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Música
Columna
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La música que nos interpreta

El ‘Wrapped’ de Spotify, más que un resumen musical del año, nos muestra la banda sonora de que fuimos: qué emociones repetimos, en qué ritmos habitamos, qué artistas acompañan nuestros días

Spotify Wrapped

¿Qué dice de nosotros la música que escuchamos? ¿Por qué una canción es capaz de llevarnos, en tres segundos, a un recuerdo que creíamos olvidado? ¿Qué revela de nuestra vida interior aquello que reproducimos una y otra vez —a solas, en el carro, en una fiesta, en un momento de tristeza— sin que nadie lo sepa?

Estas preguntas volvieron a mí esta semana al ver el Wrapped de Spotify. Más que un resumen musical del año, esta plataforma me recordó algo profundamente filosófico: que, canción tras canción, uno vive afinándose.

Ese resumen anual nos devuelve, como un espejo digital, la banda sonora de lo que fuimos. De repente, este ejercicio sencillo nos revela algo que, a veces, ni nosotros sospechábamos: qué emociones repetimos, en qué ritmos habitamos, qué artistas nos acompañaron en los días luminosos y también en esos otros que preferimos no contar. Incluso nos calcula la “edad sonora”, una especie de reloj biográfico que no sigue los años del cuerpo sino los del alma. En mi caso, me descubrí —con cierta claridad— habitando musicalmente mis 77 años, como si en el alma llevara un compás distinto al de mi cédula.

Y entonces uno se descubre allí, desnudo en cifras musicales, sorprendido por lo que escucha “cuando nadie mira”.

La música tiene ese poder sutil. No solo nos acompaña: nos interpreta. Es un dispositivo de memoria, un registro emocional, un diario íntimo con melodía. Cada canción es un archivo de existencia: los amores, las tusas, un duelo, un viaje, una despedida, una celebración. Al igual que los aromas, la música es un halo de memoria profunda, inconsciente e íntima.

Desde la antigüedad, los griegos hablaban del ethos musical: la idea de que la música moldea el carácter. Pitágoras creía que el alma podía armonizarse a través de los sonidos, así como el cuerpo se fortalece con el ejercicio. Siglos más tarde, Nietzsche retomaría, a su manera, esa intuición antigua al afirmar que sin música la vida sería un error. No lo decía como una exageración poética, sino como parte de su convicción de que la música revela una verdad que precede al lenguaje: allí donde las palabras no alcanzan, la música sigue hablando.

Y la verdad es que todos hemos experimentado ese fenómeno cotidiano: una canción aparece y nos revela lo que sentimos antes de que podamos nombrarlo. Como si la música tuviera la capacidad de pensarnos desde adentro.

Al observar mi propio Wrapped, me pregunté qué dice de mí la música que repito. ¿Qué emociones busqué este año? ¿Qué intenté sanar? ¿Qué celebré? ¿Qué resistí? Descubrí algo simple, pero significativo: la música es un mapa emocional que dibujamos sin darnos cuenta. Y ese mapa, al final del año, nos devuelve la geografía íntima por la que caminamos.

La música es también un pequeño acto de resistencia contemporánea. En un mundo acelerado, donde pareciera que todo debe ser útil, medible y productivo, la música nos devuelve a esa experiencia primitiva de simplemente sentir. No produce, no acumula, no resuelve: nos afina.

Por eso, más que un resumen del año, me gusta pensar que la plataforma nos invita a preguntarnos por las historias que llevamos dentro. A reconocer que, incluso en la vida más ordinaria, estamos narrándonos a través de melodías.

Tal vez sería hermoso convertir esta tendencia digital en un ejercicio filosófico cotidiano. Preguntarnos:

  • ¿Qué canciones me sostuvieron este año?
  • ¿Qué música dejé de escuchar y por qué?
  • ¿Qué canción necesitaría mi vida en este momento?
  • ¿Cuál es la melodía que soy hoy —y cuál quisiera llegar a ser—?

La música nos acompaña también en instantes mínimos: al cocinar, al manejar, al bañarnos, al llorar en silencio. Y en Colombia, cuando llega diciembre, la vida entera empieza a sonar distinto: basta que aparezcan los primeros acordes de las gaitas, las parrandas, los villancicos o la música de las novenas para que el país cambie de ánimo. Los sonidos de diciembre —esa mezcla de nostalgia, fiesta y memoria— nos recuerdan quiénes fuimos y quiénes somos. En todos esos momentos, los cotidianos y los festivos, la música actúa como un pequeño oráculo emocional que nos devuelve a nuestro propio centro.

Quizás por eso, cuando termina el año, lo que realmente celebramos no es una lista de canciones, sino la confirmación de que, a pesar de las pérdidas, de las transformaciones, de los cansancios, seguimos siendo seres capaces de emocionarnos. Y mientras podamos emocionarnos, aún podremos imaginar, crear, amar, resistir, aprender.

A veces, filosofar también consiste en escucharnos. En reconocer que cada uno lleva una partitura interior que cambia con la vida. Porque, al final, somos la música que nos ha sostenido.

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