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ROCK | Canned Heat
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Didácticos del ‘blues’

Los Canned Heat actúan en la Sala Caracol ante un público intergeneracional que disfrutó con sus aceleradas lecciones de ‘boogie’, country-rock y demás ritmos esenciales

Había transcurrido anoche más de una hora de concierto en la Sala Caracol cuando los Canned Heat se dispusieron a hincarle el diente a su primera grabación oficial, 45 años atrás: la versión de un blues polvoriento y de autor desconocido que se titula Rollin and tumblin. Y como el muy barbudo Larry Taylor tardaba en poner a punto su guitarra, el otro guitarrista/bajista del cuarteto, Dale Spalding, le excusó: “Está afinando de oído, como debe hacerse. Ni hablar de toda esa mierda digital…”.

Los Heat son, indudablemente, músicos de otros tiempos. Tan extemporáneos como para que tres de sus cuatro integrantes puedan contar batallitas en primera persona de Woodstock, la pradera jipi que los encumbró en el verano de 1969. Es cierto que los dos fundadores originales, Alan Wilson y Bob Hite, no pertenecen al reino de los vivos desde hace décadas, pero la llama perdura en manos legítimas y algo más que solventes.

El batería, Fito de la Parra, aprovechó su condición bilingüe para ir presentando el repertorio con un afán casi didáctico, explicando cómo la banda partió de las enseñanzas de John Lee Hooker y Elmore James para popularizar el ‘blues’ entre el público blanco. Abrieron con su monumental On the road again, de zumbido circular y casi hipnótico, con ese falsete casi al borde de la agonía, y no renunciaron a los demás clásicos que les proporcionaron fama efímera y admiración duradera: la vitalista Going up the country, la contagiosa Let’s work together, el rock profundo y espléndido de Time was. Y alguna curiosidad como Speed kills. “Nos salió la primera canción antidroga de la historia porque éramos grandes expertos en la materia”, ironizó Fito. Un público poco numeroso (150 personas), pero más intergeneracional de lo que cabría suponer, disfrutó con estas aceleradas lecciones de boogie, country-rock y demás ritmos esenciales.

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