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Las zarzuelas del galleguismo

Una tesis investiga por primera vez el fértil género chico escrito en gallego

Coro de fiadeiras de A lenda de Montelongo.
Coro de fiadeiras de A lenda de Montelongo.

¡Non máis emigración! se estrenó el 29 de agosto de 1886 en el Teatro Tacón de La Habana. Cuenta la historia de un mozo enamorado que decide marchar de Galicia para hacer las américas. Pero al arribar a la otra orilla del océano descubre la miseria y las penas, el lado oscuro del gran sueño latinoamericano en el que se dejaron la vida cientos de miles de gallegos. No era teatro, sino una de sus variantes entonces más populares: la zarzuela. Con música de Felisindo Rego y libreto de Ramón Armada Teixeiro, ¡Non máis emigración! es la primera obra del género chico redactada en gallego. Al menos, la primera del medio ciento documentadas por el cordobés Javier Jurado, que acaba de leer la única tesis doctoral existente sobre el fenómeno.

“La zarzuela gallega surgió a finales del siglo XIX en la emigración, en Buenos Aires y, sobre todo, en La Habana”, explica. Fue un género de ida y vuelta, pero a su regreso ya había mutado de idioma. Y acaparado la atención del incipiente nacionalismo, organizado en las Irmandades da Fala y que la consideró un vehículo idóneo para el agit-prop. La reencarnación gallega del denominado género chico —sumariamente, “un género lírico con argumento y partes habladas”— asumió las tesis galleguistas, comentó la situación social del país en sus tramas de enredo y consiguió dejar atrás la popularísima, en toda España, “zarzuela de tema gallego”. “Aquí ya no había el tipismo en castellano de obras como Maruxa”, afirma Jurado. Maruxa (1914), texto de Luis Pascual Frutos y música de Amadeo Vives, la protagoniza una, en Galicia infrecuente, pastora de ovejas. Contra esas mistificaciones de la realidad reaccionaron los galleguistas.

Porque la metamorfosis de la zarzuela de tema gallego en zarzuela gallega implicaba algo más que la lengua. Fue una transformación materialista. “Las escenas comienzan a situarse en paisajes gallegos”, dice, “y aparecen cruceiros, alpendres, pueblos marineros, las calles de Compostela, diálogos que se valían del refranero y de giros lingüísticos coloquiales, o el baile gallego, pero el auténtico”. Las agrupaciones corales, que nacían en las primeras décadas del pasado siglo, se encontraban detrás de los montajes. A Toxos e Flores, Coral da Ruada o Cántigas e Agarimos pertenecían las voces, los instrumentistas de cuarteto tradicional, las piezas inscritas en las obras.

Javier Jurado registra por lo menos medio ciento de piezas

“La evolución del género de la zarzuela gallega es paralela a la del pensamiento galleguista”, expone el propio Javier Jurado en un amplio ensayo publicado en el último número de la revista Grial. Ni siquiera la dictadura de Primo de Rivera (1923-1931) impidió su popularización. “Aunque aquel régimen, de inspiración fascista, prohibió las manifestaciones culturales no castellanas”, argumenta, “la zarzuela sobrevivió y colaba, porque tenía mucha aceptación y era muy solicitada en España”. El gobierno perseguía a anarquistas y comunistas, pero los nacionalistas se movían en los márgenes de la permisividad. Con la táctica del caballo de Troya trazaron una estrategia para “llenar de galleguismo la zarzuela”.

En la conspiración participaron nombres hoy célebres. Antón Villar Ponte, que fue diputado por la Orga y por el Partido Galeguista, presidía el coro Cántigas da Terra y redactó, sobre textos de Cabanillas, el libreto de la ópera O Mariscal. La pluma de Otero Pedrayo lo mismo traducía el Ulysses de Joyce al gallego que revisaba la zarzuela Miñatos de vran. Y Galo Salinas hizo sus pinitos con Entre o deber e o querer. “Colaboraron todos los grandes escritores de la época”, sentencia Jurado. Y no solo escritores: uno de los escenógrafos más prolíficos del género fue Camilo Díaz Baliño, padre de Díaz Pardo asesinado en el 36.

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Las Irmandades

Fue precisamente ese el año que marcó el inicio del fin de la zarzuela gallega. La desactivación política de aquella escena musical llegó no por la prohibición idiomática, sino por la vía de la enxebrización. “En 1942 estrenaron ¡Non chores Sabeliña!, pero la trama ya era de irrisión, burlesca”, aclara Jurado, “a pesar de que la música la había compuesto un represaliado, Gustavo Freire”. El elevado coste de producción del género, en plena y agónica posguerra, acabó por finiquitarlo. Hasta que los nietos de Bernardo del Río, autor de la mítica A lenda de Montelongo, contactaron con Javier Jurado hace ya unos años.

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