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CRÍTICA|TEATRO

Haciendo justicia poética

Las matanzas de judíos polacos en la II Guerra Mundial a manos de sus vecinos católicos sube a escena en el teatro Fernán Gómez

Javier Vallejo

El historiador estadounidense Jan T. Gross reveló en Vecinos (Crítica, Barcelona, 2002) que las matanzas de polacos judíos de Jedwabne, Radzilów y otros lugares del condado de Lomza, en 1941, no fueron efectuadas por los ocupantes nazis, sino por sus vecinos católicos, en contra de la versión hasta entonces generalmente aceptada de la historia. En este excelentemente documentado volumen, cuya elegante edición española es también un memorial por las víctimas, se demuestra como, ante la aquiescencia y la inacción de los alemanes, el alcalde, Marian Karolak, empleados municipales, ciudadanos adultos de todos los oficios y chavales imberbes iniciaron una cacería humana con ganchos y cuchillos de matar cerdos, mientras labriegos de aldeas de los alrededores cercaban el pueblo para guillotinar cualquier intento de fuga. Muchos fueron degollados; otros, lapidados o ahogados, pero como matar así debe de ser agotador, los confabulados optaron por conducir a centenares de sus 1.600 víctimas a un pajar donde apenas cabían y, cuando las tuvieron apiñadas, lo rociaron con gasolina y prendieron fuego.

'Nuestra clase'

Autor: Tadeusz Slobodzianek. Intérpretes: Jordi Brunet, Roger Casamajor, Lluïsa Castell, Gabriela Flores, Albert Pérez, Xavier Ripoll, Ferran Carvajal, Carlota Olcina, Isak Ferriz y Jordi Rico. Dirección. Carme Portacelli. Teatro Fernán Gómez. Hasta el 13 de mayo

A partir de este acontecimiento tanto tiempo silenciado, Tadeusz Slobodzianek, autor polaco de padre católico y madre ortodoxa deportados a Siberia, escribió en 2007 Nuestra clase, espectáculo demoledor que ha llegado por fin a Madrid en certera puesta en escena de Carme Portaceli, representada antes con enorme éxito en el Teatre Lliure. Slobodzianek comienza la acción antes de que von Ribbentrop y Molotov firmen el acuerdo por el que Hitler y Stalin se repartirán Polonia. En la escuela del pueblo, cinco chavales católicos y cinco judíos conviven sin problemas: Abram Piekarz, uno de ellos, emigrado a EE UU antes de que la URSS entre en Polonia oriental, estará luego entre quienes tiren del hilo de lo sucedido. Al llegar los soviéticos, los polacos católicos crean un ejército de resistencia, alguno de cuyos miembros delatará a sus compañeros. En la función ese papel lo hace Zygmunt, un tipo que, cuando los nazis desalojen a los rusos, será el primero en acusar a los judíos de colaboracionistas, desatando un odio atávico cultivado en el caldo antisemita del derechista Partido Nacional Democrático y una persecución psicopática colectiva contrapunteada por casos de heroísmo solidario.

La obra y el montaje de Portaceli atrapan desde el minuto uno por el calado de lo que se cuenta, pero también por la sana ironía con que lo cuentan sus intérpretes, por los pellizcos de humor que introducen para que no se haga insoportable la tensión dramática, y por la ligereza alada con que resuelven las escenas más crudas. El elenco pasa de lo dramático a lo narrativo ágilmente, nos traslada a sitios dispares en un abrir y cerrar de ojos, hace que los vivos se codeen con naturalidad con sus parientes muertos y fragua momentos conmovedores sin solución de continuidad. Pequeñas pegas aparte,:en Nuestra clase se imponen con rotundidad la expresión de una verdad necesaria y la fuerza del trabajo colectivo.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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