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Jardines secretos en la jungla de asfalto: cómo resistir a la especulación plantando un árbol

Una exposición en Nueva York recorre los parques impulsados por artistas en el espacio público de Nueva York, concebidos como actos de protesta ante la derivas de la gentrificación

'Tied Grass', 1977, una instalación de Becky Howland situada en una isleta para el tráfico.
'Tied Grass', 1977, una instalación de Becky Howland situada en una isleta para el tráfico. B. HOWLAND

La crisis fiscal que hundió la economía de Nueva York en los primeros setenta supuso la calificación de muchos terrenos como “dese­chados”, una imagen quizá difícil de imaginar en el Manhattan actual. La huida de la clase media a los suburbios, que arruinó las cuentas municipales; el aumento de la tasa de criminalidad y la construcción masiva de décadas anteriores empezaron a generar un paisaje de edificios a medio construir en barrios donde nadie quería vivir. Población de origen migrante ocupó esos espacios liberados de la frenética compraventa y los convirtió en lugares habitables en sentidos poco ortodoxos. Fue el bum de los jardines comunitarios en solares, parques públicos y lugares de reunión, a veces rodeados de basura.

Este Nueva York de las sobras fundó una genealogía de acciones colaborativas y modos de convivencia que ha sido rastreada por el PS1, sede del ­MoMA en el barrio de Queens. La exposición, titulada Life Between Buildings, documenta la relación entre prácticas artísticas y movimientos políticos que han utilizado esos espacios de descarte para experimentar con las posibilidades de la vida en comunidad. El arquitecto Ignasi de Solà-Morales usó el término francés terrain vague para definir ese intersticio olvidado por el urbanismo tradicional, pero de gran utilidad para aquellos que supieron ver las posibilidades de esas áreas no productivas en un sentido capitalista. La noción amplia del jardín, alejada en esta muestra de su función meramente decorativa, aunque no de sus motivaciones lúdicas y gozosas, sirvió a los artistas para poner su imaginación al servicio de las comunidades que no estaban dispuestas a sacrificar su disfrute por las condiciones hostiles de la gran ciudad.

Los artistas pusieron su imaginación al servicio de quienes no estaban dispuestos a sacrificar su disfrute en la hostilidad de la ciudad

CHARAS, un colectivo de jóvenes puertorriqueños, fue uno de los primeros en organizar una respuesta al estado de la vivienda en el Lower East Side. Adoptaron la idea de las cúpulas geodésicas que entusiasmaba a las comunas hippies de otras partes de Estados Unidos para construirse las suyas propias en esos espacios vacíos. Querían inventar una utopía en el decadente sur de Manhattan. Gordon Mat­ta-Clark, por entonces recién graduado en Arquitectura, entendió que esas prácticas desorganizadas eran enormemente inspiradoras en una ciudad llena de casas vacías y de población sin hogar. Para ilustrar las contradicciones de la propiedad privada, en los años siguientes compró una serie de lotes inútiles por 25 dólares, algunos de menos de un metro cuadrado de extensión, en lo que denominó Fake Estates (inmuebles falsos), líneas de tierra ahogadas entre edificios o en mitad de la calle, que era inútil poseer, pero cuya adquisición sirvió para resaltar la existencia de esos “espacios que no podrían haber sido vistos ni ocupados de otra manera”.

La atención de CHARAS y Matta-Clark por los terrains vagues dotó de armas inusuales a aquellos que no tenían acceso a la compra de propiedad durante los setenta y ochenta, en unos movimientos paralelos a la implantación de jardines comunitarios en lugares de renta baja, como El jardín del paraíso, aún en activo. Cecilia Vicuña, exiliada tras el golpe de 1973 en Chile, dedicó una serie de performances a las malas hierbas que crecían entre el pavimento roto. Sus Sidewalk Forests (1981) funcionaron como metáforas de la rebelión de la naturaleza y de la esperanza de un futuro que luchaba por hacerse entre las presiones de la construcción masiva reactivada tras la crisis fiscal. Becky Howland, de modo similar, creó una escultura efímera en un alcorque descuidado, a la que llamó Tied Grass (1977). Atando las hierbas y domándolas de forma irónica, Howland hizo una defensa del desorden vinculada a la molestia que los jardines comunitarios implicaban para las empresas neoyorquinas.

La presión de las constructoras en los ochenta obligó a una reflexión más crítica sobre los jardines comunitarios. Paradójicamente, algunos de ellos servían a los constructores para publicitar esas zonas, llamando la atención sobre el embellecimiento y potenciando la gentrificación, en un proceso de apropiación de las prácticas de resistencia comunitaria que Jody Graf, comisaria de la exposición, recalca con insistencia. Los artistas reaccionan a estos procesos desde el análisis de los espacios ajardinados como lugares de disciplina, sometidos de forma inconsciente a las normas del urbanismo. En la obra de Tom Burr sobre el cruising en Central Park (The Rambles, de 1992), el jardín deja de ser un espacio utópico para servir de ejemplo micropolítico, del mismo modo que los filamentos de terreno de Matta-Clark servían de alegorías de los conflictos causados por la propiedad.

'Eighth Street community garden, 1989-1993', fotografía de Margaret Morton.
'Eighth Street community garden, 1989-1993', fotografía de Margaret Morton. M. MORTON

Con la llegada de Giuliani a la alcaldía en 1994 comienza la destrucción y venta de esos jardines a empresas constructoras. Algunos de ellos sobrevivieron, aunque no tanto las dinámicas colaborativas que los impulsaron. La pandemia ha motivado un creciente interés por estas zonas, que en muchos casos fueron los únicos espacios naturales a los que los residentes tenían acceso durante el confinamiento. La instalación multimedia de Aki Onda Silence Prevails (2020-2022) mapea los jardines del Lower East Side en la pandemia, investiga sus sonidos y los presenta como testigos de nuestro encierro.

A través de una serie de David L. Johnson titulada Adverse Possessions (2022) se demuestra que la crítica a la propiedad privada en Nueva York no es un asunto del pasado. El artista llama la atención sobre un ­terrain vague del derecho de la propiedad anglosajón que también existe en nuestro derecho civil con el nombre de “usucapión”. Según este principio, los usuarios pueden convertirse en propietarios de un terreno si hacen uso continuado de él a lo largo de un tiempo (10 años en Nueva York). Una de las claves de la usucapión anglosajona es que no debe haber consentimiento expreso del propietario para su ocupación, ya que, si este existe, se considera una cesión por un periodo determinado y no se altera la titularidad del terreno. Muchas empresas de Nueva York instalan placas en los límites de su propiedad, en muchos casos arriates o trozos de pavimento, precisamente para explicitar su titularidad. Johnson ha retirado muchas de estas placas, que expone en la muestra como una forma de activismo especulativo, aunque con voluntad más agitadora que práctica.

En una ciudad caben muchas vidas, con frecuencia tan contradictorias y ajenas las unas a las otras que cuesta imaginar que compartan los mismos espacios. La exposición, a través de estos lugares menores y limítrofes, consigue pensarla como un organismo de convivencias que trasciende los límites de Nueva York, motivando al visitante a imaginar los terrains vagues de su propio territorio. La potencia del concepto reverbera de forma amplia, así como su poderosa paradoja. La aparente docilidad del jardín es el caballo de Troya de una radical puesta en cuestión de la propiedad privada.

‘Life Between Buildings’. MoMA PS1. Nueva York. Hasta el 16 de enero de 2023.

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