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Congreso de Colombia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fecode, Asofondos, Congreso y democracia

El reto en el trámite de las leyes es cómo lograr que todos los que puedan verse afectados por sus decisiones puedan manifestar sus preguntas y plantear sus ideas para incidir en las decisiones

Miembros del sindicato de educadores 'Fecode' en una manifestación en Bogotá, Colombia.
Miembros del sindicato de educadores 'Fecode' en una manifestación en Bogotá, Colombia.Juan Angel (Getty Images)

Dos de los muchos debates que quedaron planteados en la legislatura que terminó tienen que ver con la presión de Fecode, el sindicato de maestros, para hundir la reforma educativa y con la participación de Asofondos en la elaboración de un artículo de la reforma pensional. No creo que sea motivo de escándalo que sectores económicos o sociales quieran intervenir en los procesos de reforma que los afectan. El debate que debemos abrir es cómo se hace para que esa participación sea transparente, de cara al país y tratando de generar espacios para que todos los afectados con los proyectos que cursan puedan manifestarse.

El Congreso no se manda solo. En una democracia representativa, quienes llegan a tener una curul representan a las personas que los eligieron, a una región, a un sector político o social. En el Congreso está la diversidad del país y por eso es el escenario ideal y natural para el debate democrático. Es sano y necesario que los congresistas escuchen las ideas y propuestas de quienes pueden verse afectados por decisiones que se toman en las leyes que se tramitan. No es un delito que voceros o representantes de gremios, sectores sociales o académicos se reúnan con congresistas, pongan a consideración sus propuestas o que protesten si sienten que sus derechos serán vulnerados. Para los congresistas incluso debería ser una obligación escuchar a todos y hacerlo de frente, sin agendas ocultas, porque el problema es precisamente que se generen suspicacias por la manera cómo se hacen los acuerdos.

Tampoco es una presión “indebida” al Congreso, como calificaron algunos, una protesta de un sector social mientras se tramita una ley. Por incómoda que resulte para los demás una manifestación, siempre que sea pacífica, es parte sustancial de la democracia. Que los ciudadanos puedan exigir al Congreso o al Gobierno que escuche sus demandas y solicitudes es parte del juego. Cuesta entender que sectores que se dicen democráticos rechacen las expresiones propias y naturales de una democracia que se alimenta de las diferencias.

El reto de fondo en el trámite de las leyes en el Congreso es cómo lograr que todos los que puedan verse afectados por sus decisiones tengan la misma oportunidad de manifestar sus preguntas y plantear sus ideas para incidir en las decisiones. Si solamente los que pagan costosas empresas de lobby pueden llevar sus propuestas, siempre estaremos ante debates con los dados cargados. En el trámite de la reforma pensional era apenas obvio que los fondos privados intervinieran, están en su derecho, y también los trabajadores, que son los que cotizan y tienen expectativa de lograr una pensión. Allí cuenta también la voz de los pensionados que pueden dar testimonios de las ventajas y los errores del modelo actual. Los desempleados, los pequeños emprendedores, los expertos reales que llevan años estudiando los modelos en el mundo, todos ellos tienen algo que decir en el tema.

De la misma manera, en la reforma educativa Fecode tiene mucho por aportar, como las universidades, las asociaciones de estudiantes, los padres de familia, los académicos, los colegios privados. Cada sector es una multiplicidad de microsectores y de intereses. Es legítimo que cada quien busque medidas que los favorezcan. Los gremios y las asociaciones sociales tienen en su razón de ser, en su naturaleza, la protección de los intereses de sus miembros.

Si esos debates se hacen con transparencia puede ser más fácil llegar a acuerdos sobre lo que más convenga a todo el país. Cada quien va a tirar la cuerda para su lado. Es natural. No hay que temerle al disenso. Nadie quiere perder beneficios ni gabelas. El papel del Congreso es tramitar los intereses cruzados de todos y buscar reformas que convengan a la mayoría y que sean viables con los recursos que se tienen. Eso debería pasar en una democracia ideal que no existe, pero a la que debemos aspirar. Una reforma que apunte en el sentido correcto no va a generar aplausos unánimes porque todo cambio afecta a unos y beneficia a otros. Alguien pierde, alguien gana. Lo importante es que el Congreso intente apuntar al mayor beneficio colectivo posible.

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Lo inaceptable es que haya triquiñuelas en el proceso, que se usen prebendas para inclinar el voto de los congresistas o mermelada para aprobar reformas. Eso es lo que afecta la democracia y no las protestas de un sector o las propuestas de artículos de otro. Los intereses existen, pretender no verlos es ingenuo. Querer demonizarlos, cuando son legales y legítimos, no ayuda al proceso democrático. Es conveniente, por el bien de todos, que esos intereses se hagan muy visibles y que los congresistas digan de frente a quienes atienden en su labor y que las propuestas de los distintos involucrados se pongan sobre la mesa. Eso es democracia.

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