Un bañador para el líder
Ya saben que en la lectura de unos comicios nadie pone cara de póquer, los análisis parten siempre de una jugada donde la mayoría va de farol
Como regla general, las elecciones siempre las ganan todos. O si quieren decirlo de otra manera, nunca las pierde ninguno. Para un colectivo tan poco dado a tener los pies en el suelo como el estamento político, el resultado de unos comicios no iba a ser algo distinto. Si todo es interpretable, si lo blanco puede ser negro, o si lo que cualquiera dijo ayer puede no tener nada que ver con lo que esa misma persona sostiene al día siguiente, por qué iba a ser distinto el análisis que hace un partido político de un resultado electoral. La interpretación de las urnas está llena de triquiñuelas verbales, capaces de trabar el sentido común de puro partidismo. Ya saben que en la lectura de unos comicios nadie pone cara de póquer, los análisis parten siempre de una jugada donde la mayoría va de farol.
Esta vez, sin embargo, sí habrá vencedores y vencidos. Si Griñán pierde las elecciones, pasará a la historia como el primer dirigente del PSOE que no ganó los comicios autonómicos en Andalucía. Si la derrota es de Arenas, ingresará directamente en el libro de los records acompañando a Platanito, aquel torero que frustró su carrera a fuerza de perder oportunidades. Puede pasar que Arenas gane, pero que no gobierne. O que Griñán pierda, pero que gobierne. Entonces, volveríamos al inicio: las elecciones las habrán ganado los dos, a pesar de haberlas perdido ambos. Uno en las urnas, otro en los posteriores pactos.
Hace unos años, en California ocurrió un hecho insólito. Uno de los 19 pingüinos de anteojo —el nombre se debe a unas plumas en la cabeza, que hace que parezca que lleva un antifaz— con los que contaba la Academia de la Ciencia de este Estado de EE UU comenzó a perder su plumaje, que le protegía del frío, por lo que tuvo que dejar de sumergirse en el agua. El asunto no era menor, ya que sin plumas perdía su característico color negro y los otros pingüinos, al no reconocerlo como alguien de su especie, le atacaban al considerarlo un intruso.
Cuenta la historia que los biólogos marinos idearon un plan. Se pusieron en contacto con una compañía que producía equipamiento para buceo y le encargaron un bañador al pingüino. Se trataba de una chaqueta de neopreno que le aislaba el cuerpo y que disponía de dos pequeñas aberturas para las aletas, de forma que el animal pudiera moverse con facilidad en el agua. El artilugio le permitió nadar de nuevo y volver a jugar con los otros pingüinos.
Ocurra lo que ocurra el próximo domingo, a uno de los dos principales dirigentes de esta contienda, ya sea el candidato del PSOE o sea el cabeza de cártel del PP, habrá que encargarle un bañador como el del pingüino de California. Y ponérselo, para que con esa coraza pueda seguir sumergiéndose en el mar de la política. Está confirmado que todo derrota le deja a uno sin plumaje, en sumo peligro frente a los suyos, que fácilmente le podrían considerar un intruso y le atacarían. La política es así de injusta, el líder de ayer, de tantas veces ser líder, puede ser un don nadie mañana. Y las mayorías a la búlgara para instalarte en un puesto se transforman en mayorías a la búlgara para expulsarte del puesto.
Los electores en Andalucía van a decidir el próximo domingo a quién le cortan un traje de presidente de la Junta. Y al menos a un partido, le tocará encargar el bañador de pingüino para el derrotado. Así transcurre la política. Por eso, al igual que hay animales que tienen siete vidas, hay dirigentes que pueden soportar hasta cuatro derrotas, siempre que cuiden sus plumas de anteojos para que luzcan como un antifaz con el que poder transmutarse de nuevo. O por eso, al pingüino de California hubo que diseñarle una chaqueta: su especie tiene una media de vida de 20 años y él había alcanzado los 25; y eso ocurre también con algunos partidos que, tras superar los treinta años gobernando, han ido perdiendo el plumaje ideológico.
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