Diana Rodríguez, abanderada de las manzanas del cuidado: “Muchas niñas ahora saben que sus mamás cumplen un trabajo fundamental”
La secretaria Distrital de la Mujer deja una red de centros para miles de ciudadanos que velan por los más vulnerables. Un modelo elogiado y replicado en México, Chile o Uruguay
“La llegada de la primera alcaldesa electa no puede ser solamente simbólica”, le dijo Claudia López a Diana Rodríguez Franco, recién designada secretaria distrital de la Mujer en enero de 2020. Los efectos de la frase, cuatro años más tarde, podrían ser catalogados como meteóricos. Basta con citar una realidad: las manzanas del cuidado. Una red pionera de centros sociales desperdigados por la ciudad para atender a miles de cuidadores, en su gran mayoría mujeres, que cumplen trabajos invisibles y no remunerados. Empleadas domésticas, enfermeras en residencias para adultos mayores o asistentes en guarderías infantiles marginadas del circuito salarial a pesar de haber consagrado sus vidas a velar por los más vulnerables.
En un restaurante de Quinta Camacho, al norte de Bogotá, Rodríguez (Bogotá, 41 años) cuenta que el próximo 19 de diciembre se inaugurará la manzana número 21. El proyecto ha cobijado en estos cuatro años a más de 200.000 personas nuevas que integran una red más amplia que ha acogido a 480.000 en el llamado Sistema del Cuidado del Distrito. Diana podría ser ubicada dentro de la categoría de esos funcionarios que logran alejarse con suerte del ajedrez político. Nunca ha militado. Y a pesar de que su nombre es indisociable de una Administración tan cuestionada en temas como la seguridad o la movilidad, siempre recurre con firmeza a los datos y resalta el trabajo en equipo.
“Esto ha sido posible por una confluencia de factores. El principal fue la convicción política de la alcaldesa que había que hacer algo transformador”, reconoce Rodríguez; “Claudia fue la que nos permitió innovar. También un equipo experto y muy formado en el tema del cuidado. Entre todas empezamos a llenar de contenido la idea y fuimos capaces de crear una institucionalidad diferente, que hoy es política de ciudad”. Lo anterior se traduce en que el Concejo blindó el Sistema del Cuidado para que las futuras administraciones avancen de forma permanente sobre el mismo marco.
Abogada, economista y doctora en Sociología. Está casada y tiene dos hijas. Antes de la alcaldía había pasado por el centro de pensamiento DeJusticia. Y antes, por instituciones de participación ciudadana y protección ambiental. Se expresa con energía suficiente para arrinconar la fatiga de un cuatrienio que pesa como si hubiera sido de una década. Sonríe y recuerda la tarde en que dibujó un círculo segmentado como una pizza con varios servicios para las cuidadoras: lavandería, yoga, danza, parques… Y así hasta llegar al catálogo de 37 que hoy nutre las manzanas. Lo cuenta en esta entrevista, que duró 45 minutos, y ha sido editada para adaptarla a un formato periodístico.
Pregunta. ¿Cuándo abrieron la primera Manzana?
Respuesta. El 20 de octubre de 2020, en plena pandemia. Fue a propósito porque los confinamientos mostraron claramente la sobrecarga del cuidado. Los colegios, los centros para adultos mayores o para personas con discapacidad fueron cerrando y el cuidado volvió a las casas por primera vez. Muchos hombres que nunca habían peinado a un niño, que no sabían preparar un almuerzo o dar un tetero, lo entendieron. Nosotros apostamos por abrir en el barrio Manitas, de Ciudad Bolívar, para que pudieran ir así fuera cinco mujeres con tapabocas.
P. ¿Cuáles son los servicios prioritarios de las manzanas?
R. Primero, ayudar a terminar el bachillerato sin importar la edad. Segundo, las lavanderías. Las mujeres pasan muchas horas lavando a mano y eso empobrece el tiempo. También aprender a montar en bicicleta, fomentar habilidades digitales, hacer ejercicio y que se puedan conectar a las rutas de empleo y tener atención jurídica y psicosocial.
