“Los animales son sagrados”
Vicente Menchén vive en una finca de Aranjuez acompañado de más de 400 animales Los santuarios animales son lugares donde distintas especies viven en libertad
Al entrar en la furgoneta se respira un olor difícil de soportar. Pero ella está más que acostumbrada. Beatriz Menchén se dedica a recoger animales abandonados, acogerlos, cuidarlos y gestionar su adopción. Dos perros de pequeño tamaño saltan y juguetean en los asientos delanteros llenando todo de pelo. Atrás, dos grandes podencos (perros de caza) ladran y golpean la pared inquietos. “Los rescaté de la sierra de Guadarrama, donde llevaban años abandonados y casi muertos de hambre” explica mientras los acaricia. “Ahora tengo que conseguir lo más difícil: que los adopten”.
El vehículo se dirige al sur de Aranjuez por unas praderas que enverdecen el ambarino secarral castellano. Llega a una enorme finca a la que llaman el santuario de la Voz Animal, un lugar donde conviven en libertad más de 400 animales de distintas razas. El dueño del terreno es Vicente Menchén, un hombre septuagenario, menudo y sorprendentemente enérgico para su edad. Hace 20 años se instaló en el terreno, plantó árboles y acumuló materiales reciclables con los que construyó estancias, cobertizos, estanques y cuadras. Decidió convivir el resto de sus días con animales abandonados y maltratados. “Cobro 1.000 euros de pensión y me la gasto en cuidarles y alimentarles, porque les amo”, cuenta mientras da de comer a un poni, una oveja, un perro y una gallina.
Ni esquilo a las ovejas, ni obligo a las gallinas a poner huevos. Yo sólo les alimento y ellos me hacen compañía"
En el año 2000 su hija Beatriz Menchén fundó La Voz Animal, una asociación protectora sin ánimo de lucro que depende de la ayuda de voluntarios y con la que gestionó durante años las perreras de Getafe y de Parla. Su objetivo, según sus palabras, es “rescatar” animales abandonados. “A los perros se les acoge temporalmente y se les busca un nuevo dueño, pero a veces también encontramos especies de granja, patos y hasta pequeños cerdos vietnamitas. Y a esos no puedo alojarles en una perrera”, explica Beatriz, “así que tengo dos opciones, devolverles al matadero… o llevárselos a mi padre”. Sin dudarlo, siempre opta por la segunda.
“Papá te he traído una oveja que hemos encontrado”, dijo Beatriz un día, hace ya unos 20 años. “Papá, traigo unas tortugas, necesitamos un estanque”. “Papá, encontré dos cerdos”. Y así sucesivamente, hasta superar los 400 animales. Su padre asegura que no saca beneficio de ellos: “Ni esquilo a las ovejas, ni obligo a las gallinas a poner huevos. Yo sólo les alimento y ellos me hacen compañía. Y eso haré hasta el día en que me muera”. Fue entonces cuando la finca comenzó a funcionar como santuario animal. La definición que se da a este tipo de lugares parte de la premisa de que los animales puedan vivir en libertad por el resto de su vida, sin ningún tipo de explotación. “El nombre tiene su origen en los santuarios de ballenas, que surgieron en los años cuarenta como lugares donde estaba prohibida la caza”, explica Beatriz.
En España hay otros seis santuarios animales, estos sí, concebidos previamente como tales, todos ellos con página web. En Madrid hay dos: El Hogar de Lucy y Wings of heart, fundados en 2009 y en 2012 respectivamente. Se definen como lugares donde las especies explotadas (generalmente las de granja y similares) se salvan de una muerte segura a manos de la industria alimentaria. Según Elena, fundadora de El Hogar de Lucy, “un santuario debe fomentar la concienciación y el veganismo”. Pero Beatriz, de La Voz animal, lo ve más simple: “Por definición, es un lugar donde los animales son sagrados y donde nadie les explota”.
“Lo que más encontramos son ovejas y también muchos cerdos vietnamitas, porque los compran gente irresponsable como mascotas, pero luego crecen y no los quieren ni ver. Les abandonan”, comenta Laura, de Wings of heart. Ninguno de estos lugares dispone de cifras de especies abandonadas, pero aseguran que no dan abasto y que a diario les avisan de nuevos casos. Tampoco precisan el lugar exacto en el que se encuentran, porque temen ser víctimas de asaltos. “Solo concedemos visitas con cita previa”, cuenta Montse, de El Hogar de Lucy.
Impresiona ver a tantas especies conviviendo en armonía. Mientras un pato se echa la siesta encima de una tortuga, una gallina cuida a una cría de pavo, como si fuera su hijo. Los perros, los cerdos y las ovejas juegan juntos durante el día y se acurrucan para dormir por las noches. El panorama parece sacado de un relato fantástico. Todos parecen quererse. A veces demasiado: “Separamos a los machos cobayas de las hembras para evitar que se reprodujeran sin control. Pero estos cavaron un agujero por tierra y llegaron al recinto de las hembras”, explica Beatriz. “Resultado: a los pocos días aparecieron todas preñadas”, resume entre risas.
Pero no todo son escenas de felicidad. Según cuenta, han salvado a animales en un estado muy penoso: “Al caballo Rocinante le encontramos con un pulmón perforado tras una corrida de toros, solo pudo vivir cuatro años más. Fue muy triste”. También han acogido a perros y borricos famélicos, molidos a golpes, mutilados y descoyuntados: “En el poblado de Valdemingómez rescatamos a cuatro burros, uno tuerto, otros dos desnutridos y el último con la columna hundida en forma de U de soportar tanto peso”. Lo único que Beatriz y Vicente pudieron hacer por ellos es prolongar su vida durante unos años para que pudieran morir en paz en un lugar que debe parecerse mucho al paraíso animal. “Casi todas las historias de nuestros animales son historias tristes”, concluye Beatriz, “por eso intentamos darles el final más feliz posible”.
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