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La Transición fuera del palacio

Hace 40 años que la policía franquista asesinó en Ferrol a Amador Rey y Daniel Niebla

La única fotografía de los acontecimientos del 10 de marzo de 1972 en Ferrol. La imagen es cedida por la Fundación 10 de Marzo de CC OO.
La única fotografía de los acontecimientos del 10 de marzo de 1972 en Ferrol. La imagen es cedida por la Fundación 10 de Marzo de CC OO.

Existe un relato, el dominante, que habla de un tardofranquismo institucional en el que proliferan demócratas camuflados y de una Transición con padresy diseñada en pasillos de palacios. Pero frente a esta poética del salón noble existió la realidad de las calles, los monos azules, la asamblea ilegal, la violencia. “La democracia no la ha traído el Rey, ni los ponentes de Franco, ni la oligarquía: la trajeron las fuerzas del trabajo, los resistentes, los estudiantes”. Lo comprobó en su propia piel Rafael Pillado, dirigente de las clandestinas Comisiones Obreras de Ferrol cuando, un diez de marzo de hace 40 años, la Policía Armada asesinó a los obreros de Bazán Daniel Niebla y Amador Rey.

Aquella fecha ha pasado a la historia como Día da Clase Obreira Galega. Algunos sindicatos la conmemoran con manifestaciones —en clima de prehuelga, la CIG ha convocado hoy marchas en todas las ciudades— y otros con ofrendas. Hasta el Parlamento, en 1997, reconoció institucionalmente la jornada. “La conciencia democrática que germinó dentro de los muros de Bazán acabó trasladándose a toda Galicia”, considera el historiador José Gómez Alén, uno de los escasos investigadores del movimiento obrero gallego y coautor de una monografía sobre aquellos acontecimientos.

El astillero público negociaba entonces su convenio colectivo. Un año antes, en 1971, militantes comunistas y de Comisiones infiltrados en el Sindicato Vertical habían copado los puestos del jurado de empresa de la factoría de Ferrol. No así en San Fernando (Cádiz) ni en Cartagena, donde se encontraban otras plantas importantes de Bazán. Al iniciar conversaciones con la empresa, los gallegos exigen separarse del conjunto de la compañía y pactar sus propias condiciones laborales. La dirección acepta, pero enseguida rectifica. “Hubo un tirón de orejas”, aventura Gómez Alén, “y Martín Villa, secretario general del sindicato oficial, lo echa atrás”. Saldo, siete despedidos: Manuel Amor Deus y el propio Rafael Pillado entre ellos.

“La conciencia democrática de Bazán pasó al país”, según Gómez Alén

Es 9 de marzo y los trabajadores se concentran en la fábrica. Allí fichaban unos 6.000 empleados fijos y casi 2.000 en las auxiliares. Reclaman la readmisión de los represaliados. “A las cinco de la tarde, la policía entra y desaloja la factoría; salimos en manifestación por toda la ciudad, paramos autobuses, pedimos ayuda”, rememora Rafael Pillado. Esa misma noche, los obreros organizan la respuesta a la represión de la empresa y de la policía. A las ocho y media de la mañana del 10 de marzo de 1972, después de comprobar el cierre patronal de Bazán, una columna de 4.000 personas se planta en los Cantones frente a la sede del Sindicato Vertical. “Acordamos paralizar la ciudad y dirigirnos hacia el barrio de Caranza, que en aquel momento estaba en construcción”, recuerda, “y contábamos con que se sumasen los de Astano”. Entonces irrumpen los grises.

“Los manifestantes respondimos con piedras e hicimos escapar a la policía, que se refugió en el cuartel”. Pero tras esa retirada, un reguero de sangre: los cadáveres de Amador Rey y Daniel Niebla, un histórico dirigente obrero como Julio Aneiros al borde de la muerte y más de un centenar de heridos. Dos viúdas —la de Niebla murió y la de Rey y sus dos hijos vuelven a sufrir ahora el incierto futuro del naval gallego. Nunca nadie fue juzgado por los hechos.

Para el sindicalista Pillado, “aquello fue muy importante para la democracia”

A los pocos días de la matanza, llegaron las detenciones. “A mí me detienen el día 14”, relata Pillado quien, junto a Aneiros, Manuel Amor Deus o José María Riobó, pasó más de cuatro años en cárceles de la dictadura repartidas por la geografía peninsular. “Utilizaron la política de dispersión para que no colaborásemos”, dice, antes de concluir: “Pero todo aquella acción fue muy importante para conseguir la democracia”.

Fueron los últimos presos obreros del franquismo. Los que con su resistencia en la tierra del Caudillo ocuparon las portadas de The Guardian, de Le Monde, del New York Times. “Estoy en condiciones historiográficas, es decir, científicas, de afirmar que la clase obrera gallega, y la de Ferrol en particular se colocó en primer plano de las luchas sociolaborales por la democracia”, asegura Gomez Alén. Aquel sindicalismo entendía de política y recogía la experiencia de Bazán en la República, cuando los operarios se opusieron con armas en la mano al levantamiento fascista del 36. “En los sesenta llegaron a tener dentro una vietnamita”, explica, “todavía hoy continúa siendo una factoría con un elevado nivel de sindicación de los trabajadores y eso responde a una tradición”. Y en este punto coinciden de nuevo investigador e investigado. “Porque la Transición no fue una operación de ingeniería de unas cabezas pensantes”, resume el historiador, “sino el resultado de la presión desde abajo de un sector de la sociedad, de los obreros”.

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