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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El cambio que ya apunta

"Con qué programa y estrategia se llevaría a cabo esta cruzada es un asunto lejano, pero ya es positivo haber constatado un talante constructivo entre los partidos implicados."

La izquierda política, como Sísifo, parece condenada a remontar una y otra vez la montaña de sus discordias para acabar viendo cómo se frustra reiteradamente su esfuerzo. Pero no siendo este desenlace una fatalidad divina, ni las discrepancias tan abismales como gustaría a la derecha y a los patriotas de partido, madura cada día más la posibilidad de que cuaje un concierto entre las siglas y sensibilidades que nutren el enjambre del bloque progresista. Tanto más, como acontece con los valencianos, cuando hoy es una prioridad absoluta para los demócratas de cualquier adscripción desalojar del Gobierno de la Generalitat a la camada conservadora que nos ha hundido en la miseria económica y moral. Con qué programa y estrategia se llevaría a cabo esta cruzada es un asunto lejano, pero ya es positivo haber constatado un talante constructivo entre los partidos implicados.

Tal es la conclusión capital que pudo sacarse del debate promovido por la plataforma Valencians pel Canvi celebrado esta semana en el Aula Magna de la Universitat de València. Al margen de las inevitables al tiempo que moderadas reticencias de alguno de los participantes, de lo allí dicho se desprende sumariamente que ninguno de los tres partidos que hoy integran la oposición en las Cortes —PSPV, Compromís y EU— traspasa las simbólicas rayas rojas que describió Marga Sanz, la dirigente de esta última formación. Esto es, que comparten un ideario suficiente para auspiciar acuerdos futuros en el marco de un propósito común cual es el de constituir un gobierno de izquierdas en el país sin perder por ello la identidad de cada uno de los citados colectivos.

A partir de aquí no han de faltar reservas y aun hostilidades contra lo que tan solo es todavía una iniciativa que ha surgido debido sobre todo a la emergencia política en que vivimos. En este sentido, el PP se ha apresurado a sacar a pasear el esperpento del tripartito que a su entender es el compendio de todas las desgracias que pueden acontecerle a un Gobierno y a unos gobernados. Tampoco habría de sorprendernos. Lo suyo es el partido único, la hegemonía sin trabas y la arrogancia. Llevan practicándola más de tres lustros y eso les ha incapacitado para adaptarse a los usos democráticos donde priman el diálogo y el respeto a las minorías. De ahí, por ejemplo, que ahora pretendan consensuar y colar como democrático un proyecto de ley, el de RTVV, que ellos, los peperos, se han tejido a su gusto y que prolonga los vicios del actual y desahuciado tinglado televisivo. Por lo demás, confunden el tripartito con el tridente, que es algo distinto y que serviría para, simbólicamente, ensartarlos.

Pero, por desgracia, el acoso no viene exclusivamente del adversario: también puede proceder del aliado. Tal ha sucedido con un desahogo ofensivo y sin fundamento que una militante notable del Bloc se ha permitido contra Ximo Puig, el líder socialista, y que éste ha ignorado con elegancia. Si lo mencionamos es por el eco mediático que ha conseguido y que asimismo lograrán los desaires y menosprecios que contribuyan al descrédito de este ensayo que glosamos y que tantas expectativas ha suscitado por estos pagos entre el paciente y castigado universo de izquierdas. Constituirse en alternativa al Gobierno del PP no congenia con estos infantilismos, pero bien sabido es que por mor de la armonía habrá que transigir con gentes y grupos tan gratos como una almorrana. Todo sea por el buen fin del cambio.

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