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Gamberretes de papá

Los herederos de Green Day firman una actuación bulliciosa y un tanto reiterativa pese a su espíritu transgresor

Que los Blink-182 son unos punkis sin rombos, tolerados para todos los públicos, no es ninguna metáfora: a su concierto de anoche en el Palacio de los Deportes podían acceder menores de edad, esa sonrojante excepción que debería ser norma (aunque los más sedientos se queden sin su cerveza). Molaba ver a los papás o hermanos mayores comprándoles camisetas a los críos. Por algo se empieza, y mejor hacerlo por el trío californiano que, ejem, por Pignoise o Despistaos.

Herederos de Green Day -que ya de por sí nunca tuvieron mayor enjundia-, los Blink son noblotes a la hora de suministrar su inocencia disfrazada de rockerío. Ofrecen lo que esperaban los 7.000 jóvenes que ayer lucían camisetas de tirantes (ellas) y vaqueros bermudas (ellos) para dar saltos y corroborar lo mucho que quieren a sus colegas. Y no les importa incurrir en el tópico: el cantante, Tom DeLonge, ejerce de chuleta con visera; el bajista, Mark Hoppus, es el saltarín de pantalones cortos y, por supuesto, Travis Barker luce tras la batería millones de tatuajes en su torso desnudo.

Los tres encajan en el perfil de gamberretes de papá que consideran transgresor demostrar sus progresos en castellano con frases como “Tengo los huevos grandes” o “No me gustan los pantalones”. Chicos malos, malísimos a los que podríamos llevarnos de vacaciones a Gandía sin mayor desdoro: seguro que terminaban organizando concursos de karaoke en la urba. Son bulliciosos (What’s my age again, The rock show o sus mayores pelotazos, All the small things y Dummit) y a ratos estimulantes (I miss you, Down), pero, en último extremo, cansinos de tan reiterativos. Aunque siempre reconforta ver el disfrute de la chavalería, igual terminan teniendo más gracia sus teloneros, The All-American Rejected, con ese cantante andrógino que parecía llegado del Cirque du Soleil. Son puro tecnicolor, como Mika, pero con más ruido de guitarras.

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