Están locos estos castizos
‘Madrid, 1921. Un dietario’ recupera la mirada de Josep Pla sobre una ciudad en transformación
Como buen chico de provincias con ambiciones, Josep Pla no se resistió a Madrid. Llegó en 1921 de corresponsal para el diario catalán La Publicidad y, antes de irse unos meses más tarde, dejó un dietario con sus impresiones sobre una capital que discurría del siglo XIX al XX. Como es de esperar, en su libro habla de marquesas, cafés, opositores, pensiones, los tristes copistas de El Prado, funcionarios isabelinos y tertulias con Ramón Gómez de la Serna y Unamuno. Pero la obra no es únicamente eso. Ni siquiera es principalmente eso. Madrid, 1921. Un dietario es, ante todo, uno de esos acertijos que dejó Pla sobre el límite entre realidad e invención literaria, recreación y testimonio.
La obra, que no se publicaba para su venta desde 1986, tuvo una pequeña edición de homenaje en 2007. El prólogo que firmaba Andrés Trapiello causó cierta polémica entre los especialistas. Su arranque decía: “Extraño, complejo libro este. No es un dietario, no es de 1921 y tiene que ver con Madrid relativamente”. Con esto se refería Trapiello a que la obra se parece más a Pla que a Madrid, y que por eso resulta tan seductora como inverosímil. Sobre todo porque Pla reinterpretó su mirada de la ciudad —como hizo con el Cuaderno gris—, cuando ya estaba retirado en su masía de Llofriu y apostaba por una imagen de hombre cachazudo y esquivo. Para más señas, el dietario se escribió tres veces: en 1921 (las crónicas periodísticas originales), en 1929 (al recopilarse como libro) y en 1966 (cuando Pla las rehízo).
Joaquim Molas, catedrático emérito de la Universidad de Barcelona y experto en la obra del catalán, no es tan severo. “La gracia de Pla es que va haciendo y rehaciendo mientras publica, porque su idea es crear unas grandes memorias. Y en esa tarea una versión sustituye a la anterior”.
Más allá de estas consideraciones académicas, el dietario es mezcla de reportaje, memorias y ficción. El núcleo es un trabajo muy periodístico, de los que estila la editorial responsable del volumen, Libros del K.O. “Son artículos en los que Pla explica al público de Barcelona lo que encuentra. Era un flâneur, un paseante que mira y cuenta lo que ha visto y oído. Esa es la esencia de sus libros”, opina Molas
Madrid se presenta con ironía y desdén hacia sus locuras y miserias. Pero esa actitud crítica se combina con momentos de gran lirismo, como cuando el joven/viejo periodista visita los suburbios y descubre que más allá solo acechan los horizontes manchegos, ante lo que avisa al caminante de que “el corazón se os va cayendo por una estrecha arteria”.
Pla dejó la Villa sintiéndose “un contribuyente precario, crepuscular y prescindible”. Hizo otra estancia larga entre 1931 y 1936 y alguna visita puntual. Escribió muchas páginas más sobre la capital en las que flota una desencantada mirada acerca de las relaciones entre Cataluña y el espíritu castizo. Todas se resumen, sin embargo, en una conversación que recoge este dietario: “Cuando la política no marcha —como casi siempre ocurre—, todo termina en la discusión de la carn d‘olla catalana y el cocido castellano. Y así los años van pasando, perdidos, inútiles, desperdiciados”.
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