P. ¿Por qué hace énfasis en la bicicleta?
R. La bicicleta es una fuente de autonomía, de generación de ingresos, de bienestar y salud para las mujeres. Pero por eso, en los roles de género la bicicleta nunca es para las mujeres. Es para que el hombre la use, para el emprendimiento masculino. Que las mujeres aprendan a montar es desmontar una de las barreras que enfrentamos y para eso tenemos una Escuela de la Bici que además fomenta las ciudades sostenibles.
P. ¿Cómo interpreta el enorme reconocimiento del proyecto?
R. El gran logro fue hacer visible un problema que había sido normalizado. 9 de cada 10 mujeres hacemos trabajos de cuidado no remunerados. Dentro de ese grupo, un 30%, alrededor de 1,2 millones en Bogotá, cuidan en promedio 7 horas y media al día, sin remuneración. Una sobrecarga de trabajo enorme que las ha privado de terminar el bachillerato, pensar en emprender o aprender a usar la tecnología. Es un tema de machismo profundo, que por la división sexual del trabajo asignó a las mujeres las labores de cuidado.
P. El reconocimiento ha sido internacional ¿Otras ciudades han replicado el modelo?
R. El 21 de marzo de este año el municipio de San Pedro Garza García, en Monterrey (México), abrió la primera. El alcalde, que gobierna el municipio más rico de América Latina, estuvo en Bogotá con su jefe de planeación. Chile tiene 8 pilotos en este momento. En Montevideo van a implementar un modelo con las lavanderías. Y voceros de ciudades de República Dominicana y Sierra Leona han manifestado un enorme interés.
P. ¿Qué testimonio le han dado las usuarias?
R. Eso es lo más conmovedor. Hoy vengo de una manzana en el centro, donde una mujer me decía: “ya entendí que yo también me tengo que cuidar para cuidar a otros’” Mujeres de 70 o de 80 años que están en cursos de alfabetización o que por primera vez tienen la posibilidad de hacer ejercicio; muchas otras que se han hecho conscientes de que su trabajo sostiene la vida y merece un reconocimiento. Muchas niñas ya saben que sus mamás cuidadoras cumplen un trabajo impresionante cuando les peguntan a qué se dedican.
P. Es un tema de equidad y de aceptar que todos somos vulnerables…
R. Los 7 mil millones de seres humanos compartimos una cosa: sobrevivimos porque cuando pequeños fuimos cuidados, y muy seguramente cuando seamos mayores volveremos a ser cuidados. Primero fuimos amamantados, alguien nos dio tetero, nos daba de comer. Lo más probable es que más tarde, cuando seamos mayores, alguien nos va a ayudar a recoger los medicamentos, a lavar la ropa o a poner una inyección.
P. ¿Esta visión del mundo viene desde su niñez?
R. Mi papá siempre tuvo la convicción de que la suerte que tuvimos en la vida no dependía solo de nosotros. Siempre hizo énfasis en que una parte de lo que entraba a mi casa debía ir a fundaciones u otros proyectos sociales, como reconocimiento a una red de personas que nos ayudaban, inclusive sin que nosotros supiéramos. Después, mi trabajo con mujeres desplazadas por el conflicto o con las poblaciones campesinas que se oponían a la minería, reforzó la idea de dedicar mi vida a trabajar para equilibrar la cancha.
P. ¿Qué tarea debería priorizar la secretaria que la reemplace en enero?
R. La apuesta debe insistir en el componente de atención a la violencia. Las mujeres cuidadoras tienen mayor probabilidad de ser víctimas porque están más solas, tienen menos acceso a Internet, tienen menos herramientas para informarse. 1 de cada 5 cuidadoras tiene problemas crónicos de salud mental y física. Por eso las manzanas deben estar cada vez mejor equipadas con todos los servicios de atención de violencias, tener abogadas en los hospitales, psicólogas en las Unidades de Reacción Inmediata (URI). El lado preventivo es clave.
P. Por último: ¿qué papel tienen los hombres dentro de la red?
R. Son fundamentales. Todos los servicios están disponibles para los hombres y las personas no binarias. Cada vez vemos más acudiendo a las manzanas, y son vitales para transformar las normas sociales. Por eso el lema es ‘A cuidar se aprende’ y tenemos la escuela Hombres al Cuidado para enseñarles a redistribuir las cargas. Ellos también tienen que mostrarse dispuestos a dejar de lado la división sexual del trabajo y mostrarse dispuestos a poner un pañal o dar un tetero.
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