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el perfil
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

El cristo del cantautor sedentario

Javier Krahe, juzgado por blasfemo, es un hombre brillante al que le gusta pasar del sofá a cama

Javier Krahe.
Javier Krahe.SCIAMMARELLA

Mayte Rollo, manager de Javier Krahe, se ríe un poco. Le hace gracia que se pretenda comprimir el anecdotario y biografía profesional del cantautor en media página de periódico. “¡Tiene mil historias, le han pasado muchas cosas!”, exclama desde una habitación de hotel. La última, un juicio por blasfemo. “Calcúlese un Cristo ya macilento para dos personas. Se le extraen las alcayatas y se le separa de la cruz, que dejaremos aparte”. Ese el comienzo, voz en off mediante, del cortometraje rodado en 1977 por Javier Krahe y Enrique Seseña. Era diciembre de 2004 y las imágenes como fondo de una entrevista con el cantante en televisión. El Centro Jurídico Tomás Moro, que luego resultó no ser más que un grupo de particulares, interpuso una querella por un delito de ofensa a los sentimientos religiosos.

La vista se celebró la semana pasada. Y Krahe, arropado por una amplia cantidad de artistas, afirmó que en caso de ser condenado se exiliaría a Francia. Un país con el que le une al menos un fuerte lazo: el de ser la cuna de Georges Brassens, la influencia más que evidente de sus irónicas tonadillas.

Krahe nació en Madrid en 1944 y se crió en el barrio de Salamanca. Fue alumno del colegio de Pilar, vivero de célebres personajes del mundo de la política y las finanzas, bastante lejanos a la mezcla de bohemia y acracia que se le presume al cantante. Pero también él se matriculó en Económicas. Tan solo aguantó un curso. Después trabajó de ayudante de camarógrafo para la producción de películas industriales y de ahí, a Canadá. En el país norteamericano conoció a su mujer Annick. También le sucedió uno de los acontecimientos más “pesarosos” de su trayectoria. Le echaron de la librería en la que trabajaba. Terminaba sus tareas rápido y después aprovechaba para leer. Esto no les gustó a los dueños del negocio.

Javier Krahe

  • Nace en Madrid en 1944.
  • Estudia un curso de económicas, trabaja de cámara y se marcha a Canadá.
  • Ha editado 14 discos y fundó una compañía discográfica.

Sus compañeros de escenario, generalmente en la sala Galileo, donde actuó la semana pasada (aunque ahora está en una pequeña gira por Galicia) dicen que es un hombre “tremendamente paciente... siempre que sea después de desayunar”. Como sea que los conciertos suelen ser a horarios muy posteriores a la hora de levantarse, Krahe mantiene “una relación amable con cualquier ser humano que se le acerque”. Para sus colaboradores “es un goce” trabajar con él. Sobre todo, porque al público lo que más le gusta es que se equivoque y él jamás les decepciona.

Desde su primer disco solista, Valle de lágrimas, hasta la fecha, ha construido una discografía compuesta por 14 volúmenes. Uno de ellos el celebérrimo La mandrágora, junto a Alberto Pérez y Joaquín Sabina. Además de fundar una discográfica, 18 chulos.

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Hombre brillante, ácido, ingenioso, ágil y muy chistoso, vive en la calle del Pez, y su universo no va mucho más allá. El año pasado se fracturó la cadera y tuvo que reposar durante tres meses. El médico le advirtió que no podía moverse más que del sofá a la cama y viceversa. Krahe le respondió: “Pues entonces, como siempre”. La principal actividad del cantautor, al margen de las que se derivan de su actividad profesional, es la lectura. “Es un erudito”, dicen de él sus colaboradores.

Un erudito poco pedante y fanático del ajedrez al que le gusta contar aventuras sobre periquitos que se cuelan en los hogares cuando era un adolescente o hablar sobre cualquier tema en largas sobremesas.

De lo que no le gusta hablar especialmente es de la supuesta censura que sufrió en 1986 con su tema Cuervo ingenuo, que cuestionaba irónicamente la indefinición ideológica del PSOE. Tampoco exponerse en programas de mucha audiencia. Ha rechazado asistir al programa La noria para hablar del asunto del Cristo.

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