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Gobierno de Colombia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fobia

Sigue haciendo carrera en el petrismo desprestigiar a los medios de comunicación. Un impecable libreto, como para culebrón de Gustavo Bolívar

Plaza Bolívar
Integrantes de la guardia indígena alzan los bastones de mando de la controversia en la Plaza Bolívar, el 3 de mayo.NATHALIA ANGARITA

La presencia de la guardia indígena en Bogotá encendió otra de las inmarcesibles discusiones sobre las que descansa el día a día de los colombianos, acostumbrados a la artillería verbal. Porque somos generosos en el plomo ¡y más en las babas!

Algunas de las inquietudes de quienes ven con recelo la presencia de los indígenas: siendo válido y constitucional el derecho a disentir (y exigir) públicamente, ¿es conviene que sea el Gobierno el que anime estos desplazamientos? ¿La presión que dicha comunidad ejerce sobre algunos funcionarios sobrepasa en ocasiones los límites de lo razonable? ¿Se incentiva la idea de que la única manera de que se resuelvan los problemas es dejando las regiones y viniendo a la capital? Y, por supuesto, el cuestionamiento de ciertos sectores al uso de los bastones de mando fuera de su natural contexto regional.

A propósito de los malentendidos y temores por el porte de los bastones, Lilia Solano, viceministra del Interior, dijo que “algunos medios han desinformado y han dicho que traen armas, cuando es su bastón de mando”, y procedió a explicar el uso ancestral del adminículo.

Lo que parece una declaración meramente didáctica, no lo es tanto y encaja en el guion oficial de desprestigio a los medios de comunicación. Se hace a veces con sutileza, como en el caso de la viceministra, o de manera más evidente, como suele suceder en desarrollo de la obsesión tuitera del presidente. O en sus alocuciones, como cuando aseguró que en los medios de comunicación se le pedía que cogiera a garrotazos a los campesinos. Vergonzosa declaración de un mandatario al que los medios le producen arcadas. Y no se molesta en disimularlo.

Una cosa es emitir información errónea y otra, muy diferente, desinformar, porque el concepto está emparentado con las noticias falsas. Desinformar tiene que ver con dar informaciones que de manera intencional están manipuladas para ponerlas al servicio de ciertos fines y agendas.

Para decirlo como es: la viceministra, al igual que otros funcionarios de Gobierno, sostiene que los medios están “haciéndole la vuelta a alguien”. Cuando el periodismo le incomoda al presidente, alega que se trata de “narrativas” y “relatos”, ayuntando el trabajo de los periodistas a la ficción. Es como si mintieran los periodistas que no siguen la partitura oficial, siempre inscrita en el campo de la música coral.

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No de otra manera se explica que Hollman Morris, uno de los periodistas afectos a Petro (además de actor político), apuntala, por ejemplo, sus críticas al metro elevado con frases como “Todo para generar un relato periodístico de que arrancaba la obra”. El mismo camino que toma Edwin Palma, viceministro de Trabajo, al prometer que liderará el combate a la “petrofobia mediática”.

Brújula que también guía en el Congreso a la senadora Piedad Córdoba, quien impulsa un debate con aires de mordaza: “A mí me parece muy importante que el Senado de la República (…) haga un gran debate sobre el papel de los medios de comunicación en la democracia colombiana. Es un debate que no tiene nada que ver con la libertad de expresión y la libertad de prensa, mas sí con el derecho a la información”.

Recuérdese la iniciativa legal de los senadores Paulino Riascos y Robert Daza, en el sentido de aprobar una Ley de Medios tendiente a “democratizarlos” y que busca, en últimas, reasignar el espectro electromagnético y determinar en qué medios va (o no) la pauta oficial. Hace casi un lustro, cuando el entonces presidente Iván Duque informaba sobre una subasta para beneficio regional, Petro le contestaba: “Privatizaron por completo el espectro radioeléctrico, que es un bien nacional inajenable, según la Constitución”.

En el mar de ejemplos de la incomodidad con los medios flota a sus anchas el sacerdote Javier Giraldo, quien aprovechó una entrevista con El Espectador para sugerir que se gesta un golpe de Estado militar y, a renglón seguido, dijo: “La información y el manejo de las conciencias lo hacen grandes medios, todos pertenecen a grandes conglomerados económicos, y a eso se le llama libertad de prensa. (…) Venimos haciendo unas propuestas de democratizar la información; lo ensayaron en Ecuador en tiempos del presidente Rafael Correa: asuntos como reorganizar el espectro electromagnético. Hay que llegar a una democratización mucho más radical”. Radical porque, según él, “a Petro lo van a tumbar los medios”. ¡Eh, Ave María, padre! No se le olvide el viejo refrán español: “Exagerar y mentir, por un mismo camino suelen ir”.

El libreto es evidente y ya se ha puesto en escena en otros países que han perdido su democracia en aras de entronizar a un caudillo: desprestigiar a los medios y al periodismo. Minarlos, molerlos a palo, amedrentarlos, deshojarlos, estrujarlos, calumniarlos. Y, luego, reemplazarlos por aquellos que ejerzan la verdadera libertad de prensa. Esto es, la que va encadenada al discurso oficial.

La pregunta sobre lo que nos espera es tan simple como triste: ¿golpe de Estado de los medios al Gobierno o del Gobierno a la libertad de prensa y expresión? La fobia no es de los medios a Petro. Todo indica que el trastorno transita en el sentido contrario.

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