Cuando Petro dice “arribistas”
Arribismo llama el Presidente algo que es apenas natural en el ser humano: buscar mejorar su calidad de vida y sobre todo buscar proteger aquello que se ha conquistado
Si Petro no fuera arribista, su hija menor no estudiaría en el Liceo Francés. Si Petro no fuera arribista, su hija no estudiaría ciencias políticas en el Instituto de Altos Estudios Políticos de París. Si Petro no fuera arribista, no habría vuelto de Alemania a Colombia en su avión presidencial para pasar un fin de semana en Cartagena y luego volver a Francia. Si Petro no fuera arribista no tendría casa en un prestigioso conjunto residencial en Chía, ni tampoco un apartamento alterno en Bogotá en el reputado sector de La Cabrera.
Y no está mal que Petro sea arribista. Es más, no está mal que muchos colombianos lo sean. Porque en este país marcado por la desigualdad y donde la pobreza impera por doquier, ¿quién no quiere estar un poco mejor? ¿Quién no sueña con tener más que el vecino o que el compañero de pupitre en la universidad?
Hace unos días el presidente planteó al arribismo como un epíteto negativo, cuando en realidad todos somos un poco arribistas. Todos queremos ser mejores que nuestros ancestros, tener un mejor futuro, llevar una vida más holgada y menos agobiante.
¿Acaso la señora que asea la Casa de Nariño no soñará con que ella o sus hijos algún día sean mucho más que una empleada de servicios generales? ¿Soñar es arribismo? ¿Acaso ese hijo de la señora de servicios generales que se convirtió con esfuerzo en abogado y hoy gana para tener un carro y un apartamento correctos no puede aspirar a otro carro y una casa más grande? ¿Acaso ese joven abogado no tiene derecho a temer que por unas reformas aquello que construyó con esfuerzo suyo y de su madre todo se venga abajo?
Arribismo llama el Presidente algo que es apenas natural en el ser humano: buscar mejorar su calidad de vida y sobre todo buscar proteger aquello que se ha conquistado. ¿No es eso lo que el antiguo revolucionario ha logrado en su vida y con sus hijos gracias a su incursión en la política? ¿O acaso el joven Gustavo Petro soñaba con que su hija viviera en París? ¿O acaso aquel Gustavo revolucionario imaginó en los lejanos años ochenta que el Liceo Francés iba a ser el colegio de sus pequeñas?
Insisto: no está mal soñar en grande. Es más, no está mal soñar con que más y más personas puedan llegar a tener esa misma suerte de salir del olvido y la pobreza para poder tener un poco más. Pero para eso se requiere esfuerzo y dedicación. Con soñar no basta.
¿Cuántos días y sus noches de arduo trabajo político le costó al Presidente llegar hasta la cima? ¿Fueron los subsidios los que le ayudaron? ¿O fue su tesón e inteligencia? Claro. La política tiene mucho de negociación y sagacidad. No es un negocio cualquiera, como un restaurante ejecutivo o una miscelánea que se miden por almuerzos o chucherías vendidos. De ahí que tal vez la aproximación del presidente a los negocios y sus dueños sea tan distante, por no decir que nula.
Una cosa es crecer en política. Otra, muy distinta, crecer en los negocios. Pero a fin de cuentas ambos necesitan crecer en clientela. Y crecer no es de arribistas, sino emprendedores. Vuelvo al comienzo: ¿es de arribistas estudiar en el Liceo Francés? Sí. Pero un líder buscaría que los colegios públicos de acá sean así. ¿Lo está haciendo el presidente? Por ahora: no.
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