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HISTORIA

Viaje a los secretos del vecino gitano

El centro municipal Conde Duque muestra la vida y las costumbres de la comunidad romaní

Jóvenes gitanas posan ante la cámara de Cristina García Rodero.
Jóvenes gitanas posan ante la cámara de Cristina García Rodero.

Por primera vez en la historia reciente de Madrid, el pueblo gitano es objeto de una exposición monográfica. La muestra, recién inaugurada en el centro cultural municipal del Cuartel del Conde Duque, relata su vida y sus costumbres. Permanecerá abierta al público hasta el próximo mes de enero y ha sido organizada por la Fundación del Instituto de Cultura Gitana, Acción Cultural Española y el Ayuntamiento. Lleva por título Vidas gitanas, en lengua romaní Lungo drom. El romanó es el idioma internacional de los gitanos.

Paneles informativos, fotografías de firma y álbumes familiares —como los de los comisarios de la exposición, Joaquín López Bustamante y Joan Oleaque—, filmaciones, cartelería cinematográfica, documentos y utensilios varios dan noticia de una de las comunidades más cercanas —y a la vez, más desconocidas— de cuantas componen el crisol social madrileño. Cabe descubrir sorpresas como que, ya hoy, la escolarización primaria de los niños gitanos es casi completa; que proliferan los matrimonios mixtos; que los niveles de vida e ingresos resultan, a grandes rasgos, semejantes a los de otras comunidades españolas; y que el crédito de este singular grupo social se ve poderosamente acrecentado por el prestigio que su legado cultural, señaladamente musical, le otorga. Y ello tras haber reconocido la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad el flamenco, en el cual los gitanos han alcanzado cumbres descollantes.

Los avances obedecen a múltiples causas, pero las más relevantes se hallan en el seno mismo del pueblo gitano, cuyos exponentes más dinámicos llevan décadas de esfuerzo político por conseguir condiciones de vida, cultura y futuro iguales a los de los demás españoles.

El viaje de los "egipcianos"

El origen del pueblo gitano hinca sus raíces en el Punjab, hace ya un milenio, en el disputado límite entre India y Pakistán. Aunque se desconocen las razones por las cuales migró siempre en dirección al oeste —se cree que huía de la esclavitud impuesta por los mongoles—, se sabe que los gitanos llegaron a España a pie y por los Pirineos, en el primer tercio del siglo XV, con el propósito de visitar Santiago de Compostela y la Virgen negra del monasterio de Guadalupe, según uno de sus líderes, denominado en las crónicas de la época “don Juan de Egipto Menor”. En un principio se aseguró que procedían del país del Nilo, por lo cual se les llamaba “egipcianos”; luego se dijo que uno de sus reyes fue llamado Gito, de donde derivaría su actual denominación.

Con el discurrir del tiempo, las peculiaridades de las formas familiares de vida gitana, señaladamente patriarcales, su lengua tan solo hablada, ya que es una cultura hasta ahora considerada casi ágrafa, sus atuendos y extravertidas costumbres, desde las buenaventuras a las maldiciones, así como las peculiarísimas concepciones sobre la individualidad, la familia y el sentimiento que los gitanos poseen, contribuyeron a proyectar sobre ellos un halo de fascinación exaltado por el Romanticismo. Sus singularidades también suscitaron rechazo y persecuciones atroces, como las emprendidas contra ellos por la máquina represiva del nazismo, que causó medio millón de víctimas entre los gitanos europeos durante la II Guerra Mundial.

En el origen de la marginación social sufrida por este pueblo, la exposición menciona la difícil especificidad laboral por ellos encontrada, si bien poco a poco fueron labrándose parcelas de actividad propia: desde la canastería, la buñolería y chatarrería a los trabajos de fragua y calderería, el esquilado de animales o la compraventa de caballerías, en la que llegaron a destacar por su extraordinaria habilidad como tratantes.

Las primeras persecuciones en España contra los gitanos —en la Edad Media ya habían sido esclavizados en Irán, Turquía y Rumanía— fueron decretadas por los Reyes Católicos en 1499, en el curso de la uniformización social aplicada a sangre y fuego en sus reinos, y que costó a judíos y moriscos la cruel expulsión. La pragmática emitida entonces en Medina del Campo daba a los gitanos dos meses para abandonar el nomadismo y, de no someterse a pautas fijas de vida bajo mandato señorial, se iniciaba contra ellos una ristra de condenas que abarcaban desde los 100 azotes hasta la amputación de las orejas o el destierro definitivo.

El paternalismo franquista redujo a la comunidad gitana, flagelada por el chabolismo, a sus dimensiones folclóricas. Sombreros de los “hombres de respeto”, bastones de estos jefes de comunidad —excelentes mediadores sociales—, tijeras de esquilado lanar, yunques de fragüeros y bruñidas guitarras se muestran como elementos significativos del ajuar gitano.

Además, se exhiben grabados de Gustavo Doré, referencias a obras de Picasso, Gris, Matisse, Nonell, Solana, Sorolla o Romero de Torres; partituras de Falla o Albéniz; libretos de García Lorca... Elementos todos que concentran sobre el pueblo gitano la atención artística por él concitada desde hace siglos, por la pasión pura y expresiva de sus gentes y por su sentido único de la libertad, del sentir y de la vida.

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