Una tímida presentación
La bailaora Leonor Leal presenta 'Naranja Amarga',su primera obra de gran formato
La joven Leonor Leal fue la encargada de protagonizar el primer estreno de la presente edición del festival. Ella, que ya había pisado las tablas de los otros escenarios del evento con estimulantes propuestas, llegó a las del Villamarta con su primera obra de gran formato, pero sin abandonar la línea de sus trabajos anteriores ni en la estética ni tampoco en la propia dimensión de la obra. Y no es porque ella fuera la única bailaora en escena, sino por el tratamiento general, de un carácter intimista y un ámbito de actuación que se limitó en exclusiva al centro del escenario, donde la artista se movió siempre al abrigo del excelente grupo artístico con el que supo rodearse. Con ellos y sus variadas formas flamencas, Leonor mantuvo sus contantes estilísticas en el baile, con una apuesta decidida por la renovación, que abarca desde su corte de pelo a su vestuario o movimientos, que buscan formas rectilíneas con su figura y sus brazos. Pero todo ello dentro de un sopesado equilibrio con la tradición y con un atrevimiento que siempre será comedido.
Naranja Amarga
Idea original e interpretación: Leonor Leal.
Artistas invitados: (cante) Rocío Márquez, Jeromo Segura y Javier Rivera; (guitarras y composición musical) Juan Antonio Suárez "Cano" y Salvador Gutiérrez .
Percusión: Raúl Botella.
Coreografía: Leonor Leal y Andrés Marín.
Direccción artística, escénica y asistencia coreográfica: Víctor Zambrana
Teatro Villamarta de Jerez (Cádiz), 25 de febrero de 2013
Esas características suyas venían, sin duda, al pelo para una propuesta que anunciaba una indagación en las contradicciones de la vida. Esa flor de dulce aroma que generará un fruto amargo, el ser y el no ser… Así su baile estuvo inspirado, muy lírico y plástico por momentos, pero se ausentó en momentos cruciales, se supone que dentro de una dramaturgia estudiada. En el primer cuadro, que fue el más rico en contenidos, expuso con elegancia y formas estilizadas las grandes líneas de su gramática dancística, conectando inicialmente y de forma especial con el cante por tarantas de Rocío Márquez, hasta concluir rematando unos tangos con el grupo que comandaba Salvador Gutiérrez. Antes, la guitarra de Juan Antonio Suárez había puesto prólogo a la obra con un toque por bulerías plagado de sugerencias: arpegios, rasgueos y picados al servicio de una función, la creación de una atmósfera. Su función tuvo continuidad en la segunda transición, cuando junto con Rocío Márquez, abordó la ranchera Luz de luna. Una emocionante interpretación en la que Leonor estuvo presente en el tapiz que colgaba en el centro de la escena, y que quizás fue metáfora del tono de la obra.
Con el cante de Javier Ribera, la bailaora volvió a escena con un baile por caña, pero observó sentada el hermoso duelo de este con Jeromo Segura en las soleares. Solo al final, se unió a ellos para dejar su impronta —a mitad de camino entre el canon y la renovación— en el baile de las bulerías. Regresó el guitarrista Cano como hilo conductor con una malagueña, y la aparición de Leonor con bata de cola color azahar pareció anunciar que llegaba el colofón, lo mejor de la noche. Pero fue un momento tan mágico como breve, y que se esfumó como una niebla. Era un final al que se asistió con un tanto de incredulidad. Y no por la duración de la obra, exigua, sino porque se esperaba más. Porque allí había belleza y se interrumpió. Puede que la estética y concepción del arte de esta joven artista, su modestia quizás o su comedimiento, no se lo permita, pero un día debería atreverse a romper esa puerta que nos cerró de forma tan inesperada.
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