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‘Griselda’, la serie
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Griselda: los narcos no pueden ser héroes

Empieza a ser inaceptable que productos audiovisuales como ‘Griselda’ o la serie sobre Pablo Escobar arropen a esos delincuentes con velos de humanidad que matizan su esencia de genios del mal

Griselda Blanco, narcotraficante interpretada por Sofía Vergara
Sofía Vergara en un fotograma de la serie de televisión 'Griselda' (2024).NETFLIX

Tal vez me falla la memoria o son los vacíos de mi cultura audiovisual los que me llevan a hacer esta afirmación: nunca he visto que en las producciones de cine o televisión hechas en los Estados Unidos se busque generar simpatía por aquellos delincuentes que le han hecho daño a la sociedad de ese país.

Una película inolvidable y premiada como Los Intocables no consiguió que su público sintiera lástima o aprecio por Al Capone. La reciente serie sobre el asesino serial Jeffrey Dahmer no fue un ejercicio para llevarnos a pensar que ese pobre muchacho, a pesar de sus crímenes, merecía un mejor final que el que tuvo. No he visto película en la que al Unabomber se le muestre como un hombre de familia, atravesado por dilemas humanos que justifican sus atentados terroristas. Creo que no hay producción alguna que nos lleven a ver en Lucky Luciano o John Gotti seres con los cuales hemos de tener compasión. En fin, pareciera que existe una certeza: a aquel que ha hecho daño no lo podemos, ni lo debemos romantizar. No hay nada de valeroso en acabar vidas. No hay nada que aplaudir en aquel que daña como el óxido a la sociedad.

Termina uno de ver la serie Griselda, tan promovida en estos días por su protagonista y productora, la legendaria actriz Sofía Vergara, y pasa lo que no debe ocurrir: en vez de odiarla, temerle y maldecir su existencia, por haber sido una persona que se dedicó a controvertir la ley y a sembrar el terror, termina uno lamentado que haya tenido que entregarse a la justicia para escapar de las fauces de otros criminales tan malos como ella y hasta llega a esperar que tras la prisión pueda recomponer su vida. En resumen: termina uno queriendo y considerando la imperfecta humanidad de alguien que no tuvo la menor consideración hacia cientos o miles de personas.

El problema no es el mensaje que la serie pueda dejar sobre Colombia y su gente. El verdadero lío subyace en que con ella se abre la puerta para que al delincuente se le considere un héroe y que su vida sea vista más como una epopeya en vez de ser una espiral sangrienta llena de dolor y consecuencias nefastas no solo para quienes la rodearon, sino para un país entero.

¿Hay que contar la historia de esos personajes? Es innegable. Pero empieza a ser inaceptable que aquellos productos audiovisuales de consumo masivo como Griselda o la serie sobre Pablo Escobar terminen arropando a esos delincuentes con sutiles velos de humanidad que matizan o borran su verdadera esencia de despiadados genios del mal dispuestos a cualquier cosa para alcanzar sus objetivos. Habrá quienes justifiquen a Griselda con ese sabor de lucha feminista que le imprimen al personaje. Habrá quienes consideren que su guerra con otros carteles es prueba de la fortaleza de la mujer. Habrá quienes vean en su rol de madre de familia algo ejemplar. En realidad, nada de eso vale. Nada de eso debería siquiera insinuarse.

Ahora que en Chile ponen sobre la mesa la discusión sobre el discurso de Peso Pluma a quien señalan de promover la narcocultura (asunto que resulta debatible), tal vez deberíamos preguntarnos si inmortalizar a los narcos como héroes caídos en desgracia a través de series para televisión es algo que debería tener un punto final. No podemos romantizar a quien nos ha hecho tanto daño. Hacerlo es como aceptar aquella justificación de los maltratadores de mujeres que siempre salen con un indignante: “Es que ella se lo buscó”.

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