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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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La jungla, ahí fuera

No quiero ser cenizo, pero me da la impresión de que el detective de ‘Monk’ tiene bastante razón, dada la espeluznante galería temática de crímenes reales

Manuel Rodríguez Rivero
El actor Tony Shalhoub (derecha), protagonista de 'Monk', en un capítulo de la serie.
El actor Tony Shalhoub (derecha), protagonista de 'Monk', en un capítulo de la serie.Peter "Hopper" Stone (Everett Collection / Cordon Press)

1. Monk

En la aburrida soledad de mi cuarentena forzada (et in covid ego, diría hoy un poeta nada bucólico ni vacunado) se retroalimenta la habilidad zapeadora. Sin poder ver a nadie, con la cabeza congestionada y con disminuida capacidad de concentración para la lectura, me resulta un alivio encontrar en la parrilla de la cadena Ten la accidentada reposición de Monk, una de las series que más me divirtieron hace años. No es que Ten —una cadena de televisión más bien cutre que forma parte del complejo de empresas del señor Roures— se caracterice por el respeto al espectador (la programación de la serie se ve a menudo afectada por inexplicables cambios, saltos, ausencias, errores y pixelaciones), pero lo cierto es que las peripecias de Adrian Monk —para mi gusto, uno de los más originales detectives que han ejercido en la pequeña pantalla— siguen entreteniéndome. Por si no lo recuerdan, Monk es un expolicía del departamento de San Francisco que ahora trabaja como asesor privado del cuerpo y que padece una forma bastante aguda de desorden obsesivo-compulsivo. Andy Breckman y David Hoberman, los creadores del personaje, magistralmente interpretado por Tony Shalhoub, no se cortaron un pelo en la caracterización del detective, quien se refiere a sus habilidades detectivescas como “un don… y una maldición”: fobias, obsesión por la simetría, el orden y la limpieza, compulsión a cumplir determinados rituales absurdos en la vida cotidiana y un sinfín de paranoias (que son tratadas con escaso éxito por su analista) son algunas de sus mejores prendas obsesivas. He tomado el título de este Sillón de la banda sonora de la serie: para Monk, cuyas capacidades deductivas deben mucho a Holmes, Poirot o al teniente Colombo, el mundo exterior es una jungla (It’s a Jungle Out There) de la que le protegen sus neurosis. Miren, yo no quiero ser cenizo, pero me da la impresión de que tiene bastante razón, y esta vez no me estoy refiriendo a nuestro entorno sociopolítico.

Portada de 'True crime', de Vicente Garrido.
Portada de 'True crime', de Vicente Garrido.Ariel

Ahí tienen, por ejemplo, el tremendo panorama taxonómico que nos pinta el prestigioso criminólogo Vicente Garrido en su último libro, True Crime, la fascinación del mal (Ariel), que nos muestra una espeluznante galería temática de criminales reales y de sus víctimas. Garrido, que ha dedicado buena parte de su carrera al examen del modo en que la literatura y el cine han reflejado el “crimen real” y sus modalidades (en la misma cadena Ten, por cierto, se programa la serie de True Crime. Parejas asesinas), reconoce que el subgénero fascina sobre todo a las mujeres, que son las mayores consumidoras de “crímenes reales”. Si, por lo demás, son ustedes de los que prefieren los crímenes ficticios, les recomiendo dos novelas que he podido leer últimamente: la estupenda El hombre de Calcuta (Salamandra), de Abir Mukherjee, un trepidante thriller que incluye una punzante e irónica crítica al colonialismo británico del Raj, y, en registro más castizo, Gloria bendita (Alianza), de Juan Madrid, que sigue acreditando su oído para el lenguaje de la calle (léanse sus viñetas en Mundo Obrero) y su maestría para crear diálogos creíbles y divertidos (en la novela salen, además, un emérito y un comisario cloaqueño).

2. Poeta

Portada de 'Obra Poética', de Saint-John Perse.
Portada de 'Obra Poética', de Saint-John Perse.Galaxia Gutenberg

Galaxia Gutenberg acaba de llevar a las librerías, como un presente inesperado para hacernos más leve el desasosiego y las ansiedades del momento, la impecable edición (de Alexandra Domínguez y Juan Carlos Mestre) de la Obra poética (1904-1974), de Saint-John Perse, uno de los grandes creadores del siglo XX. Poeta de poetas —ha sido traducido, entre otros, por Eliot, Ungaretti y Lezama Lima, quienes no disimulan la impronta que el poeta francocaribeño dejó en sus respectivas obras—, el gran empeño de Perse consistió en trazar un camino intermedio entre el modernismo pos-simbolista de Mallarmé y la poesía tradicional (de raigambre clásica), para lograr un acercamiento celebratorio a la naturaleza y al eterno fluir de la vida desde una inspiración multicultural.

La poesía de Perse, cuyos versículos (construidos como parágrafos) leí por vez primera en la estupenda Antología poética traducida por el poeta colombiano Jorge Zalamea (Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, 1960), deslumbra y, a la vez, exige y demanda, y quizás por ello se ha ganado la reputación de hermética: algunos de sus primeros libros, como Elogios y, sobre todo, Anábasis (1924), son ya muy representativos tanto de su peculiar mundo de imágenes, no siempre referenciales, como de su ritmo, más cercano al de los himnos o los salmos que a los de la lírica convencional. Perse, que separó escrupulosamente su actividad poética de su trabajo como diplomático —para el que utilizó su verdadero nombre de Alexis Saint-Leger Leger—, formó parte del gabinete de Aristide Briand, para quien redactó el proyecto de una posible federación europea que fue presentado en la asamblea general de la Sociedad de Naciones en 1929. Viajero abierto a todas las culturas, en su condición de diplomático intervino activamente en algunos de los principales tratados internacionales de su época. Represaliado por el régimen de Vichy y reacio a aceptar la legitimidad de De Gaulle, buscó refugio en Estados Unidos. Fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1960; su discurso de aceptación se tituló sencillamente Poesía (se incluye en esta edición). De Gaulle, que nunca le perdonó su falta de apoyo, no le envió ninguna felicitación.

3. Ciencia-ficción

¿Acaso creían que la Edad de Plata iba solo de poetas, pensadores y conspicuos inquilinos de la Residencia de Estudiantes? ¿O que la ciencia-ficción es un género sin historia española? Salgan de su (craso) error con la lectura de Mundos al descubierto (Espuela de Plata), una interesantísima antología de Juan Herrero-Senés que recoge 24 relatos compuestos entre 1898 y la Segunda República. Si les gusta el género, no se la pierdan.

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