Las mujeres de Ciudad Bolívar limpian la sangre de la violencia machista
En una de las localidades más pobres de Bogotá, las mujeres temen convertirse en una estadística más de la violencia machista, que ha dejado tres feminicidios en menos de dos semanas
Sofía Gutiérrez, de 10 años, y su madre, Olga Quiñones, de 41, murieron en Bogotá en días diferentes, pero a manos del mismo asesino. En la madrugada del pasado 30 de septiembre, el novio de Olga, Sandy Madero, prendió fuego a la casa en la que vivían, las encerró, y se dio a la fuga. Ambas salieron vivas por los boquetes que los vecinos hicieron en los muros de la vivienda, pero la niña falleció dos días después, y la madre, cinco. Su tragedia se sumó al flagelo de la violencia machista en la localidad de Ciudad Bolívar, una zona del sur de la capital cubierta por un manto de sangre femenina, que ahora alberga una casa repleta de cenizas.
“¿Por qué se ensañó así con mi niña y mi mamá?”, es la pregunta que carcome a Tatiana Correa frente al crimen del hombre que, a los 23 años, la dejó huérfana y sin una hermana. Un tipo de interrogante que ya es usual en una localidad en la que el Comité Operativo Local de Mujeres y Equidad de Género (COLMyEG), una instancia de participación femenina organizada por la Secretaría de la Mujer, ha registrado nueve feminicidios en lo que va de 2023. La cifra contrasta con las escasas tres muertes que la Fiscalía ha tipificado como feminicidio este año en Ciudad Bolívar, y que integran un total de 22 casos reconocidos en Bogotá. La diferencia se encuentra en asesinatos como el de la pequeña Sofía Gutiérrez, que el ente acusador calificó como un homicidio agravado.
Sin importar el nombre que se dé a los crímenes, el resultado es el mismo: un pánico arraigado en las mujeres y las niñas de Ciudad Bolívar, que el sábado 7 de octubre se reunieron en una velatón en el barrio Los Alpes para repudiar las muertes de Quiñones y su hija. Un acto que tuvieron que repetir apenas cuatro días después, esta vez para rechazar el deceso de una mujer de 45 años, aparentemente asesinada por su pareja en el barrio Caracolí. Según el reporte policial, el presunto feminicida de Francy Lozano Márquez acabó con su vida el 5 de octubre, y durmió con el cadáver por varios días en la cama que ambos compartían.
Heidy Piñeros, lideresa comunitaria de Los Alpes y antigua vecina de Quiñones y de su hija, lamenta: “Al final, todas se convierten en una más y las cosas siguen igual”. Por años, ella sufrió abusos de su exesposo. Llegó a presentar más de 20 denuncias que nunca surtieron efecto. “El maltrato solo terminó cuando se consiguió a otra”, cuenta resignada. Su historia es un denominador común en la zona. De hecho, durante el primer semestre de 2023, Ciudad Bolívar concentró el 13,7% de los casos notificados de violencia intrafamiliar, de género y sexual en Bogotá, según datos de la Secretaria Distrital de Salud.
Las calles sin asfalto, las casas en obra negra con tejas de zinc, las conexiones ilegales de agua y luz, los cilindros de gas, los perros hambrientos. Casi todo exclama pobreza y olvido en la mayoría de hogares de los 1,2 millones de habitantes que Ciudad Bolívar tiene a la fecha, de acuerdo con la Alcaldía local. En esa megafracción de Bogotá hay menos de 10 Comando de Atención Inmediata (CAI) de la Policía, una presencia que la comunidad siente que es escasa y la lleva a luchar por su propia justicia. Algo que también aplica para las mujeres.
Cuando la casa de Olga Quiñones y su hija Sofía ardía en llamas al borde de una montaña, fueron los vecinos quienes las sacaron. Los mismos que buscaron al feminicida y lo entregaron a las autoridades, tras cuatro días del crimen. Fueron los que también ayudaron a Tatiana Correa a terminar de quemar los enseres destruidos de su hermana y su mamá, y a recuperar lo poco que se salvó del incendio.
