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La fiesta de la trinchera principal

La familia socialista convierte la toma de posesión de Griñán en la celebración de la resistencia

Luis Planas y Alfredo Pérez Rubalcaba.
Luis Planas y Alfredo Pérez Rubalcaba.JULIÁN ROJAS

De la hilera de actos que rodean a un proceso electoral, la toma de posesión del presidente es siempre el de más porte, el más solemne, donde se lucen esmeradas galas y el que concentra mayor número de celebridades. Pero si se le añade el atenuante de la regulación de empleo que ha sufrido la familia socialista española —en lo que a cargo público se refiere— desde los comicios catalanes hasta el pasado 20 de noviembre, el resultado es el que se vio ayer: una fiesta a medio gas con sabor a resistencia, a trinchera. Y no por desatención o falta de diligencia (los que son algo, fueron casi todos), sino por el palmario clareo que impera en la vida institucional del PSOE que, además de carecer ya de ministros, se ha quedado sin presidentes autonómicos —solo Patxi López brilla al otro lado de la piel de toro— y prácticamente sin alcaldías de fuste.

 Basta con revisar en las hemerotecas los ceremoniales de 2004 y 2008 para cerciorarse del inmenso contraste. Un ejemplo: en el primero vino un exultante José Luis Rodríguez Zapatero, con la sonrisa aún esculpida en el rostro por su triunfo inesperado, acompañado de cinco miembros de su gabinete recién salidos del horno. Con todo, ayer hubo representación profusa del alma binaria del PSOE actual, lo que, pasado por la lectura taimada de las batallas internas de los partidos, cobró mucho significado y proporcionó tema de conversación a los corrillos ávidos de novedades. Por un lado, la oficialidad de Alfredo Pérez Rubalcaba, secretario general —al que el protagonista, José Antonio Griñán, no paró de darle abrazos—, Trinidad Jiménez, secretaria de Política Social, y Antonio Hernando, secretario de Relaciones Institucionales. También un serio Manuel Chaves.

Y por otro, Carme Chacón, la exrival de Rubalcaba en el congreso de febrero pasado, con quien se alineó el ya dos veces presidente de la Junta; Tomás Gómez, secretario general de la federación madrileña, y Ximo Puig, líder de la Valenciana.

Para todos ellos el abrigo de Andalucía en el terreno yermo de presencia socialista en el que se ha convertido España es motivo de regocijo o, al menos, de alivio. Siempre reconforta ver como aguanta en pie una bandera, aunque sea compartida con otra fuerza política. Es lo que confesó uno de los visitantes, quien, montado en la moto del optimismo, incluso vislumbró un punto de partida para volver las tornas en Asturias y Extremadura. Para los autóctonos, sin embargo, la merma de efectivos quedó patente. Como es habitual, la comitiva que envolvía a Griñán tuvo problemas para avanzar por los pasillos, bloqueada por el torrente de cámaras, pero no se padecieron los embotellamientos de otras ocasiones, y al término del acto, los protagonistas departieron con la prensa igual que en un pleno ordinario.

Contribuyó el trasiego de reuniones de los nuevos socios —el virtual vicepresidente Diego Valderas se encerró con su grupo en una sala, mientras Griñán arrastró a su ejecutiva a un hotel cercano— y el vacío de los populares. Cristóbal Montoro, el ministro de guardia, fue visto y no visto. Javier Arenas dio plantón, y no hubo más presencia del PP que la estrictamente institucional. Con ellos no iba la fiesta.

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