Una búsqueda rebelde: el reencuentro de una exguerrillera con el cuerpo de su hermana desaparecida
Yolanda Pardo es una firmante de paz que, siendo niña, ingresó a la guerrilla para estar cerca de su hermana que había sido reclutada. 34 años después, la Unidad de búsqueda para personas dadas por desaparecidas le hizo entrega del cuerpo de su familiar
“Mi nombre es Yolanda Pardo Morales. Soy firmante de los acuerdos de paz del 2016 y entré a las filas de las FARC cuando tenía apenas 8 años. Lo hice porque ya habían ingresado a una hermana mía que tenía 14 años, habían venido a la casa, que estaba muy alejada de todo, y se la llevaron. Así que yo me fui convencida de que allá la iba a encontrar”.
Esta es la historia de un amor de hermanas que las mantuvo en la guerra durante casi toda su vida y de cómo solamente después del proceso de paz pudieron estar juntas. Una historia de reclutamiento, desaparecidos y una búsqueda con rebeldía.
“Atravesé hartas situaciones para llegar donde Ruby: pasé ríos, selva, hambre. Después de dos meses, cuando la encontré, era una muchacha muy hermosa vestida de camuflado, una boina y un fusil. Me abrazó y me preguntó que por qué me había ido para las FARC. Yo le dije que era muy grande el amor que le tenía, que la quería estrechar entre mis brazos y así fue”, sigue relatando Yolanda desde el departamento del Meta, con el sonido de fondo de pájaros.
A partir de ahí estas dos niñas del Meta, de una familia de seis hermanos, dejaron de ser ellas mismas. Dejaron los útiles escolares y pasaron a ser Julia y Mercedes, dos aguerridas combatientes. Estuvieron apenas unos años juntas en la selva. Luego, toda la vida intentando estar juntas.
Una década violenta
La década de los 90 fue una de las más cruentas del conflicto colombiano. Y el Meta fue una de las regiones donde más se reclutaron menores, con al menos 2.977 víctimas según el Informe Final de la Comisión de la Verdad.
Yolanda y Ruby se separaron en 1996 porque la guerrilla las trasladó a frentes diferentes. “Estuvimos juntas 6 años en los que ella me enseñó la ideología, a moverme en la selva para aprender a sobrevivir, cómo hacer la guardia, ranchar, guindar el toldillo, la hamaca, cómo hacer el fuego donde no había candela”.
La historia de Yolanda es la de una mujer que terminó ostentando cargos de confianza de jefes de la guerrilla. Conoció, como ella dice a la “guerrillerada antigua”, es decir a los comandantes Jacobo Arenas, Alfonso Cano, Raúl Reyes y el temido alias ‘Mono Jojoy’, recordado por los secuestros de cientos de soldados y civiles que presentaba encerrados entre alambres de púas. Todos ya están muertos. Yolanda estuvo en la línea de combate y en varios frentes. Siempre preguntaba si habían visto a su hermana. Pero nadie, a pesar de su estatus, le dio respuesta.
En 2017, cuando miles de guerrilleros empezaron a concentrarse para entregar las armas, revivieron sus esperanzas de volverla a ver. “Llegaban guerrilleros de muchos frentes (a las zonas de concentración). Eso era como una revolución de guerrilleros buscando estar cerca de donde ingresaron y donde estaban cerca de sus familias. Pero pasaba el tiempo y mi hermana no llegaba”.
La vida civil
Ya en la brega de la vida civil, como dice Yolanda, siguió la búsqueda. Estuvo en Brasil, fue a Venezuela donde le decían que podría existir algún dato, y decidió inscribirla como desaparecida en la Unidad de búsqueda para las personas dadas por desaparecidas (UBPD). También se apoyó en la Corporación Reencuentros, creada por el partido Comunes, de las extintas FARC, que acompaña la búsqueda de las personas desaparecidas de antiguos firmantes y de personas que pudieron ser asesinadas por los exguerrilleros.
Pasaron cinco años hasta que sonó su teléfono. “Alguien me llamó y me dijo que hay un cuerpo con las características mías. Me puse muy feliz”, dice Yolanda, quien entregó una prueba de ADN y se puso a esperar. El cuerpo había sido encontrado en el cementerio de San Juanito (Meta) y, según la investigación del grupo interno de trabajo territorial de Villavicencio (Meta) de la UBPD, había sido inhumado en febrero de 1997. Es decir, había muerto apenas un año después de que se separaron. En ese departamento, la Unidad reporta 7.110 personas desaparecidas en acciones relacionadas con el conflicto armado, así que podría ser Ruby u otra persona.
Yolanda convenció a uno de sus hermanos y a su mamá para ir a Bogotá a la UBPD. Pasó un tiempo más hasta que le confirmaron. “Que exactamente la muchacha que estaba en ese cementerio sí era mi hermana. Haberla encontrado, aunque fuera muerta, era un logro que me había impuesto”, dice a través del teléfono.
Tantos años en la guerra han hecho de Yolanda una mujer desconfiada. Cuando por fin le entregaron los restos de su hermana en un cofre, sin dudarlo pidió que lo abrieran. “Fue una decisión mía y sé que es una escena muy impactante. Pero vi la larga cabellera de mi hermana, su ropa íntima de café claro, la chapa (que llevan los combatientes con su nombre) y una moña que me pertenecían a mí porque habíamos intercambiado”. Solo en ese momento, explica esta mujer que estuvo 27 de sus 43 años en la guerra, se acordó de que tenía corazón. “Allá le enseñan a uno a no tener sentimientos, ni corazón, a ser frío, uno se vuelve una máquina de guerra que no llora por nadie, pero esta escena fue muy desgarradora para mí. Al principio pensaba voy a enterrar un cuerpo y ya, pero luego entendí que la que estaba en ese cofre era mi hermana, la que había buscado tanto tiempo”.
El día de la entrega digna, como se llama oficialmente el retorno de un cuerpo a su familia, Yolanda puso sobre el cofre una foto de cuando Ruby era una niña y otra de las dos juntas, también de pequeñas. “Ya tengo a mi hermana, ya la puedo visitar y llevarle flores azules que tanto le gustaban. En el fondo de mi corazón quiero que todas las personas recuperen a sus familiares desaparecidos que la guerra nos arrebató”, dice Yolanda que ahora, en la civil, como dice, lleva un proyecto de granjas de paz.
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