El uniforme de colegio de la niña se convirtió de los recuerdos que atesora Correa, mientras asimila la pérdida. “Ellas están mejor allá. Juntas, como siempre, lejos de tanta maldad”, señala la joven madre de dos hijas, en medio de la cocina vacía y cubierta de hollín. Mira a un punto perdido. En las paredes ennegrecidas del cuarto de Sofía aún se alcanzan a distinguir algunos de sus dibujos.
Muertes como esas, o abominaciones como las que sufrió Francy Lozano, son las que llevan a Piñeros y al resto de lideresas de la comunidad a la desesperanza y el enojo, pero también las que las hacen levantar la voz. “A nosotras no solo nos violentan de lunes a viernes de ocho a cinco. Nos violentan todo el tiempo”, explica Piñeros, elevando el tono, en medio de una reunión del COLMyEG, en la que pide la presencia permanente de las instituciones para proteger a las mujeres de la localidad.
En Ciudad Bolívar, la Secretaría de la Mujer de Bogotá dispone de una casa de igualdad, una de justicia, dos manzanas del cuidado, puntos de atención en algunos hospitales y asistencia telefónica por medio de la línea púrpura. Una muestra de que los mecanismos de apoyo parecen estar presentes, pero que, ante el azote de una violencia sin parangón, se vislumbran escasos a los ojos de las mujeres de la zona.
“No importan cuantos servicios tengamos si no cambia la cultura machista”, responde Diana Rodríguez Franco, cabeza de la entidad. La secretaria apunta a que el mayor problema de las mujeres en Ciudad Bolívar, y en toda Bogotá, estriba en dos cosas: “La aceptación de la violencia y la impunidad”. Eso es lo que hace que la mayoría de violencias ni siquiera salga a la luz. “Los casos se quedan en lo que nosotros llamamos la cifra oscura, que son denuncias que nunca se hacen”.
Un estudio de la entidad realizado en 2021 revela que ese subregistro de abusos en la ciudad alcanza los 400.000 hechos, casi medio millón de denuncias al año que jamás se presentan. Ahí hay golpes, maltratos, abusos, desapariciones y hasta muertes que quedan invisibilizados y sin justicia. Una realidad que es difícil de tratar en un país que acumuló 320 feminicidios en la primera mitad de este año, según la Procuraduría.
Durante el acto de resignificación por la vida de Francy Lozano, se escuchan los gritos de las lideresas en la calle. “Si para amar necesitas golpear, estás fuera de lugar”, “Tanto machismo me da putería, por eso luchamos de noche y de día”, gritan al unísono con vehemencia. Algunas curiosas se acercan. Unas lloran, otras callan y unas más se unen a las proclamas.
Doris, por ejemplo, contiene el llanto por una vecina de 20 años que está en cuidados intensivos. “El novio casi la mata. En estos días la van a llevar a la casa, para que se muera allá”, cuenta entre susurros. No dice el nombre de la víctima, ni pronuncia más palabras. Solo escucha los gritos y se muerde los labios. Sabe que esa joven se convertirá en parte de la cifra oscura, de las mujeres que perecen en silencio.
Sara Ortegón, nieta de Piñeros, también está presente en la ceremonia. La niña de nueve años jugaba con Sofía Gutiérrez, eran vecinas e iban al mismo colegio. Es ella quien ahora grita por Francy, por Olga y por la niña. “¡Justicia, justicia, justicia!”, dice alzando los brazos, en nombre de todas las caídas.
Sara crece en el remolino que es Ciudad Bolívar. Es una futura mujer que espera no ser otra víctima como su abuela o su amiga. Con su voz infantil, canta Canción sin miedo frente a las demás. Entre la multitud femenina, se escucha con fuerza su tono dulce, que se alza al decir: “Si tocan a una, respondemos todas”.
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