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Entre imponer su agenda y la renuncia a transformaciones de calado: el Petro impaciente encara la segunda parte de su mandato

El presidente de Colombia cierra 2024 con una reforma histórica de las pensiones, éxito en la COP 16, pero ve hundirse las reformas de la salud y la tributaria y no ha logrado avances en la paz total

Gustavo Petro en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, en Bogotá, el 24 de diciembre 2024.
Gustavo Petro en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, en Bogotá, el 24 de diciembre 2024.Presidencia de Colombia (EFE)
Juan Diego Quesada

El 2024 de Gustavo Petro ha estado marcado por la resistencia al cambio radical de políticas de Estado que prometió al llegar al poder, a veces por factores externos a su Gobierno y en otras ocasiones por la insistencia del presidente de Colombia en asuntos en los que tiene poco que ganar. Petro se mueve entre dos tensiones: piensa que debe avanzar en su agenda ―está convencido de que por eso fue elegido por los jóvenes y los afros―, pero al mismo tiempo sabe que tiene que renunciar a algunas transformaciones de calado por la necesidad de consensuar con la oposición. En ese caso, el cambio se vuelve quirúrgico, vira solo unos grados y pone al Gobierno en una dirección distinta, pero con la lentitud de un buque de carga.

El presidente, de naturaleza impaciente, comprueba cómo su Presidencia se le escurre de las manos. Le quedan 20 meses de dormir y gobernar en la Casa de Nariño, la residencia presidencial. Su propósito es que en 2026 le suceda alguien de su círculo que continúe con sus políticas de inclusión y justicia social, como ha logrado Andrés Manuel López Obrador en México, que con facilidad ha pasado el testigo a Claudia Sheinbaum, la cual ha obtenido un gran éxito en las urnas. Petro no tiene una popularidad tan alta como la de López Obrador, pero atesora en torno a un 35% nada desdeñable de cara a las presidenciales. Tampoco ha consolidado un partido como Morena, pero su Pacto Histórico da pasos camino a la esquiva unidad de las izquierdas. Por el ambiente de tormenta que ha rodeado al Gobierno, muchos piensan que la siguiente presidenta o presidente vendrá de la derecha o el centro, pero dar por muerto al petrismo, a estas alturas, sería un error.

El Gobierno de Petro, dirigido desde el despacho que ocupa su número dos, Laura Sarabia, ha logrado sacar una reforma pensional histórica que acaba con un sistema que perjudicaba de manera clara a los más pobres. La OCDE, en sus informes, destacaba que Colombia era el único país de América Latina cuyo sistema de pensiones incrementaba la desigualdad. Con esto, Petro ha cumplido con “los viejos y las viejas” ―a los que se refiere a menudo en sus discursos―, a la espera de que la Corte Constitucional ratifique el cambio. Además, durante el tiempo que lleva como presidente, 1,6 millones de personas han salido de la pobreza, unos números que mejoran los de su predecesor, el conservador Iván Duque.

El presidente también se ha abierto a la inclusión de perspectivas más moderadas y de consenso en su Gobierno, como ha sido el fichaje de Juan Fernando Cristo, un político liberal respetado por sectores más conservadores. A su lado también tiene a Luis Gilberto Murillo, otro apaciguador que tiende al diálogo y que está revelándose como una figura presidenciable. Cristo ha sacado adelante la reforma del sistema general de participaciones estatal, que dota de fondos a las regiones y que ha significado el mayor avance en descentralización en 40 años. Por su parte, Sarabia ha conseguido acercarse a los empresarios, que al comienzo mostraron mucho temor con Petro, y convencerles de llevar a cabo la llamada Misión La Guajira, con la que han conseguido que el agua potable llegue a ese empobrecido departamento, al norte del país.

Un referente medioambiental

En el plano internacional, el Gobierno ha conseguido que Colombia sea protagonista con la celebración de la COP16 en la ciudad de Cali. En ese evento brilló la ministra de Ambiente, Susana Muhamad, una figura destacada en el Gabinete. Petro se ha significado como un líder preocupado por el medio ambiente, con la intención de conseguir atraer la atención sobre el Amazonas, que se encuentra en peligro por la deforestación y la minería. El presidente le propuso a los países desarrollados condonar deuda por acción climática, pero eso no se ha traducido aún en nada concreto. En general, sus políticas verdes ponen a Petro en el centro del debate de un tema cada vez más relevante en el mundo. No hay que olvidarse tampoco de Cultura, un apartado en el que el ministro Juan David Correa ha implantado un cambio de discurso ―reflejado en el nombre del ministerio que ahora se llama Culturas, Artes y Saberes― y logrado la inclusión de las negritudes y el universo indígena en la conversación en el debate cultural colombiano.

¿Las sombras? El Congreso ha hundido una reforma tributaria y le obliga a reducir el presupuesto de 2025, contratiempo con el que no se contaba. Siguen en curso la laboral, la de jurisdicción agraria y una segunda versión de la sanitaria, pero con un destino incierto. Por este y otros asuntos, el presidente denuncia un golpe de Estado blando, una resistencia del deep state incrustado en las entrañas del aparato después de décadas de gobiernos conservadores. Ese encono se refleja en los medios de comunicación mayoritarios que, 24 horas al día, golpean al Gobierno con todo tipo de informaciones, algunas más fundamentadas que otras. Para hacer de pararrayos, Petro cuenta con Hollman Morris, un periodista que dirige los medios públicos con una clara línea editorial oficialista. Sin embargo, desde esas plataformas difícilmente puede contrarrestar el alud de propaganda negativa. No ha ayudado la salida del ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, por un supuesto caso de corrupción que el propio Petro cree que es falso. Sin embargo, la presión ha sido tanta que el presidente tuvo que dejar caer a este economista, de los más sólidos de su Gabinete.

Petro a veces ha pecado de optimista. En campaña dijo que en tres meses lograría desmovilizar al ELN, la última guerrilla en armas. Dos años después, las negociaciones con esta milicia están encalladas . Pablo Beltrán, negociador jefe del ELN, teme que los paramilitares con los que se disputan el territorio, e incluso las disidencias de las extintas FARC, aprovechen su debilidad para exterminarlos. La paz total, esa suerte de negociación paralela con todos los actores rebeldes, no pasa por su mejor momento y no da la sensación de que vaya a mejorar en los próximos meses. Petro se ha topado con una verdad: todos estos grupos, acostumbrados al combate y a la selva, con los bolsillos llenos por la venta de droga y la minería ilegal, no tienen mucho interés en bajar los fusiles y regresar a una vida civil en la que no se les ha perdido nada.

El acuerdo nacional, además, ya ha quedado en el pasado. Lo tiene en mente el senador Iván Cepeda, muy cercano a Petro, y también Cristo, pero el ambiente está tan crispado que se antoja imposible. La política nacional se ha polarizado, como en tantas otras partes del mundo, que se trata de un ejercicio sordo, sin puentes ni diálogo hacia el otro. A Petro le toca navegar entre aguas turbulentas en busca de cambios. Lo que logre concretar en 2025 marcará hasta dónde lo ha conseguido.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.
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