a Jeanne Bucher como "ejemplo de resistencia, valentía y generosidad", dicen las comisarias. Apoyó a artistas y refugiados con lo poco que tenía. En su discreta galería encontraron refugio Klee y Kandinsky, entre otros artistas marginados en la época, cuyas obras se ven ahora en L'Art en guerre.
El largo recorrido de la muestra pasa también por la eclosión del arte que llegó con la liberación de París. Se acabó el silencio impuesto por la guerra y se descubrieron las obras creadas bajo los horrores de la guerra por artistas como Hans Hartung, Pierre Soulages o André Masson. Una serie de Jean Fautrier muestra las pinturas inspiradas por las ejecuciones que pudo ver desde la ventana del hospital psiquiátrico en el que fue ingresado.
L'Art en guerre acaba con las obras de los anartistas, el término acuñado por Marcel Duchamp para referise a "los anarquistas del arte", los artistas que trabajaban privados de referencias y oficio. Es más que el "arte bruto" que difundió Jean Dubuffet, explica Munck. "Es más cultural, es una creación total". Junto a las obras de Dubuffet, se exhiben piezas creadas por enfermos internados en un psiquiátrico de París. En 1946 fueron expuestos por vez primera, clasificados por las patologías que sufrían sus autores. Ahora la autoría ha sido rescatada y se exponen en como "artistas de pleno derecho", destaca la comisaria.
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