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teatro

Tenga un pie a mano

Hugo e Ines llevan al María Guerrero una selección de sus 'Cuentos pequeños', un espectáculo donde el cuerpo da forma a los protagonistas

Javier Vallejo
Una escena de 'Cuentos pequeños'.
Una escena de 'Cuentos pequeños'.

Con tan buena mano podrían haber sido cirujanos, orfebres o prestidigitadores, pero su vocación iba por otro lado. Ines Pasic, pianista prometedora, recién huida de la guerra de Bosnia, conoció al mimo peruano Hugo Suárez en Bari, donde empezaron a ensayar un nuevo arte de hacer comedias sin actores ni títeres. Una mano suya, tuneada con pequeños elementos de atrezzo y movida con virtuosismo, se convierte por arte de birlibirloque en un personaje de una expresividad asombrosa. Los dedos corazón e índice de Ines, por ejemplo, cubiertos por una microfalda hasta los nudillos, son las piernas de una sensual bailarina cuyo vientre al aire es el dorso de la mano, rematado por un sujetadorcito, y cuyas generosas caderas son la parte más ancha de la palma. Hay que verlo para creerlo.

Hugo e Ines, que llevan 15 años dando la vuelta al mundo con sus Cuentos pequeños, cuya segunda parte estrenaron hace unos días, ofrecen en la extensión de Titirimundi en Madrid una selección de ambas que incluye 12 números, a cual mejor, más otro de propina. Este arte da de sí lo inimaginable. A veces Ines utiliza su cuerpo como paisaje (es el mar en el que naufraga un Ulises dactilar); otras, lo hace desaparecer poniendo el foco sobre su humana marioneta, y, en ocasiones, entra en diálogo con ella. También la rodilla de Hugo o el pie de Ines cobran vida propia, y sus brazos conversan entre sí, pero quizás la criatura más sugerente de cuantas crea la pareja sea el inmenso rostro femenino encarnado por el vientre desnudo de Ines, donde los pechos son ojos y el ombligo, una boquita que nos sonríe, se fuma un cigarrillo, come, mastica y escupe.

Por estos Cuentos pequeños corren personajillos tiernos, descarados y melancólicos, efímeros como un sueño. Entre ellos, una criatura desdentada e insidiosa (cuya mandíbula inferior son los dedos de la diestra de Hugo, salvo el pulgar, que hace las veces de nariz) capaz de crear a su vez, usando los dedos de la izquierda, un muñeco humano más pequeño, en un formidable juego de matrioshkas de carne y hueso. Sin pretensiones y sin mirar por encima del hombro a nadie, Hugo e Ines rozan la excelencia en un arte ignoto con resonancias atávicas.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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